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Viaje al infierno

¿Por qué las Farc asesinaron a sangre fría a 34 campesinos? SEMANA estuvo en La Gabarra, Norte de Santander, escenario de la matanza.

20 de junio de 2004

Hasta el ventilador es tá quieto en La Gabarra. Hay silencio en el estrecho cuarto de la funeraria del pueblo. En el suelo hay 34 cadáveres aún con las humildes ropas que vestían cuando los sorprendió la muerte: pantalones cortos, raídos, enfangados. Ni en el último instante de sus historias hallaron la dignidad de un ataúd. Están envueltos en sus chinchorros de colores que se confunden con la sangre. Yacen descalzos pues dormían en el instante del ataque. Eran raspadores de hoja de coca y fueron asesinados a sangre fría por las Farc.

Formaban parte de estrato más pobre del campesinado colombiano. Eran pobres entre los pobres. Al punto que despectivamente se les llama raspachines. Su educación es nula; sus ganancias, míseras y su única fortaleza son sus gruesas manos amarillentas y encalladas, adiestradas para arrancar de los arbustos hasta seis arrobas diarias de hoja.

En este caso, era un grupo de 46 personas, 40 hombres y seis mujeres. El mayor tenía 45 años. El menor, 16. El múltiple asesinato fue a las 4 y 15 de la mañana del martes 15 en la finca La Duquesa, en el cerro Pico de Águila, en las profundidades de la selva del Parque Nacional Motilón Bari. Un territorio espléndido y rico en diversidad aunque conocido en el país porque pertenece al corregimiento de La Gabarra, de Tibú (Norte de Santander), donde los grupos armados ilegales libran una sangrienta guerra a muerte.

Aunque hay sembrados con productos de pancoger, lo que abunda es la coca. Según el gobierno aquí hay 12.000 hectáreas de coca, aunque fuentes de la región estiman hasta 30.000 hectáreas. Lo cierto es que quien tenga la coca tiene el poder. En 2002, el entonces comandante de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Carlos Castaño, confesó públicamente que el 70 por ciento de las finanzas de su organización provenían de la zona del Catatumbo. Esta debe su nombre al río que nace en la provincia de Ocaña y desemboca en el lago de Maracaibo. De aguas bravías, la corriente corta al norte del departamento en dos. Hoy las Farc están replegadas río arriba y las AUC extienden sus dominios río abajo.

La masacre ocurrió río abajo. En una finca de propiedad de una mujer paramilitar conocida como 'La Viuda', que había traído a los raspadores de coca dos semanas atrás. Las Farc entraron hasta allí en canoa, en un desplazamiento sigiloso. En la oscuridad de la noche y en un acto rápido fueron fusilando uno a uno a los campesinos. En breves minutos los despertaron, los dividieron en grupo, los amarraron y les dispararon después de ponerlos de rodillas. Fue una acción casi mecánica, como de rutina. Pues a medida que disparaban entre ellos hablaban de asuntos cotidianos. "¿Cómo está tal?" "¿Cómo le van las cosas a fulano?". En ningún instante se permitieron dudas y menos se dejaron asaltar por la clemencia.

La matanza fue osada y desafiante pues la hicieron a sólo 30 minutos de uno de los campamentos paramilitares, que según los pobladores está cuesta arriba. Los 30 o más paras que tenían la misión de custodiar las 600 hectáreas de la finca no pudieron hacer nada, pues estaban separados por una barrera boscosa y de difícil acceso. El enemigo los había sorprendido.

¿Por qué la masacre? SEMANA les preguntó a varios de los sobrevivientes y a otros raspadores de hoja de coca que allí laboran. Ninguno halló respuesta. Hablan con frases breves, simples. Trabajan para comer. No saben de política y sólo se guían por su intuición. Cuentan que llegan a las fincas de los paramilitares y evitan cualquier alusión a las guerrillas mientras trabajan con el sol en sus espaldas. Y cuando arriban a las tierras controladas por las guerrillas no mencionan para nada a los paramilitares mientras van de mata a mata llenando los costales. Las víctimas eran como ellos: nómadas que se desplazan de cultivo en cultivo recogiendo la cosecha de la hoja maldita. No llevan siquiera un machete pues todo lo hacen con sus gruesas manos.

Por eso estaban desarmados. Su estado de indefensión en el momento del ataque era absoluto. La Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos calificó de "crimen de guerra" este hecho. Esto es un golpe político más a las Farc porque les deslegitima el discurso y les eleva el rechazo y desprestigio internacional. Por si fuera poco, esta acción criminal profundiza su aislamiento con el resto de la sociedad colombiana y con los sectores sociales que ellos dicen defender. Pero las Farc ni siquiera tuvieron en cuenta esta condición a la hora de pronunciarse públicamente sobre el hecho. Por el contrario, llamaron a los campesinos muertos "perros de la guerra". Para ellos eran paramilitares.

"Esa masacre es la muestra clara de que las Farc quieren recuperar los campos cocaleros del Catatumbo", explican las autoridades militares y de policía que llegaron en sus helicópteros a recoger los cuerpos. "Más que recuperar lo territorios, dice Wilfredo Cañizares, de la Fundación Progresar, una ONG experta en el conflicto en Norte de Santander, lo que las Farc podrían estar buscando es propinarles un golpe económico a las AUC". Según él, con la masacre las Farc envían un mensaje de terror a los campesinos raspadores de hoja de coca. Estos naturalmente salen espantados de los territorios controlados por las AUC. Lo que en la práctica significa cortar la mano de obra del primer eslabón de la cadena del narcotráfico. Sin hoja no hay coca. Sin coca no hay plata. Eso lo saben bien las Farc, que vieron llegar aquí en 1980 a los narcotraficantes a montar el negocio. De un día para otro, en este pueblo de una sola calle y con las necesidades básicas insatisfechas vivieron la insólita paradoja de que los víveres, el papel higiénico y el pan de cada día se pagaban en dólares.

La ley del monte

La guerrilla en un principio vio florecer en la distancia el próspero negocio, pero después decidió sacar tajada pues al fin y al cabo ellos eran aquí la ley ante la ausencia del Estado. Hasta 1999 las Farc ejercían una especie de aduana en toda la región del Catatumbo. En La Gabarra, por ejemplo, un miembro de las Farc llamado por los lugareños 'La Vaca' se sentaba plácidamente en la calle que da al río San Miguel. Ubicaba una mesa con un cuaderno escolar y varias cajas de cartón a su lado. Los cultivadores llegaban en canoa con la droga procesada a las que bautizaron las panelas. Cada una en promedio pesaba un kilo.

-¿Cuánto traen? -preguntaba 'La Vaca'.

-Dos kilos. -Él anotaba en el cuaderno y cobraba el impuesto. Echaba el dinero en las cajas. Así, hasta que en cada fin de semana llenaban varias. Los cultivadores podían seguir su camino y buscaban la mejor oferta, que hacían extraños que a su vez también les pagaban un impuesto a las Farc. Los compradores llegaban aquí a través de trochas en lujosas camionetas. Los altoparlantes sonaban a todo volumen con música festiva y alegre. El bullicio se vivía bajo los fusiles de las Farc.

Así fue hasta mayo de 1999, cuando llegaron las AUC. La gente aún recuerda el día en que entraron 800 hombres fuertemente armados que venían desde el sur del Cesar. Hicieron un recorrido de 12 horas, en carros que pasaron raudos frente a estaciones de policías y bases militares sin que nadie los detuviera. Algunos testimonios dicen que salieron de haciendas del municipio de San Alberto y entraron al Norte de Santander por Ocaña, Convención, El Tarra y Tibú. Ya en Tibú se internaron en la vía a La Gabarra.

La Defensoría del Pueblo estima que en el solo ingreso y posicionamiento mataron a 147 personas. Esto duró seis meses. Luego el nombre de La Gabarra trascendió en el ámbito nacional por el alto número de masacres y asesinatos selectivos. Las AUC, bajo el mando de Armando Alberto Pérez Betancur, alias comandante 'Camilo', se establecieron en la zona definitivamente.

Con epicentro en La Gabarra empezaron a extenderse por el resto del departamento. Cinco años después están desde Cúcuta, la capital, hasta los más perdidos caseríos. Son los señores que manejan las carreteras, las vías de acceso y los grandes núcleos urbanos. Ante la ofensiva, las Farc y el ELN, una guerrilla que tuvo en su momento aquí uno de sus santuarios, se replegaron a otras zonas más selváticas en las profundidades de las montañas. Un estudioso del fenómeno de la violencia en la zona dice que en su expansión, las AUC incluso llegaron hasta más allá de las fronteras y hoy aprovechan la empatía con muchos ganaderos antichavistas del estado Zulia que durante años también fueron duramente golpeados por la guerrilla.

Hace unos meses las Farc hicieron correr el rumor del regreso. "Aquí va a ocurrir algo grave", escucharon muchos pobladores. La versión llegó hasta un médico en Bucaramanga que por casualidad un día atendió a una paciente que vivía en el área. Él puso la alerta ante inteligencia del Ejército, según su propio testimonio. Similar alerta hizo la Asociación para la Promoción Social Alternativa Minga el 25 de mayo. La vida pareció seguir su curso normal pero llegó el brutal ataque.

Las cosas seguramente ahora van a empeorar. En el área se asegura que la autodefensa no se va a quedar quieta. Y la gente aquí tiene una vasta experiencia en las más siniestras técnicas de la guerra. Por ejemplo, en varios sitios se dice en voz baja que además de 'Camilo' en este lugar está un primo de Salvatore Mancuso, hoy máximo líder de las AUC. Y las autoridades oficialmente hablan de la presencia de Jorge Iván Laverde Zapata, alias 'La Iguana', 'Sebastián' o 'Raúl'. Es posible que estos comandantes del Bloque Norte de La Gabarra de las AUC a esta hora estén preparando el contraataque.

Tiempos de venganza

Las preguntas son obvias. ¿Contra quién dispararán las AUC? ¿Contra los recolectores de coca que trabajan en las áreas controladas por las Farc? Porque en la zona la gente vive es de eso. Nadie ha pensado en sembrar otra cosa que no sea la coca, pues los grupos armados ilegales controlan la siembra, la producción y la venta, además son los mayores empleadores de una tierra olvidada por el Estado.

"Además de la coca, lo único que aquí abunda es la miseria", dice un poblador. Su frase coincide con un informe de Planeación Nacional según el cual, con excepción de Cúcuta, todos los municipios del departamento están por debajo del número 700 en la escala de desarrollo. "El sector de la educación está por debajo del nacional en todos los niveles", asegura el informe. En la mayoría de veredas aún hay algunos que ni siquiera tienen luz eléctrica.

Entre esta pobreza y ausencia del Estado abundan las armas. Hoy las AUC tienen concentrados más de 1.200 hombres en Catatumbo, mientras que las Farc, el Eln y el Epl llegan a 600. La guerrilla fuerte es sin embargo las Farc. "La debilidad del Epl ha ocasionado que tenga que unirse al Eln en diciembre, lo que significa que este grupo insurgente desaparecerá definitivamente en Norte de Santander", dice un experto en el tema. "Estos, a su vez, se pasarán para las Farc". Por eso se rumora que el Secretariado envió a Germán Briceño, 'Grannobles', hermano del 'Mono Jojoy', para hacerle frente a esta nueva guerra.

La única certeza por ahora son las palabras del obispo Camilo Castrillón, de la Diócesis de Tibú: "Aquí se siembra coca y se recogen muertos". El eco de sus palabras se escucha nítido, entre el sopor del medio día, donde yacen 34 cadáveres únicamente cubiertos por sus chinchorros.