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| Foto: Juan Arturo Gómez

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Unguía: entre la corrupción, el abandono y los grupos armados

Sin agua, sin luz, sin salud, sin educación y en medio de la violencia vive la población de Unguía desde 1908, año en que se fundó.

Juan Arturo Gómez Tobón*
24 de febrero de 2018

Por trece días hombres, mujeres, ancianos y jóvenes suspendieron labores en el pueblo. Ellos desde muy temprano llegaban al parque a coordinar las acciones del paro. El 16 de febrero decidieron hacer una quema simbólica de facturas de los servicios públicos, los ánimos se caldearon y una turba enardecida quemó las instalaciones de la empresa de energía y la alcaldía. “Pasó lo mismo que en Urabá, la gente se cansó de no ser escuchada”, dice un soldado a otro mientras custodian el palacio municipal. 

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A lo lejos se alcanza a divisar un pequeño caserío, rodeado de grandes pastizales por donde corre el ganado asustado por el ruido del helicóptero; al norte, se ven manchones de tierra de un color ocre que denotan los estragos de la explotación ilegal de oro; y a un costado, la gran selva del Darién de un azul que impacta a los ojos. El helicóptero da un giro brusco dejando ver la ciénaga de Unguía. A su alrededor, se observan aún las devastaciones causadas por los incendios del 2014 y 2016, donde se destruyeron 4.500 hectáreas de bosque selvático, con el fin de extender las tierras para la actividad ganadera. El soldado pone su ojo en la mirilla de la metralleta que sobresale de una de las ventanas y le hace una seña al capitán.

El helicóptero aterriza en la hacienda que rodea al pueblo. Poco a poco, de las humildes casas de madera y obra negra, salen mujeres, ancianos y niños; ellos, bajo un ardiente sol y una insoportable polvareda, siguen a la comitiva venida de Bogotá y Quibdó. En pocos minutos, el parque de Unguía se llena; todo el pueblo espera las soluciones que trae el gobernador del Chocó a los problemas de servicios públicos domiciliarios: salud, educación y atención a la población vulnerable.

Unguía es un municipio fronterizo con Panamá, ubicado a orillas del golfo de Urabá, al cual solo se accede  por agua desde Turbo, Antioquia o por aire. Este bello y rico territorio colombiano cuenta con todos los pisos térmicos, excepto el paramuno. «20 años atrás, antes del ingreso de los paramilitares, poco se traía de afuera. Los domingos, los campesinos bajaban de la montaña zanahoria, remolacha y todo tipo de hortalizas. Acá no se conocía el hambre, era un municipio pujante, éramos el principal productor de maíz de Colombia, hoy Unguía tiene más novillos que habitantes», relata Marisol Ruiz, pequeña productora de cacao y lideresa. Según la Unidad para las Víctimas, a 31 de enero de 2018, de los 14.000 habitantes del municipio, 11.760 son víctimas del conflicto armado en Colombia.

Comerciantes al borde de la quiebra

Diana Lorena Álvarez, mujer cabeza de familia, subsiste de la venta en su pequeña carnicería. Dice estar al borde de la quiebra, el fruto de 10 años de trabajo se le pudrió. El 9 de febrero alistó desde las tres mañana un marrano y un novillo grande para vender. Los domingos, como es costumbre, la energía llega a las 10 am. Pero ese día no llegó. Eso para Diana fue un mal presentimiento, algo le decía que los 200 kilos de carne se le iban a perder. De inmediato, se puso a salarla, pero le tocó regalar la carne. Un día antes a esta entrevista, le había dado los últimos kilos a un campesino. En total fueron dos millones de pesos los que perdió, igual le pasó a los cuatro carniceros del pueblo. Durante 2016 Unguía tuvo 21 horas diarias de energía, pero apenas cambió de administración, todo empezó a ir de para atrás. Se sabe que el Gobierno hasta el ACPM lo subsidia. Son cerca de 800 millones por año que el Estado manda para generar la energía. La pregunta es, ¿dónde está esa plata?

Diana Medina Duque tiene una pequeña tienda de barrio en Unguía, un «tumba  cucharas» como le dicen el pueblo. «En estos 13 días sin energía me he gastado 350.000 pesos en combustible y aceite para mi planta, para que no se me dañen las legumbres, pollo y carnes frías. Poco es lo que se vende. En un día normal, cuando hay energía, el realice es de 50.000 pesos diarios, pero ahora no se venden ni 5.000 pesos. El año pasado por los constantes cortes de energía, que duraban hasta un mes, perdí cerca de 5.000.000 millones de pesos. No es justo que los malos manejos de los funcionarios, los tengamos que pagar nosotros».

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Unguía es uno de los 90 municipios de Colombia no interconectados a las redes nacionales de distribución de energía, el 52 % del territorio nacional está en igual condición. Por tal motivo, la Nación gira unos subsidios a las zonas no interconectadas. Estos se rigen según resolución 091 de 2007 de La comisión de Regulación de Energía y Gas. Dichos subsidios son de destinación específica.

En el 2017, a la Empresa de Servicios Públicos Domiciliarios de Unguía, ESPUN.SA.ESP, le asignaron un total de 1’432.354.647. Adicional a esto, ESPUN cuenta con un cupo para compra con estos recursos de 23.000 galones de ACPM mensuales, con lo cual se tendría que prestar un servicio de 21 horas diarias en el casco urbano, ocho en los corregimientos y seis en las veredas a orillas del Atrato.

La mencionada resolución asigna un subsidio por total del 70 % de lo facturado. El 30 % restante es pagado por los usuarios beneficiarios; esto significa que la Empresa de Servicios Públicos de Unguía recaudó cerca de 1’700.000.000 de pesos en el 2017.

Ancianos en el olvido

Bajo un fuerte sol se ve venir un coche tirado por un caballo. «Niño, muévete, ya vamos a llegar», le dice a su viejo rocín don Norberto León Muriente, su dueño. Su labor es suplir la falta de agua de la población de Unguía. En cada viaje al río trae 20 canecas con agua, unos 1.000 litros, pero a la gran mayoría del pueblo le toca caminar 30 minutos para acceder al líquido. Don Norberto saca una botella llena de menjurje y mientras relata se frota las coyunturas: «Esta ‘idera’ al río me alborota la artritis, pero si no trabajo, la vieja y yo no comemos. Cuando se dañan las plantas eléctricas la vaina se pone dura, porque los comerciantes no traen casi mercancía, cómo venden poco. La falta de luz nos afecta a todos, por eso yo apoyé el paro».

Don Norberto León lleva 52 de sus 67 años trabajando como cochero y aunque labora de sol a sol nunca podrá soñar con una pensión. Él hace parte del programa del municipio de atención a la tercera edad, pero según él, el municipio los trata como unos limosneros y año tras año es peor: «Hace dos años acabaron con el comedor de los viejitos. Hoy algunos se alimentan gracias a la caridad de las hermanitas Carmelitas, pero muchos que se acuestan sin probar bocado. Cuando muere alguno uno oye decir: ‘murió de viejo’. Eso sí son es mentiras, acá los ancianos fallecen de hambre o por olvido». Según el Departamento de Planeación Nacional el 60, 63 %  de las personas de Unguía viven en la pobreza y el 32,95 en la miseria.   

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A un costado del parque principal se encuentra el convento de las hermanas Carmelitas Misioneras y la Escuela Sagrada Familia. Ellas por más de treinta años han sido el apoyo a la población vulnerable en temas de educación, salud y vivienda. “Las hermanitas son el polo a tierra de Unguía, siempre han apoyado al pueblo. En las épocas duras de violencia han protegido y han dado refugio a los desplazados. Las hermanitas han salvado cientos de vidas, ni los paras se meten con ellas».  Gricela Contreras Mercado, madre de familia.

Son las 12 del día. En el costado del salón hay mesas perfectamente organizadas; en ellas 15 ancianos, en medio de risas, charlan agradablemente y, en la compañía de tres monjas, almuerzan sopa de legumbres, arroz, carne, ensalada y jugo de carambolo.

Hace dos años, las hermanas, al sentir el olvido en que se encontraban los ancianos de Unguía, deciden poner en marcha El Comedor de los Abuelitos. Este programa, además de desayuno y almuerzo, brinda amor y actividades lúdicas que hacen la vida alegre a 15 ancianos del municipio, como así lo relata Adriana María Escobar de las Carmelitas Misioneras: «El proyecto Fraternidad del Abuelo Feliz les brinda atención integral, ellos llegan y pasan todo el día acá. Se les brinda alimentación, recreación y hacen actividad física. Este programa nace hace dos años al ver que el adulto mayor en el municipio no tiene ningún tipo de atención. En Unguía ellos están completamente en el olvido. Nuestro proyecto es financiado por Forcarmes, Fondo de Solidaridad de las Carmelitas Misioneras, el comercio de Unguía y la ventica de ropa de segunda que tenemos. El proyecto contempla atender a 25 ancianos, pero ahora solo atendemos 15, porque necesitamos contratar una manipuladora de alimentos y eso representa un millón de pesos mensuales. Del Estado no recibimos ninguna ayuda. Es más, vivimos de arrimadas en nuestra propia casa. Acá funciona una escuela y el gobierno nunca ha pagado un solo peso por arriendo, ni invierte las instalaciones, porque según ellos, el Estado no puede invertir en instalaciones que no sean propias».

«Ser paraco o cocalero»

La primera imagen al llegar al puerto de Unguía es tres aulas sin techo que devora la maleza. Estas se encuentran en el olvido desde el 28 de junio de 2015, día en que un vendaval destruyó parte de la cubierta.

Raúl* es un  estudiante de décimo grado del instituto Agrícola de Unguía. A é la violencia le arrebató su hermano, un tío y dos primos, aunque era un niño de 5 años, recuerda cómo 6 hombres encapuchados se llevaron una noche de 2005 a su tío.

«El paro lo empezamos nosotros en el colegio, porque no aguantábamos más; si llueve, nos mojamos; a algunas aulas les faltan tejas; no hay suficientes pupitres; muchos estudiantes reciben clase en el piso. El alcalde consiguió 100 sillas, pero no son suficientes. La sala de informática no sirve. Siempre faltan maestros; por ejemplo, en séptimo y octavo no vimos algebra, ni tuvimos profesor de informática. Ahora nos falta el de naturales y en los laboratorios no hay elementos».

Aunque los estudiantes del Instituto Agrícola se gradúan como bachilleres agropecuarios, según Raúl, la formación académica dice lo contrario: «Lo que nos ponen hacer es arreglar cercas, a limpiar potreros y a criar pollos, pero nos toca de nuestro dinero comprar los pollitos, el cuido, al final del año se venden y la mitad de la plata es para el colegio».

Al ser consultado Raúl sobre su futuro lanza un suspiro, mira al cielo y dice: «Trabajo Social, para ayudar a mi comunidad, pero no creo que lo logre. Acá los jóvenes solo tenemos dos caminos, paraco o cocalero. Yo, por ejemplo, trabajo en las vacaciones y fines de semana como raspachín. A mi edad sé más del proceso de la cocaína, que de historia de Colombia o algebra. Algunos al finalizar su bachillerato, al no poder ingresar a ninguna universidad, se regalan al ejército y al cabo de un año o dos regresan. Al no conseguir trabajo se van para donde los paras a ganar 1.200.000 pesos. ¿Usted recuerda que en el 2015 en un enfrentamiento aquí con el ejército murieron 15 paramilitares?, pues todos eran pelados del pueblo y la mayoría terminaron su bachillerato acá». Para DNP el 96,30 %  de los unguieños tienen un bajo logro educativo y el 33,91 % de estos no sabe leer ni escribir.

Doña Ema se muere lentamente a la espera de una orden médica

En medio de un sofocante sol y en una calle de un barrio de invasión en  Unguía, se ve una mujer arrodillada. Ella espera pacientemente mientras un diminuto hilo de agua llena una pequeña totuma que después depositará en un balde. Ema Betancur Torres es una mujer de 65 años, desde hace casi dos años le diagnosticaron un tumor a la altura del cuello.

«En la última cita el internista me dijo que ya él no podía hacer nada, debía ir donde otro especialista. Él me recomendó ir por mi cuenta, ¿pero de dónde voy yo a sacar 200.000 pesos?, eso para mí es toda la plata del mundo. Yo ya llevé hace 6 meses los papeles a Comfachocó, la EPS que atiende en Unguía. Acá espero con resignación la muerte o la orden para el especialista».

Doña Ema expresa estar de acuerdo con el paro: «Mi día transcurre entre ahogos y estar pendiente de cuando llegue el agua. Solo tengo dos horas para llenar las canequitas, pero la factura sí llega cumplida. Una ya por vieja y enferma no tiene ánimos para protestar. Da tristeza, pero Unguía solo existe cuando hay tragedias; de no ser por el incendio de la alcaldía y la empresa de energía el Gobierno no nos hubiera piado. Yo no estoy de acuerdo con el vandalismo, pero esa es la triste realidad», aclara doña Ema. El 54,64 % de la población del municipio no goza de aseguramiento en salud.

Al cabo de una reunión con Jhoany Carlos Alberto Palacios Mosquera, Gobernador del Chocó, parte su gabinete departamental,  funcionarios del orden Nacional, Ejército, Policía y la Alcalde Municipal, la comunidad decidió suspender el paro a la espera de que se cumpla lo pactado.

Por qué se suspendió el paro en Unguía

“El paro se suspende, no se levanta. Con el gobernador del Chocó se llegaron a unos acuerdos, como restablecimiento de la energía, revivir el proyecto de interconexión el Tigre-Unguía-Acandí, construcción de aulas y ampliación de la cobertura en régimen subsidiado de salud. Además, como dejaron claro con los funcionarios del Gobierno Nacional, Unguía no debería estar sin luz. Con los dineros que se giran el servicio se debería prestar 21 horas diarias. Por otro lado, ellos no entienden por qué no hay agua, si acá se han construido tres acueductos. Por ello aceptaron quedarse, Ministerio de Energía y la Superservicios no se van de acá hasta que no rinda un informe detallado a la comunidad. Por otro lado, se crearon unas mesas de trabajo para presentar proyectos al sistema regalías. Unguía tiene 2’305.0000.000 millones de pesos engavetados desde el 2016 porque no se presentan proyectos. Uno no entiende cómo un pueblo lleno de necesidades y esa plata ahí dormida por falta de gestión de la alcaldía», relata Ana Lucía Mestra Argumedo, una de las voceras de la comunidad.

La noche llega en Unguía, la gente se arremolina en los árboles del parque para recibir la fresca. Un calor insoportable no permite conciliar el sueño, levanto el toldillo para salir al patio de la humilde casa donde me dieron posada, me doy un baño a punta de totuma y me siento a observar el cielo estrellado, pero un enjambre de zancudos me obliga a protegerme de nuevo bajo el toldillo.

Son las 5 y 15 de la tarde del 23 de febrero la población sale a celebrar con canticos y baile la llegada de la energía, pero  la dicha les duró solo 10 minutos.

Al intentar localizar a Otoniel Pérez Sáenz, alcalde de Unguía, para preguntarle cuando se restablece el servicio de energía, la respuesta de la oficina de comunicaciones de la alcaldía fue: “Hola muy buenas noches. El Dr. Otoniel tiene su número privado si no con mucho gusto le haría el favor”.

*Periodista de la Universidad de Antioquia. Colaboración especial para Semana.com.