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La intensa pugna por la presidencia del Senado evidencia nuevamente la fragilidad de la bancada uribista

9 de mayo de 2005

Aunque faltan más de dos meses para la elección del próximo presidente del Senado, la pelea ya está al rojo vivo. Claudia Blum y Luis Guillermo Vélez, ambos uribistas, están enfrascados en una dura disputa para encabezar la última sesión ordinaria del actual cuatrienio, que será crucial para el balance final, en términos legislativos, del gobierno de Álvaro Uribe y del Congreso. Es decir, para candidatos que buscarán defender sus gestiones en la campaña que se avecina. Por acuerdo entre las mayorías, la presidencia le corresponde a un liberal uribista. Aunque Blum y Vélez cumplen con este requisito, cada uno de ellos descalifica al otro señalando que no lo cumple a cabalidad. Vélez insiste en que su competidora no es liberal. ?Entró al Congreso hace 15 años con la Nueva Fuerza Democrática y después hizo parte del movimiento de Ingrid Betancourt?, dice. Pero Blum defiende la legitimidad de la campaña que empezó hace un año. Insiste en que siempre ha tenido un talante liberal y que empezó su carrera como concejal de Cali en representación del partido, trabajó con Luis Carlos Galán e hizo parte de los liberales que apoyaron a Andrés Pastrana en 1994. Blum es uribista por derecho propio: acompañó al actual mandatario en su campaña. Y aunque quienes respaldan a Vélez no lo desconocen, insisten en que la parlamentaria no se merece la presidencia porque el senador Germán Vargas, que lidera Cambio Radical ?partido del cual ella es fundadora? ocupó este cargo entre 2003 y 2004. ?Es el peor argumento para bloquear la candidatura de Claudia. Entonces yo representaba a Colombia Siempre. Me vinculé formalmente a Cambio Radical en 2004?, afirma Vargas. Vélez tiene a su favor su amplia trayectoria y ejerce un cierto liderazgo entre los liberales que se desplazaron a las filas gobiernistas. Al fin y al cabo, fue jefe del oficialismo liberal. En su contra tiene el hecho de haberse postulado cuando ya había prácticamente un consenso a favor de Blum. Esta última tiene además el atractivo de que sería la primera mujer en ocupar el alto cargo en toda la historia de Colombia. El balance de fuerzas, al menos sobre el papel, está a favor de la senadora. Cuenta con casi la mitad del liberalismo uribista, de por lo menos 17 liberales oficialistas, de los senadores del Equipo Colombia, de los del Nuevo Partido y los del Polo Democrático. Quienes no han expresado públicamente si la apoyarán son los conservadores. A pesar de que Carlos Holguín y Ciro Ramírez la han respaldado, otros le cobran el voto en contra del artículo 64 del proyecto de justicia y paz del gobierno que les daba estatus político a las autodefensas. Los apoyos de Vélez provienen de liberales expulsados por el partido y de quienes estarán en su lista al Senado. Entre ellos, barones reconocidos como Aurelio Irragorri, Carlos García, Jairo Merlano y José Name Terán. Por su parte, el grupo uribista Colombia Viva se debate entre candidatizar a Dief Maloof o a Miguel de la Espriella. Aunque ninguno de los dos tiene fuerza, la postulación de cualquiera le resta más fuerza al uribismo que apoya a Vélez. En cuanto a las repercusiones de esta puja sobre la bancada uribista, han surgido inquietudes por la estrecha amistad política que desde hace años une a Luis Guillermo Vélez con Juan Manuel Santos, cuya función es coordinar todas las fuerzas gobiernistas, para lo que es indispensable la imparcialidad entre ellas. ?En vez de asumir el papel de coordinador de la bancada, Santos prácticamente se está convirtiendo en jefe de debate de la lista de Vélez?, dijo a SEMANA un senador uribista. Este episodio le deja nuevas preguntas al gobierno. La principal, qué hará para cohesionar su bancada en momentos en que el trámite de proyectos como la reforma pensional, el de justicia y paz y la ley de garantías exige la mayor agilidad. Frente a los candidatos a la presidencia del Senado, debe resolver cuál de los dos más poderosos le conviene más a su gestión. Más aún, si quiere dotar de legitimidad la eventual campaña por la reelección presidencial. No en vano, quien ejerza la presidencia del Congreso lo hará en un año, ante todo, electoral.