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VECINOS Y....

Presos millonarios y guardianes de salario mínimo conviven las 24 horas del día, en una cercanía que produce efectos devastadores en el sistema carcelario.

14 de noviembre de 1994


BYRON VELASQUEZ AREnas y otros seis reos de la penitenciaría La Picota colocaron almohadas a lo largo de sus camas y luego las taparon con cobijas, para dar la impresión de que alguien estaba durmiendo allí. Después de salir colocaron los candados y abandonaron el penal. Eran las 10 de la noche del pasado 9 de octubre. La maniobra -que se repetía cada fin de semana desde hacía cuatro meses- hubiera pasado inadvertida una vez más, si no es por un guardián que decidió denunciar la evasión de los internos a través de una llamada a la Fiscalía.
Aún se ignora qué movió al vigilante a delatar lo que ocurría. Lo que sí se sabe es que cada salida de la cárcel tenía un precio: 5.000 pesos por recluso para cada uno de los cinco guardianes encargados de custodiar los alrededores del pabellón de microempresarios.
Pero más allá de un incidente que causó gran escándalo porque el protagonista era el asesino de un Ministro de Justicia, el episodio se convirtió en la tapa de una olla podrida que corroe todo el sistema reclusorio del país. Aunque desde luego no se trata de un fenómeno nuevo, la corrupción en las cárceles se ha agudizado por la excesiva narcotización de la política penitenciaria, como consecuencia del sometimiento a la justicia de medio centenar de narcotraficantes, que trasladaron a sus celdas el poder corruptor del dinero. El imperio que montó Pablo Escobar desde La Catedral, con la complicidad de medio centenar de guardias, fue apenas el campanazo de alerta de un fenómeno que, aunque ha sido frenado en parte, no ha desaparecido totalmente.
Por eso, hoy es notable un enorme contraste entre los denominados presos de los carteles, los guardianes y la restante masa carcelaria, más de 24.000 personas, que viven, de acuerdo con un reciente informe de la Procuraduría, "en condiciones infrahumanas de hacinamiento, ocio, homosexualismo, drogas, y ausencia casi total de programas de resocialización".
Si bien ya no se puede hablar de lujos, los sometidos a la justicia tienen algunos privilegios que marcan una clara diferencia al interior de los penales. En el pabellón de máxima seguridad de La Picota, donde hay 32 presos, las directivas permiten ciertas comodidades, como mesa de ping pong, cancha de basquetbol, cocina y baños enchapados por ellos mismos, horno microondas, licuadora y televisión en cada una de las celdas. "La comida que preparan es muy buena porque cada semana una camioneta contratada por ellos les lleva alimentos, frutas y enlatados. Al rancho, es decir, a la cocina, ellos la llaman 'Wimpy', dijo un funcionario de esa penitenciaría. Las facilidades de que disponen los reclusos no tardan en convertirse en corrupción. Muy cerca de ellos, en lamentables condiciones, viven los guardias, quienes duermen en habitaciones en las que tienen que acomodarse hasta 30 personas. Muchas camas no tienen colchón y los servicios sanitarios son pésimos.
Aun cuando el Estado ha hecho un esfuerzo por mejorar las condiciones salariales de los 7.567 funcionarios encargados de la vigilancia de las cárceles, y se les otorgó una prima especial a los guardianes de máxima seguridad, los sueldos no compensan la responsabilidad de custodiar a los delincuentes más peligrosos y adinerados del país. Un vigilante raso gana 225.000 pesos y el comandante de los guardianes recibe 480.000 pesos mensuales. Así no es difícil pensar que los guardianes están a merced del dinero que los reos les pagan por cada favor, porque el contacto entre ellos es permanente durante la mayor parte del día. "Empieza a darse una relación que con los días se convierte en muy estrecha. Ellos empiezan por ofrecerles comida a los guardianes; luego les dan una propina por un favor y terminan comprometiéndolos", relató un funcionario del Instituto Penitenciario (Inpec), encargado de los relevos de los guardias.
Una fuente del Ministerio de Justicia estimó que esa compenetración entre detenidos y guardias fue mucho más palpable hace dos semanas cuando la Fiscalía allanó el pabellón de máxima seguridad de la cárcel La Modelo, en Bogotá, en busca de unos radios de comunicación que supuestamente estaban en la celda de John Jairo Correa Alzate. "Lo que se vio claramente esa noche era que los vigilantes les guardan una sospechosa pleitesía a los reos. Y uno sí puede pensar que ellos, en un momento determinado, pueden estar dispuestos a hacerse matar", dijo el funcionario. Otra fuente aseguró que los guardias tratan con especial atención a Julio Fabio Urdinola Grajales. "En una ocasión nos dimos cuenta que ellos le dicen, de una manera muy especial 'Don Iván'. Y hasta le preguntan: ¿Qué se le ofrece don Iván? ¿Le hace falta algo? Eso ocurre con casi todo el personal de La Modelo, incluido el administrativo".
"Yo vivo en el barrio La Victoria -dijo a SEMANA un guardián de La Picota-. Entiendo que uno hace mal, pero las necesidades y verles tanta plata a esos señores hace que uno flaquee. Entonces uno fácilmente les colabora entrando cualquier cosa, como un biper. Y como ellos lo recompensan bien a uno... También se ven muchas injusticias. Cómo es posible que nos deban las dotaciones de uniforme de este año. Y que los distintivos uno mismo tenga que comprarlos ".
El Estado ha invertido cerca de 25.000 millones de pesos en cinco pabellones de máxima seguridad para mantener a raya a los delincuentes más peligrosos del país. Y también ha incrementado su acción represiva para destituir a los guardias corruptos -más de 50 en el último año y la Procuraduría investiga a 240 más-. Pero hasta ahora, y eso lo demuestra el incidente con Byron Velásquez, lo evidente es que mientras haya grandes cantidades de dinero de por medio es muy poco lo que se puede hacer.-