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Imagen actual de Yair Klein en su residencia localizada en la ciudad de Yafo, Israel

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Yair Klein cuenta su historia

El mercenario israelí que entrenó a los Castaño en 1988 dijo que vino a preparar campesinos para defenderse contra la guerrilla, sin saber que narcos y paramilitares estaban detrás. Aseguró que las autoridades de Israel y Colombia sabían y que los militares en Puerto Boyacá y el DAS le ayudaron. Extractos de un libro polémico.

18 de marzo de 2012

El militar israelí Yair Klein es una figura clave en los orígenes del paramilitarismo en Colombia. En 1988 en Puerto Boyacá, entrenó, entre otros, a los hermanos Carlos y Fidel Castaño y al sicario que asesinaría después a Luis Carlos Galán. Estuvo envuelto en una transacción de armas que terminaron en manos del Mexicano, el capo del cartel de Medellín, y en episodios truculentos e intentos de golpe de Estado en Honduras, Panamá, Líbano y algunos países de África. Fue procesado en ausencia en Colombia y condenado a más de diez años de prisión en 2001. Estuvo detenido tres años en Rusia, aguardando una solicitud de extradición de Colombia, y logró, a fines de 2010, ser enviado a Israel, donde vive ahora, tranquilo.
 
Allí, habló con Olga Behar y su hija Carolina Ardila, que publicaron, con su relato y el de otros personajes, el libro "El caso Klein. Los orígenes del paramilitarismo en Colombia", en el que el mercenario pide perdón y afirma que no sabía nada de paramilitares y narcotraficantes cuando vino, en 1988, a dar los tres cursos de entrenamiento que le valieron su condena. SEMANA publica extractos del libro que pronto estará a la venta en Colombia.
 
Comenzaba el año de 1988, cuatro meses después de mi primera visita a Colombia, y allí me encontraba de nuevo. El avión aterrizó en el aeropuerto Eldorado de Bogotá. Me recibió (Isaac) Shoshani (representante en Colombia de Taas, la industria militar israelí) con un hombre al que me presentó como Luis Meneses (alias Ariel Otero, teniente (r) del Ejército, segundo al mando de los paramilitares de Puerto Boyacá). Me explicó que era un oficial retirado del Ejército Nacional, que conocía a todo el mundo en la región y que sería mi guía en todo este proceso.
 
Una hora después, estábamos sentados en una de las mesas de un restaurante especializado en carnes en el centro de la ciudad. Hasta allí llegaron dos personas del DAS y el presidente del Banco Ganadero. Me dijeron que habían escuchado de mí, sabían que yo había venido antes y querían que yo entrenara a su gente en Puerto Boyacá: "En nuestra zona, la guerrilla ataca todo el tiempo las fincas; a todos los que usted va a entrenar son personas que ya han sido atacadas antes por la guerrilla".
 
A la mañana siguiente viajamos hacia Puerto Boyacá. La primera reunión fue con el alcalde y el presidente de la junta de Acdegam (Asociación Campesina de Agricultores y Ganaderos del Magdalena Medio), Henry Pérez (uno de los primeros jefes paramilitares en la región).
 
También estuvieron uno de los del DAS, Luis Meneses y el coronel de la brigada del Ejército de la zona. El alcalde nos agradeció por venir, nos explicó los problemas que tenían con la guerrilla, la situación de los campesinos; nos habló sobre el esfuerzo que estaban haciendo los campesinos para pagar el entrenamiento, sobre Acdegam y su relación con el Ministerio de Agricultura. Después, también me reuní con el comandante de la brigada.
 
Volví a Israel y de inmediato pedí una reunión con el Ministerio de Defensa, más específicamente con el Sibat (agencia a cargo de temas internacionales). Yo no podía hacer nada sin su permiso, pues estaba inscrito en el directorio de esa oficina.
 
En relación con los ganaderos, me dijeron: "Es tu problema, a nosotros no nos importa. Según la ley israelí, si le vendes pasta dental al Ejército, necesitas nuestro permiso; pero si entrenas civiles, no es nuestro problema. El problema es de Colombia".
 
Por el lado de Israel, ellos sabían que yo estaba en Colombia; el DAS sabía que estaba en Colombia; el Ejército sabía que estaba en Colombia. Y ahora dicen que estuve entrenando terroristas.
 
Un mes después de la entrevista con el Sibat viajé a Colombia.
 
Cada entrenamiento constaba de 30 personas, e hice tres entrenamientos. Eso suma solo noventa personas y ahora me acusan como si hubiera entrenado a millones.
 
Fui con tres adiestradores y cada uno de ellos recibió a diez personas como sus alumnos. Dos de ellos fueron los mismos las tres veces: Tzadaka Abraham y Teddy Melnik. El tercero, Amatzia Shuali, fue con nosotros las dos primeras veces. Los tres eran coroneles del Ejército de Israel.
 
Los escogí especialmente porque los tres hablan español. El único que no hablaba español era yo y luego dijeron que yo entrené a los combatientes directamente. ¿Cómo pude haberlo hecho si no podía hablar con ellos?
 
Cada curso costó 75.000 dólares. Haz la cuenta: 15.000 para los entrenadores. 5.000 para Dror Eyal (también hablaba español, había sido encargado de defensa de la Embajada de Guatemala y también lo conocí en el Tzavá), que se quedaba en Bogotá y era nuestra relación con Israel. Tuve que pagar 5.000 dólares –por cada uno de ellos– de seguro de vida. Agrégale que los pasajes costaron un promedio de 2.000 dólares cada uno. Además, en Israel tenía que pagar el 40 por ciento de impuestos.
 
Al final de los tres entrenamientos solo quedé con 36.000 dólares. Por una suma así de ridícula perdí toda mi vida.
 
Eran combatientes excelentes. Y muy obedientes, tanto, que hubo situaciones muy chistosas. Uno de los entrenadores salió a mostrar cómo era el ejercicio, se tropezó con una piedra y se cayó al barro. Todos los que salieron después a hacer el ejercicio hicieron las cosas de tal manera que se tropezaban con la misma piedra y se caían al barro. No importó cuántas veces dijimos que eso no era parte del ejercicio, que era un error del entrenador. Ellos siempre se tiraban al barro.
 
No recuerdo a ninguno de los entrenados. La verdad es que como yo no hablaba español, no tenía relación con ellos. (Le muestran una foto de Carlos Castaño, que participó en el primer curso). Ha pasado demasiado tiempo, usted dice que lo llamaban El Pelao (alias de Castaño). Le juro que no recuerdo ni siquiera ese apodo.
 
Todo el entrenamiento incluía lecciones de preparación para enfrentamientos de los alumnos contra combatientes de la guerrilla, y nunca de combatientes para matar a civiles, que fue lo que, desafortunadamente, al final hicieron. Nosotros supervisamos el entrenamiento para que los civiles se tomaran la ley en sus manos, así estaba convenido. El entrenamiento iban a tomarlo los campesinos, los civiles, porque el Estado no hacía su trabajo.
 
En este primer curso yo mismo vi cómo el Ejército, los soldados con los que nuestros alumnos jugaban fútbol durante los fines de semana, traían las armas y las municiones. Que incluían granadas. Todo ese material de guerra era facilitado por el Ejército de Colombia, para que los alumnos pudieran entrenar con armas y municiones de verdad.
Esa fue la idea por la que me llevaron: estás frente a los cuerpos estatales, ellos saben lo que estás haciendo allí y no te dicen que estás cometiendo una falta. Todos sabían que yo estaba allí, incluido el DAS.
 
No soy ingenuo, pero estoy convencido hasta el día de hoy de que en esa época, en ese período, eran idealistas. Pienso que hasta cuando los trajeron al curso, esas personas eran puras, pero después del curso, después de haber adquirido esa fuerza, se dejaron comprar para ser terroristas, creo que se corrompieron.
 
Lo cierto es que eso pasó con la aprobación de las autoridades colombianas. Y después de diez años, llegaron a la conclusión de que yo había hecho algo malo. (…)
 
Si hubiera sabido que había relación con terroristas o narcotraficantes, nunca en mi vida hubiera ido a Colombia, sin importar la suma que me ofrecieran y, como es obvio, menos con la risible cantidad que se me pagó. Mi sensación era que yo venía a prestar un servicio de defensa a la gente que estaba combatiendo a la guerrilla. Las personas que entrenamos eran campesinos. Tú diferencias entre un campesino y un combatiente.
 
Si, por ejemplo, hoy vengo a Israel y me encuentro con el comandante de las Fuerzas Armadas, con el ministro de Agricultura, con el alcalde de la zona donde voy a trabajar, y estoy pegado al Ejército en la zona donde ellos están, yo tengo claro que sí trabajo para ellos. Ahora, cuando me traen combatientes para entrenarlos, puede que los jefes de la droga más grandes del mundo estén ahí, pero si los lleva gente que pienso que es del gobierno, no voy a revisar uno por uno a ver quién es o qué es.
 
Lo que puedo ahora decir a los colombianos es que lo siento mucho, que me arrepiento de haber ido allá y que si alguien salió perjudicado por algo que hice sin querer, solo puedo pedirle perdón.
 
Hubo rumores de que los habíamos entrenando con explosivos para acciones terroristas. En los tres meses que transcurrieron entre el primero y el segundo curso, llegaron oficiales de unidades especiales británicas que, como nosotros, venían de las mejores unidades de su Ejército. Fueron ellos quienes entrenaron con explosivos. Ninguno fue llevado a la corte, no les hicieron absolutamente nada, porque a los británicos no les interesa Colombia, ni la gente con la que lo hicieron, y le tiraron todo el bulto a Israel.