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Murcia comenzó desde muy joven en el mundo de las esmeraldas en Boyacá y lideró uno de los bandos en la sangrienta guerra de los años 80. Tras firmar la paz, la defendió hasta su muerte,a pesar de las amenzas que había en su contra.

JUSTICIA

¿Volverá la guerra verde?

El asesinato de Luis Murcia alias el Pequinés pone fin a la era de los viejos zares de las esmeraldas y deja abierta una guerra en la que no se sabe qué va a pasar.

13 de septiembre de 2014

Si la Iglesia Católica y otros expertos aún tenían dudas de si en torno al negocio de las esmeraldas había o no una nueva guerra, estas quedaron totalmente disipadas el pasado viernes cuando un grupo de pistoleros asesinó a Luis Eduardo Murcia Chaparro, alias el Pequinés, el último de los capos y zares de las esmeraldas del país.

Este hombre había sido, junto a Víctor Carranza y Gilberto Molina, protagonista de la guerra verde de los años ochenta que dejó miles de muertos en Boyacá y Cundinamarca, pero después también fue uno de los líderes que firmaron en 1990 la paz que se mantuvo, con altibajos, hasta el día de su muerte.

Su asesinato está rodeado de misterios que tienen desconcertadas a las autoridades. Murcia estaba en una finca en la vereda La Honda cerca del municipio de Arbeláez, Cundinamarca. Llevaba pocos días en ese lugar en el que lo vieron con un grupo de cuatro escoltas. En la mañana el cuerpo fue encontrado con siete impactos de bala en medio de un cafetal cercano a la vivienda en donde se estaba quedando. Allí hallaron dos pistolas y una camioneta con blindaje nivel cinco, el más alto. Sin embargo, inexplicablemente hasta el cierre de esta edición nadie sabía del paradero de los escoltas del esmeraldero o por qué no había señales de intentos de defensa, de acuerdo con las investigaciones de la escena del crimen

El Pequinés forjó su propia historia. Nació en una familia campesina, humilde, en la vereda Piedra Gorda, en Chíquiza. Muy joven comenzó a trabajar en los cortes de esmeralda hasta que logró armar el capital suficiente para trabajar en sus propios cortes en Coscuez.

Fueron famosos La Marranera y El Porvernir, tan ricos en esmeraldas como lo sería La Pita. Cuando el Mexicano entró a la zona y se desató la guerra, el Pequinés tomó las armas detrás de su hermano mayor, Carlos Murcia, alias Garbanzo, en unión con otras familias. Solo mencionar el nombre del Pequinés generaba terror en las poblaciones de Otanche, Borbur, Santa Bárbara y Pauna, pero a la vez era considerado redentor y defensor de Coscuez.

Cuando su hermano mayor fue asesinado, se dice que esmeralderos, al parecer del grupo de los Murcia, en alianza con el Mexicano, realizaron el operativo en el que resultó muerto Gilberto Molina y varios de sus guardaespaldas en una finca en Sasaima. Aunque esto nunca quedó claro, lo cierto es que fue definitivo para ponerle fin a la guerra. Carranza y el Pequinés, a la cabeza de los dos bandos en guerra, sellaron y garantizaron la paz.

Para que esta fuera durable, se dice que Carranza le dio la mitad de la mina de Coscuez y una parte de Esmeracol, que Murcia terminó repartiendo entre las familias que le ayudaron a ganar la guerra. Curiosamente, Pedro Orejas, a quien se sindica de poder estar detrás de su muerte, fue formado por los Murcia como uno de sus hombres de seguridad.

Amante de los gallos y de las rancheras, el Pequinés decidió alejarse hace un par de años de la zona esmeraldífera por las amenazas que había en su contra y la de otros viejos líderes, y pidió a las autoridades actuar para detener el derramamiento de sangre.

La génesis de esta guerra se remonta a mediados de 2000, cuando en la zona esmeraldífera apareció, de la mano de Pedro Rincón, un hombre llamado Yesid Nieto, con una fortuna producto del narcotráfico. De un momento a otro, se presentó ante los medios y la comunidad como representante de una nueva generación de esmeralderos, así no hiciera parte de las familias tradicionales, y se autoproclamó nuevo zar de las esmeraldas, en abierto desafío a Carranza.

Nieto llevó a la zona al paramilitar Freddy Rendón, alias el Alemán, quien frente al temor de que Carranza y otros zares lo mataran, envió un grupo de paramilitares que creó el Bloque Héroes de Boyacá-Urabá. El objetivo de los dos era quedarse con el negocio de las esmeraldas, tal y como lo intentó en su momento Gonzalo Rodríguez Gacha. A esa intención se atravesaron los Viejos, como les decían a Carranza, Murcia y otros capos del negocio. Este grupo paramilitar dejó más de 150 muertos, totalmente documentados, en el occidente de Boyacá.

Nieto sobrevivió a dos atentados en 2006 y finalmente fue asesinado en Guatemala en 2007, pero según varios testigos, Pedro Rincón decidió quedarse con ese poder y convertirse en un nuevo zar.

Además de las diferencias militares, también se presentaron problemas en los negocios. Carranza y sus socios, dueños de la mina Cunas, hicieron un pacto con el clan de Rincón y sus hermanos, dueños de la mina La Pita, para explotar en conjunto una veta que se encuentra entre las dos minas conocida como Consorcio. La paz no duró mucho. Rincón fue acusado de tratar de sacar provecho al explotar más allá de los límites establecidos. Carranza y sus socios optaron, entonces, por cerrar e impedir la exploración allí. La decisión del zar tuvo consecuencias que no se hicieron esperar.

En julio de 2009 y marzo de 2010 Carranza fue objeto de dos cinematográficos atentados en Meta, con cohetes, granadas y fusiles. Como responsable de esos ataques fue señalado Pedro Orejas, quien habría realizado una alianza con los paramilitares de alias Cuchillo y el narcotraficante Daniel ‘el Loco’ Barrera, para sacar del camino a Carranza. Paras y narcos ya han declarado en diferentes procesos sobre sus presuntas alianzas con Orejas, a quien por otros supuestos delitos lo tienen hoy detenido.

Aunque varios protagonistas y sectores nunca quisieron hablar de guerra, es claro que ya hay, según expertos, más de 100 muertos, de bando y bando, además de Yesid Nieto. Por ejemplo, en junio de 2012 fue asesinada en Boyacá Mercedes Chaparro, mano derecha del zar de Carranza. Y en octubre Hernando Sánchez, uno de los socios de Carranza, recibió 11 disparos a finales de 2012 en la Zona Rosa de Bogotá, a los que sobrevivió milagrosamente.

A finales del año pasado, en hechos aún confusos en el que murieron varias personas, Pedro Orejas y su hijo Pedro Simón de 22 años resultaron heridos. El joven no logró recuperarse y murió a comienzos de este año.

En junio fue asesinado Martín Rojas, otro de los líderes que firmó la paz en los noventa, al salir de una gallera en la avenida Primero de Mayo con la Boyacá. A estos crímenes y muchos más, que algunos calculan en más de 100, se suma ahora la muerte del Pequinés.

Ahora que los tres viejos y líderes de la zona esmeraldera, Carranza, Murcia y Martín Rojas están muertos, hay grandes temores de que se desate una guerra total entre los bandos y las familias.

Hace tan solo dos semanas, los jefes esmeralderos, incluido Murcia, presentaron 15 denuncias ante la Fiscalía en las que alertaban al ente investigador y le pedían actuar frente a la existencia de una lista negra de empresarios que serían asesinados. “Se ha conocido de la utilización de varios grupos de sicarios, vehículos, armamento de uso privado con munición capaz de atravesar chalecos y vehículos blindados, explosivos y toda una organización criminal para atentar contra la vida de mi cliente y de su familia”, dice uno de los apartes de la denuncia presentada por el abogado de Hernando Sánchez. Los 15 comerciantes anexaron en su petición fotos y nombres de los sicarios que atentarían contra ellos como parte de un presunto plan de ataque masivo. En sus cartas les pedían, adicionalmente, al gobierno y a la Iglesia intervenir inmediata y urgentemente para evitar que se consolidara el plan. Nadie hizo nada.

Lo que más sorprende es que el Estado ha sido un espectador en todo lo que ha ocurrido en los últimos años. ¿Será que ahora sí decidirá tomar medidas o cuántas muertes más tendrán que ocurrir?