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Las investigaciones han permitido establecer que no solo las piedras y joyas robadas en varios continentes, sino que parte del botín de algunos asaltos famosos, como el ocurrido en la joyería Harry Winston en París en 2008 o el de la carga de diamantes del aeropuerto de Bruselas, terminaron en Bogotá.

DENUNCIA

Unos ladrones que son ‘joyitas’ de talla mundial

El decomiso de paquetes de correo llenos de joyas dejó a la luz a varias bandas de colombianos que operan en varios países.

13 de julio de 2013

Que colombianos se vean involucrados en el tráfico de drogas y lavado de activos en otras partes del mundo no es noticia, pero que las policías de Australia, Nueva Zelanda y Austria hayan puesto al descubierto dos grandes bandas de robo de joyerías liderada por colombianos, sí lo es.

Hace unas semanas llegaron desde esos países solicitudes muy precisas para revisar  ciertos sobres y pequeñas cajas enviadas por correo a Bogotá. La diligencia dejó al descubierto que Colombia sería escenario de una nueva modalidad de crimen trasnacional: en Bogotá se estarían vendiendo valiosas joyas robadas por bandas de colombianos en otras partes del mundo.

La Policía de Australia dio la voz de alarma pues desde hace meses venía investigando una ola de robos de joyas en Sidney y varios de sus suburbios. Solo entre marzo y julio del año pasado más de 2,5 millones de dólares en joyas habían caído en manos de delincuentes. En la mayoría de los casos seguían a joyeros o comerciantes que exhiben sus piezas en ferias o centros comerciales para luego despojarlos de la mercancía en un descuido o en una zona con poca vigilancia.

El primer gran robo ocurrió en abril de 2012, cuando dos hombres armados asaltaron a un comerciante de joyas que caminaba desprevenido en un centro comercial de Dickson Street y le robaron mercancía avaluada en 640.000 dólares. El 6 de junio sustrajeron de una habitación de un motel en Ryde una valija en la que había más de 1 millón de dólares en joyas. A la semana siguiente asaltaron a otro comerciante, que llevaba 740.000 dólares en anillos, diamantes y pulseras.

Las autoridades de ese país confirmaron sus sospechas hace unos meses cuando capturaron a un miembro de la banda y resultó con nacionalidad colombiana. Atando cabos, encontraron que la Policía de la vecina  Nueva Zelanda había capturado a cinco colombianos que habían robado un cargamento de piedras preciosas avaluado en 650.000 dólares y que por la forma de operar, tenían relación con la banda que actuaba en Australia. 

Como si fuera poco, las investigaciones permitieron establecer que las alhajas robadas eran enviadas a Colombia a través del correo. Para ello las camuflan dentro de repuestos de computador, software, fantasía o regalos infantiles. Este tipo de envíos no tienen prácticamente control en Colombia, como sí lo tienen la carga o las mercancías. El propio director de la Dian, Juan Ricardo Ortega, ha dicho: “Tenemos un problema de control de las empresas de ‘courier’. Hemos cogido hasta armamento. En Medellín hicimos el seguimiento de un cañón y unos fusiles. ¡Imagínese!”.

La Dian, a partir de la solicitud de los países, ha incautado en el último mes anillos, pulseras, aretes, collares, relojes y piedras preciosas avaluadas en más de 1.000 millones de pesos, que serán devueltos a Australia como prueba judicial.

Las autoridades manejan la hipótesis de que se trata de una red mundial de robo de joyas integrada por colombianos que encontraron en este nuevo negocio la manera de suplir las operaciones ilegales que solían hacer con los carteles de droga en varios continentes.

De hecho, las autoridades trabajan en otro caso similar en Europa. A comienzos de mayo la Embajada de Austria alertó al CTI sobre una banda dedicada a robar joyas en ese país y en Europa con destino final en Colombia. La modalidad, a través de encomiendas enviadas por empresas de mensajería internacional, coincide con la usada desde Australia. 

Ha causado gran sorpresa que, en efecto, al país ya han llegado algunas de las piezas de una carga de diamantes robada en febrero en el aeropuerto de Bruselas en febrero pasado. El operativo fue de película. La banda ‘gemelió’ un camión de seguridad de la empresa Brinks, entró sin problemas a la zona de carga de la terminal y recibió un paquete de diamantes valorado en más de 50 millones de dólares, que iba camino a Zúrich (Suiza).

Además de las joyas de Australia y del robo de Bruselas, las investigaciones empiezan a mostrar que al centro de Bogotá también llegó otro botín: el del asalto a la lujosa joyería Harry Winston, situada en la avenida Montaigne en París. En 2008 cuatro hombres, uno de ellos disfrazado de mujer, entraron al final de la tarde, encañonaron a los compradores y empleados, y vaciaron todas las vitrinas. Después salieron, como si nada, con 80 millones de euros en joyas, de las mismas que durante décadas han cautivado a familias reales, estrellas del cine y figuras en todo el mundo.

Gran parte de estas piezas terminó en Bogotá. Un extranjero compró un anillo con un zafiro de 60 quilates avaluado en casi 2 millones de dólares en el centro de la ciudad, además de otras joyas y gemas preciosas como diamantes, alejandritas, zafiros, esmeraldas y hasta una turmalina paraiba, la piedra más valiosa del mundo. “Las piezas eran excepcionales y con el tiempo se supo que habían sido del robo de Harry Winston. También en estas semanas han llegado al mercado unos diamantes extraordinarios”, dijo a SEMANA un comerciante.

Estas joyas se quedan en el mercado local, pues desde la época de los carteles muchos han visto en los diamantes y otras piedras una manera de exhibir riqueza y mover grandes sumas. Y también encuentran clientes entre los cientos de visitantes que llegan a Colombia a comprar esmeraldas y hallan la oportunidad de comprar otras piedras en remates.

Si no hubiera sido por la Policía australiana, aún en Colombia no se sabría del millonario y clandestino negocio que están propiciando los connacionales en Estados Unidos, España, Francia, Singapur, Hong Kong o donde haya un gran mercado de joyas. 

Un negocio que no es nuevo pues tiene sus raíces en las bandas de narcotraficantes colombianas que desde los años ochenta compraban en el extranjero joyería para lavar dinero. Ahora sus sucesores ven un negocio mucho más lucrativo, no en el lavado de dinero, sino en el robo de la joyería que antes compraban.