OBITUARIO
El sentido adiós a Vicente Casas
Su sobrino Miguel Soto Casas lo recuerda en este texto como el representante de "esa estirpe en extinción de los caballeros bogotanos a la antigua, marcados por la elegancia, la discreción y el fino sentido del humor".
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La primera palabra que salta a la mente cuando uno piensa en mi tío? Vicente Casas es ‘cachaco’. Él representaba esa estirpe en extinción de los caballeros bogotanos a la antigua, marcados por la elegancia, la discreción y el fino sentido del humor. Pero Vicente era mucho más que eso. Fue visionario, talentoso, generoso y soñador.
Desde muy joven mostró inquietud por el mundo de los negocios. “En que estará metido Vicente”, fue una frase común de oír por parte de sus colegas y competidores en los pasillos del Jockey o del Gun. En todo caso, aunque no todo el mundo sabía en qué estaba en ese momento, por lo general todo le salía bien. Era metódico, estudioso e impulsivo, lo cual le permitió ser un triunfador en el mundo de los negocios, aptitud que definitivamente no adquirió por herencia.
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Gran parte de su popularidad obedeció a que a su fina estampa le agregaba una personalidad coqueta. Su gran sentido del humor alegraba cualquier reunión. Pero también era un hombre de convicciones. Sus opiniones casi siempre godas, esas sí por herencia, las presentaba en una forma locuaz y contundente. Tímido definitivamente nunca fue.
Ser el penúltimo de una familia de 14 hijos marcó su vida. Con los años pasó de ser uno de los chiquitos de la casa al protector de varios de sus hermanos y sobre todo de sus hermanas. Era uno de los ejes que mantenía unida a esa familia extensa y multifacética que son los Casas.
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Pero aunque llegó a los 78 años, siempre tuvo una franja encantadora y juvenil en su personalidad. Soñaba con cosas grandes y pequeñas. Humphrey Bogart e Ingrid Bergman eran una de sus pasiones. Ese Café de Rick en la película Casa Blanca siempre fue un referente en su vida, así como la inmortal canción de esa gran historia de amor, As Time Goes By.
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Su último sueño y acto de humanidad lo dirigió hacia la Fundación Cardioinfantil. Allí, al lado de sus amigos cercanos y de los doctores Cabrera, dedicó gran parte de su energía y de su corazón a lograr que ese centro médico se convirtiera en lo que es hoy en día: un ejemplo para todo el continente.
Sin embargo, todo lo anterior tenía para mi tío menos peso de lo que representaba su familia. En las buenas y en las malas esta fue siempre su prioridad. Hace cerca de medio siglo, cuando era considerado uno de los mejores partidos de la sociedad bogotana, conquistó el corazón de Sylvia Bonet Uribe con quien compartió el resto de su vida. Con ella formaron un gran hogar, rodeado de sus hijos Lina, Vicente, Laura, Héctor, Cristina y Juan Pablo, quienes hoy tienen el orgullo y el reto de prolongar su estirpe.