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“Chávez quiere concentrar todo el poder en su persona, convertirse en presidente vitalicio y la clase media se retrae y no vota”, sostuvo el presidente de la Academia de Historia, Elías Pino

política

Venezuela socialista

A una semana del referendo para reformar la Carta, Héctor Abad Faciolince viajó al corazón de la revolución Bolivariana de Hugo Chávez. Retrato de una sociedad en transición.

24 de noviembre de 2007

Sixto Sánchez, el chofer que me transporta a paso de tortuga por el endemoniado tráfico de Caracas, peor incluso que el de México o Bogotá, no piensa votar en el referendo del 2 de diciembre. Como un alto porcentaje de los venezolanos, entre el Sí de los chavistas y el No de la oposición, Sixto se declara partidario del Ni. Para demostrarlo abre la guantera del carro. Entre cínico y pragmático, me muestra dos camisetas, una roja (el color del Sí), y otra azul (el color de la oposición). "Aquí todos los gobiernos se han robado y se seguirán robando el petróleo", dice. "Lo único que yo quiero es que me dejen trabajar. Para que no me rompan el carro necesito estas dos camisetas: si paso por una manifestación chavista, me pongo la roja, y me pongo la azul si la marcha es de la oposición".

Días después, el presidente de la Academia de Historia, Elías Pino Iturrieta, me explica desde otra perspectiva esta actitud de la clase media venezolana, que tiende a acomodarse según los vientos que soplan: "Aquí la gente tiene sus mañas. Desde la Colonia, Venezuela se ajustó a una mentalidad de transacción: yo llego a un acuerdo contigo. El pueblo venezolano ha sido profundamente cobarde a través de la historia. Yo creo que toda nuestra valentía y nuestros disparos los gastamos en la Independencia. Esto ha producido algo bueno: a diferencia de Colombia, llevamos más de un siglo sin tener una guerra civil. Y también algo malo: nadie está dispuesto a defender las conquistas republicanas. Chávez quiere concentrar todo el poder en su persona, convertirse en presidente vitalicio, y la clase media se retrae y no vota. Chávez gana las elecciones por omisión de la sociedad, y por miedo de la gente que teme que si se expresa con autonomía y libertad va a perder su trabajo o va a recibir una retaliación".

Algo ha cambiado, sin embargo, en estos nueve años de revolución bolivariana. Los pobres, que son la mayoría de la población, y que antes no participaban ni votaban, apoyan en un porcentaje muy alto al teniente coronel y se han convertido en un importante actor político. Su misma actitud, en la calle, es orgullosa y altiva, no de sumisión. "Chávez politizó la miseria y eso antes no existía", me dice el biógrafo no oficial del presidente, Alberto Barrera Tyszka. "Él puso la pobreza en el centro del escenario latinoamericano. Había un abismo entre el pueblo y los partidos, entre el pueblo y los gobernantes. Con Chávez la democracia descendió y se acercó a las clases populares, que ahora se sienten protagonistas. El presidente los halaga permanentemente. Hay en el pueblo una emoción y un sentimiento de adhesión al gobernante. Eso es constructivo".

El profesor Pino está de acuerdo con este análisis, aunque con una cautela: "Lo que pasa es que si ese pueblo se siente después desengañado, ahí sí, que nos cojan confesados. La trifulca que nunca ha habido podría ocurrir. Sobre todo porque el presidente, cada vez más, usa a ese pueblo para crear grupos de choque. Los que atacan a los estudiantes que se manifiestan por el No a la reforma no son las fuerzas armadas; son grupos paraestatales de los barrios, armados por el gobierno".

Para entender de qué manera Chávez se ha granjeado el apoyo de las clases populares es necesario hacer un repaso de la forma como en el país vecino se ha invertido tradicionalmente la enorme riqueza nacional. Como muchas otras potencias petroleras, Venezuela ha vivido el último siglo en la paradoja de ser un Estado rico en medio de un país pobre, o mejor, de padecer una sucesión de gobiernos ricos incapaces de conectarse con una población pobre y de atender sus necesidades más elementales.

El subsuelo venezolano contiene una de las minas más rentables del mundo y los distintos gobiernos se han aferrado a esos recursos como los bandidos a un botín. Cada gobernante, después de apropiarse para sí o para su clientela de una parte del botín, ha diseñado alguna receta para gastarse eficientemente este tesoro público: hay que invertir en infraestructura, dijeron algunos, o en educación superior, o en la industria pesada, o en el desarrollo agrícola… Mientras acometen estas iniciativas, el poder lo da la mano generosa con que se reparte la gran fortuna petrolera. Dice Barrera Tyszka que la venezolana ha sido "una sociedad depredadora. Los que quieren tumbar a Chávez es para quedarse otra vez con el botín, porque a ellos se lo quitaron; y los que ahora tienen el botín se van a aferrar a él con los dientes, no lo van a soltar por nada del mundo". Para una parte de la oposición venezolana, lo que está ocurriendo en el vecino país es simplemente un reemplazo de una elite por otra.

Sin embargo Chávez, cuyo gobierno ha coincidido con años de gran bonanza petrolera, ha pensado en construir algo distinto a lo que proponían los gobiernos anteriores: el socialismo del siglo XXI. Nadie sabe exactamente eso qué es, pues el mismo Presidente no lo ha explicado bien, y sus subordinados no se atreven a definirlo. Hasta ahora Venezuela no vive en un estado policial, como el de los socialismos del siglo XX, aunque la oposición teme que vaya hacia allá. Lo que se ha visto hasta ahora es sobre todo una redistribución de la riqueza petrolera entre los más necesitados. Según la oposición eso es asistencialismo puro, que no modifica las causas estructurales de la pobreza y que se puede mantener solamente mientras estén tan altos los precios del petróleo.

Los funcionarios del gobierno lo ven de otra manera: para recibir el subsidio, las personas se tienen que afiliar a distintas "misiones". La ex viceministra de Exteriores Mari Pili Hernández me lo explica así: "La gente no cobra un dinero regalado. No es que tú haces una cola y recibes un fajo de billetes. A ti te pagan ese dinero como una beca, mientras estés estudiando en las misiones, asistiendo a las reuniones comunitarias, formándote".

Con este solo requisito, más el compromiso de conformar Consejos que administrarán pequeños proyectos comunitarios, los más pobres reciben un sueldo mínimo mensual y alimentos subsidiados. No es de extrañar, entonces, que los más pobres veneren a su comandante y que se pongan el uniforme rojo cada vez que se lo manden. Más aún, es posible que estén incluso dispuestos a morir por él. Antes no tenían nada o casi nada; ahora viven de la Revolución Bolivariana.

En la adhesión o el rechazo al Presidente hay también un componente étnico que no se puede negar y que el mismo Chávez se encarga de acentuar. "Yo soy un zambo, yo soy medio indio", insiste siempre en sus discursos. Y cada vez que puede repite el grito de guerra caribe: Ana karina rote, es decir, "sólo nosotros somos gente". Algo que siempre se ha negado, el racismo latinoamericano, está presente aquí. Así lo reconoce Elías Pino: "Debo decir que en las clases medias y altas la repugnancia hacia el Presidente de la República no depende solamente de su manera atrabiliaria de gobernar, sino que el fenotipo influye mucho: ¡mira ese zambo, cómo se atreve!". De todos modos la figura de Chávez evoca más al latinoamericano promedio que uno ve por las calles de Colombia o Venezuela.

Según Sergio Dahbar, ex director del diario El Nacional, "a la base del chavismo hay también un gran resentimiento. Un sector del país que sintió que no lo habían invitado a la fiesta, que había un grupo de privilegiados que se habían enriquecido con el petróleo y a costa de ellos. Y de hecho ha habido una redistribución más equitativa de la renta petrolera. La gente tiene la sensación de que el petróleo le llega, por fin, así sea una gotica".

Si esta gota, o este chorro de petróleo, puede seguir fluyendo hacia la población más pobre, en un país cuyos gastos crecen a un ritmo mucho más elevado que su producción agrícola, minera o industrial, es un problema económico complejo. Efraín Velásquez, presidente del Consejo de Economía Nacional del Banco Central, y representante allí de la industria privada, considera que en la economía venezolana hay grandes distorsiones. "Mientras la dinámica petrolera se mantenga como está, es posible sostener un cambio oficial del dólar a 2.150 bolívares, mientras el dólar no oficial cuesta el triple de esa cifra, más de 6.000 bolívares. También es posible comprar arroz a 10 y venderlo a seis. Si el ambiente favorable internacional desaparece, o si la producción del petróleo decae, la situación se vuelve insostenible".

Para el gobierno venezolano nadie puede negar que la pobreza ha disminuido en el país y así lo reconoce la misma Cepal. Los ritmos de crecimiento económico de los últimos años son también sostenidos. Sin embargo, según Efraín Velásquez, "el problema es que nuestros ingresos no vienen de un esfuerzo interno, sino de los precios. Como se reparte la renta, hay mucho dinero en la calle".

Si la salud económica de un país se mide por los bienes que se ven en la calle, Venezuela parece vivir en una situación boyante. El socialismo bolivariano, en esta temporada anterior a las navidades, es un socialismo consumista. Se ven muchas construcciones de vivienda, hay infinidad de carros nuevos y de hecho las autopistas ya no dan abasto para hacer circular esta avalancha de vehículos importados a la tasa oficial del dólar y con préstamos a intereses tan bajos que son incluso negativos, inferiores a la inflación.

Al mismo tiempo hay situaciones muy paradójicas. Me cuenta el escritor Antonio López Ortega que Venezuela, "donde se produce uno de los mejores rones del planeta, es el mayor consumidor per cápita de whisky del mundo. Aquí se bebe más whisky que en Escocia". También el whisky se importa según la tasa oficial del dólar, y sobre todo ha aumentado el consumo de los whiskies más caros, los de 18 años de añejamiento. En uno de sus programas de Aló Presidente, Chávez anunció que iba a dejar de subsidiar la importación de whisky. Sin embargo, no pudo llevar a la práctica esta iniciativa, me cuenta Ortega, porque quienes más consumen esta bebida son precisamente los hijos mimados del régimen: los militares.

Otra gran paradoja la señala un estudioso de la pobreza en Venezuela, el investigador Luis Pedro España: "Aquí puedes conseguir en los supermercados salmón, caviar, vinos y whisky, pero no consigues leche, y a veces no hay huevos ni aceite ni azúcar ni arroz ni caraotas. Vas a un concesionario y consigues un BMW o un Hummer, pero no un carro popular. No se está produciendo". Lo más grave es que estos Hummer no los están comprando los mafiosos, como sucede en Colombia, ni los nuevos ricos, como pasa en Miami. En Venezuela, me dice el conductor de Luis Tascón, un famoso diputado de la Asamblea Nacional, hay diputados distintos a su jefe que "con el mismo sueldo de él, que es menos de cinco millones de bolívares al mes, ya tienen Hummer, y casa en los barrios más ricos del este". Evidentemente el dinero del petróleo no termina solamente en las misiones y en los barrios populares, y aunque personalmente nadie acusa a Chávez de corrupción, sí hay muchos corruptos en el movimiento bolivariano. Y el desabastecimiento de leche no es un invento de la oposición: estuve en muchas tiendas y supermercados y en ninguno había leche. Los productores prefieren producir quesos o yogurt, cuyo precio no está controlado, que vender la leche a pérdida, según valor que fija el gobierno.

A nivel personal, quizá lo que menos convence en el comportamiento ético del Presidente sea la situación de sus familiares más cercanos. Uno de sus hermanos, Adán Chávez, es Ministro de Educación, y su padre, Hugo de los Reyes Chávez, es gobernador del estado de Barinas, la región natal del Presidente. Mari Pili Hernández los defiende: "El primero es un técnico y un filósofo, y el padre fue elegido por voto popular". Pero otros de sus hermanos trabajan en bancos de fomento del Estado o en el s ervicio exterior. Y hay una contradicción aún más compleja: mientras el Presidente se empeña públicamente en perseguir el latifundio, otro de sus hermanos es dueño de grandes extensiones y ha aumentado el tamaño de sus haciendas en la misma región de Barinas, al amparo del gobierno.

Los militares

Otro tema complejo es el del papel que juegan los militares dentro de la revolución bolivariana. La mitad del gabinete ministerial está ocupada por militares activos o en retiro. Hay también varios gobernadores de los estados que son o fueron militares. Quizá el más célebre de todos ellos sea el general Diosdado Cabello, actual gobernador del estado de Miranda, de quien se dice que, después de Chávez, es el hombre más fuerte de la revolución, sobre todo por el tamaño de su riqueza personal. Esta riqueza según el almirante en retiro Rafael Huizi, ex embajador en Portugal, "tiene tentáculos en medios de comunicación, a través de testaferros libaneses. Es el poder tras el trono, y ha conseguido poner de ministros a muchos oficiales de las Fuerzas Armadas de su misma promoción".

El único militar que era capaz de llevarle la contraria al presidente Chávez dentro del consejo de ministros, y el único que se opuso a cumplir la orden de repetir la nueva consigna importada de Cuba para el Ejército ("Patria, socialismo o muerte"), es el general Raúl Baduel. Este Ministro de Defensa de Chávez, que cayó en desgracia hace poco por sus posiciones independientes, tiene los más altos pergaminos dentro de la revolución, pues fue uno de los tres oficiales que hicieron con Chávez el famoso Juramento del Samán de Güere (un árbol en cuya sombra estuvo el Libertador). Ese juramento del año 83, se supone que es el origen del movimiento bolivariano.

Pues bien, el general Baduel es en este momento la peor espina en el costado del Presidente. Según sus propias palabras, la reforma constitucional propuesta por Chávez es una traición a aquel juramento original. En medio del altar sincrético desde donde despacha en su oficina, y donde hay vírgenes, budas, espadas de samurai, figuras del Tao, santos del santoral, levanta sobre su pecho el librito azul con la Constitución de 1999. Para él esa es la Constitución que consigna aquellos sueños. Habla con voz pausada y mide cada palabra que dice. Al verlo, nadie dudaría que es capaz de decirle a Chávez la verdad. Para él, "el anhelo de nuestro juramento está recogido en la Constitución vigente. Anhelábamos una democracia más profunda, con mayores niveles de inclusión social. La reforma planteada, de concretarse, es una usurpación del poder, un fraude constituyente y un golpe de Estado. Es un golpe tan grave como el que se cometió contra Chávez en el año 2002".

Todas las críticas del general Baduel a la reforma que Chávez someterá a referendo fueron expresadas frente al mismo Presidente el día de su renuncia en un discurso que luego fue publicado por orden del gobierno. Publicado con algunas modificaciones, eso sí, que no fueron consultadas con el autor y de las cuales la que más le duele al general está en el último párrafo. Baduel, después de oponerse al acento socialista que está tomando el movimiento bolivariano, se despedía pidiendo que "Yahvé, Elohim de los Ejércitos, Supremo hacedor de todas las cosas, bendiga y guarde a la República Bolivariana de Venezuela". Esta invocación, tan importante para un hombre piadoso como él, fue sustituida en el impreso por la nueva consigna bolivariana: "¡Patria, socialismo o muerte!". Una ironía o un castigo, pues el general fue el más acérrimo opositor de esta consigna.

El 21 de noviembre asisto a las dos manifestaciones estudiantiles organizadas a favor y en contra del gobierno. Al mediodía voy a la marcha por el sí y noto que los estudiantes vestidos de rojo y partidarios de la reforma constitucional, son en buena medida bastante mayores. Quienes se encargan de la agitación desde los micrófonos, son cincuentones. Le hago este comentario al diputado Tascón, que tiene la respuesta en la boca: "Lo que pasa es que en nuestra revolución estamos educando a los mayores; también ellos son estudiantes, y no son hijos de papi, como los otros".

Más tarde voy a la manifestación de los hijos de papi. Son, en su gran mayoría, estudiantes de la UCV, la Universidad Central de Venezuela, una institución pública equivalente a nuestra Universidad Nacional. En las recientes votaciones para elegir representantes estudiantiles, los movimientos contrarios al gobierno ganaron por una mayoría abrumadora. Su marcha y sus consignas no me parecen de hijos de papá. Insisten en la no violencia y protestan contra la reelección indefinida, contra las regiones en que será dividido el territorio, contra las reformas que lesionan la autonomía universitaria. El presidente Chávez, ante estas críticas, los acusa de ser fascistas y lacayos del Imperio. Además asegura que se drogan antes de salir a la calle.

Tal vez la más grave de estas acusaciones sea la de fascistas, pues en sus célebres interpelaciones contra España gritadas en Santiago de Chile, el presidente Chávez afirmó que "los fascistas no son seres humanos". Es difícil encontrar una afirmación más fascista que esta. Cuando se despoja de su humanidad al adversario político, y cuando el grito de guerra dice que "sólo nosotros somos gente (Ana karina rote)", cobra mucho sentido una de las consignas que oí en la marcha de los estudiantes de la Universidad Central. "¡No a la violencia, no nos disparen, también nosotros somos gente!".