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Más de mil personas participaron en la vigilia. | Foto: Cristian Leguizamón

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El día que las FARC oraron con los evangélicos y católicos

Semana.com estuvo en una de las jornadas de oración que impulsó la guerrilla en el sur del Tolima, allí donde nacieron las FARC. ¿Qué buscaban?

José Guarnizo*
2 de noviembre de 2016

Al comandante ‘Maicol’ lo entrenaron para repeler ataques del Ejército desde los filos brumosos del sur de Tolima, pero no para pararse a hablar delante de mil cristianos dispuestos a orar toda la noche.

Ese día, dentro de una carpa que armó la comunidad en la vereda San Miguel, de Planadas, Tolima, a ‘Maicol’ le temblaron las manos mientras sostenía una carta que leyó con voz entrecortada. Uno de los hombres con más cancha militar del frente 21 de las FARC en ese momento era un manojo de nervios.

Aun así, ‘Maicol’ habló, delante de los feligreses y un sacerdote católico, con ese acento campesino de los que saben cultivar frijol, maíz, y café, que es lo que brota fácil en las sierras de Gaitania, a orillas del río Atá, donde tuvo lugar la vigilia y donde las FARC comenzaron esta historia que ya ajusta 53 años.

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Desde por la tarde, a ‘Maicol’ se le percibía inquieto. Mezclado entre la multitud de campesinos e indígenas que llegaban por manadas en jeeps Willys, este comandante de 28 años –ingresó cuando tenía 13- se cambió tres veces la gorra y dos el poncho. Parecía estar siguiendo una regla de mimetismo.

Bajó de la montaña vestido de civil, esquivando miradas, preguntando si era verdad que el Ejército había estado vigilando la vereda desde las 4 de la mañana. “A nosotros no nos han levantado las órdenes de captura. En cualquier momento uno pasa por un retén, le piden la cédula y lo dejan”, dijo mirando una y otra vez el teléfono celular.

Desde cuando ganó el No el plebiscito, el secretariado de las FARC comenzó a impulsar vigilias en las zonas en las que hacen presencia todos sus frentes. Algunos guerrilleros de base dijeron que se trató de una lección que aprendieron tarde: la obligación de tener que llegar a las comunidades evangélicas, cristianas y católicas, ese nervio social que domina los rincones más apartados del país.

Fue también el primer experimento político de la guerrilla en terreno desde cuando se firmaron los acuerdos de La Habana. Las FARC se empecinaron en agrupar comunidad de distinta índole. Y para ello, en San Miguel mataron una vaca y una decena de gallinas como para que ninguno de los orantes y visitantes se quedara sin comida.

Ni Timochenko, ni Iván Márquez, ni Pablo Catatumbo, ni Pastor Alape perdieron oportunidad en Twitter para convocar a la vigilia. Ocho días duraron los cuadros guerrilleros -junto con la comunidad y organizaciones sociales- mandando mensajes que se esparcieron montaña arriba para enterar a feligreses, campesinos e indígenas.

San Miguel era el centro de las balaceras

La vigilia en San Miguel tenía una doble connotación. A pocos kilómetros está Marquetalia, la emblemática vereda en la que Manuel Marulanda Vélez, ‘Tirofijo’; Luis Alberto Morantes, ‘Jacobo Arenas’, y 48 familias más tomaron las armas por primera vez para enfrentarse con el Estado.

Pero en todo el corregimiento de Gaitania –donde se ubican Marquetalia y San Miguel- el nacimiento de las FARC no es una simple reseña que se puede leer en Wikipedia. Medio siglo de guerra no ha pasado en vano. José Yamith Garzón, el presidente de la junta de acción comunal, tiene muy presente el mes de mayo del 2014. Ese día, en la vereda explotó una vivienda con una niña de 3 años adentro.

“Alguien estaba manipulando pólvora y la casa estalló. Eso nos marcó a todos. Pero no sólo ha sido eso, también los enfrentamientos entre el Ejército y la guerrilla durante años”, dijo horas previas a la vigilia.

San Miguel es un pueblito alargado cuya calle principal parece una culebra abrazando la cordillera central. Es un lugar de topografía intrincada, lo que ha hecho más complejo el conflicto. Adelaida Bermúdez Alarcón recuerda que muchas veces el Ejército se metió a su casa para disparar hacia el cerro de en frente. “En una ocasión instalaron aquí una ametralladora M60. Otra vez nuestra casa quedó en medio de una balacera entre el Ejército y las FARC. Y yo estaba sola con mis hijas. No hicimos sino llorar”, dice.

Desde cuando comenzaron los diálogos en La Habana, en la zona cesó la violencia. A San Miguel ya se puede entrar sin tener que pedirle permiso a alguno de los bandos. Y eso, hace cuatro años era impensable. Lo dicen dos policías que caminan por las calles de Gaitania, allí por donde todos los días se ve deambular a Héctor Julio López, ‘Pote’, un supuesto hijo ‘Tirofijo’ con secuelas de meningitis. “En otra época usted no nos hubiera podido ni saludar”, dice uno de policías.

‘Maicol’ estudió hasta quinto de primaria. Su inaugurada en la vigilia –eso de tener que hablar en público antes de una eucaristía, de una oración colectiva- pudo haber sido su acto de iniciación en la política. “Desde cuando nosotros declaramos el cese del fuego unilateral, podemos decir que estamos concentrados en seguir educándonos, porque ni en la civil ni en la guerra teníamos esa oportunidad”.

¿Y qué estudian? ‘Maicol’ dice que las tropas del frente 21 dedican varias horas al día a examinar los acuerdos. “Estamos mirando todo lo bueno que tiene lo que los comandantes pactaron en La Habana. Y también estudiamos todo lo que tiene que ver con disciplina: portarnos bien con el pueblo, seguir las normas”, dice.

Aunque ‘Maicol’ respondía en el frente por las ofensivas militares, dice estar jugado –sin regreso- por el acuerdo de paz. “La guerra deja recuerdos que uno no quisiera ni tenerlos. Porque es muy dura, ver compañeros muertos en combate, heridos, porque al fin y al cabo la guerra nunca deja nada bueno. Y en este país lo único que ha dejado es desgracia”. Lo dice, acomodándose el poncho y evocando a un hermano que murió en un combate con el Ejército hace diez años. Ambos se enrolaron siendo prácticamente unos niños.

Pero ‘Maicol’ dice no saber exactamente cómo se hace la política. Ni tampoco sus compañeros de filas. Tal vez por eso se cuida de no aventurarse a adivinar cuál será su papel en la organización si se llega a refrendar el acuerdo con el Gobierno. “Hay que estar preparado para lo que los mandos digan, o los líderes en ese momento. Poder aportar y seguir luchando, pero pacíficamente para cambiar este país”.

Comenzada la media noche, la carpa estaba abarrotada. En días en que las balas ya no suenan, la vigilia fue todo un suceso en San Miguel. En las tiendas prohibieron vender cerveza como para darle un aire más solemne a la reunión. Tal como lo habían calculado, nadie se fue sin comer carne, sin orar –al modo de cada quien- hasta llegar el amanecer.

Al comandante ‘Maicol’ ya no se le vio al día siguiente. Un par de vecinos dijeron que se había devuelto para el cerro, seguramente con otro poncho, con otra gorra, a encontrarse con sus hombres, a esperar, a mirar qué se hace mientras llegan las señales de La Habana.

*Periodista de Semana.com