La última espera de los Jara

Claudia Rugeles y Alan Felipe, esposa e hijo del ex gobernador del Meta, aguardan ansiosos su regreso.

Thomas Sparrow, enviado especial de Semana.com
1 de febrero de 2009

Villavicencio - Cuando Claudia Rugeles y su hijo Alan Felipe se enteraron de que las Farc iban a liberar a su esposo y padre, Alan Jara, volvieron a dormir tranquilos. En los días posteriores al anuncio de las FARC, Claudia repitió varias veces que en su vida ya no había tristeza sino inmensa paz. Alan Felipe sólo afirmó que, apenas supo que liberarían a su padre, pudo conciliar el sueño por primera vez en más de siete años.
 
Sin embargo, en los últimos días madre e hijo han vuelto a dormir poco. Pero esta vez ya no es por la ausencia de su familiar, sino todo lo contrario. “La ansiedad es demasiada”, dijo a las 11 de la mañana del domingo Alan Felipe, en un momento en que no tenía una cantidad de micrófonos y cámaras encima. Y esos momentos son pocos, pues a donde caminan, siempre van perseguidos por periodistas y camarógrafos. Hoy, la sonriente Claudia y Alan Felipe son el centro de atención.

En los pocos espacios que tienen de privacidad, han hecho todo lo posible para recibir a Alan como se merece. “Mi abuela, es decir la suegra de mi papá, le compró un dulce de papayuela, pues ese postre le encanta”, contó emocionado Alan Felipe, que pidió especialmente diez minutos a solas a su papá cuando él aterrice en Villavicencio. No es lo único que le tiene preparado. La familia está terminando de arreglar la casa para que cuando Alan llegue la encuentre como nueva, le compraron ropa y otros detalles y le espera una sorpresa muy especial de parte de su único hijo: “el regalo más importante lo quiero comprar yo solo con él”.

Pero no sólo su familia está a la espera. También algunos de sus amigos han llegado al aeropuerto Vanguardia, en Villavicencio, y cuentan las horas para el regreso de Alan. Uno de ellos es Joimer Ojeda. Llegó a Vanguardia acompañado de Gustavo Moncayo, quien aguardó hasta el último momento que su hijo, Pablo Emilio, estuviera entre los militares liberados. Y mientras todos los medios entrevistaban al caminante por la paz para preguntarle cómo se sentía de saber que su hijo seguiría en la selva un tiempo más, Joimer simplemente observaba en silencio mientras mostraba una camiseta negra con la imagen de Jara.

Pero, de repente, él comenzó a hablar. Narró orgulloso cómo estudió con Alan en el colegio, cómo trabajaron juntos tras el viaje de Jara a la Unión Soviética y cómo lo conoce desde hace más de 25 años. “En pocas palabras, Alan es una persona sencilla y emprendedora”, dijo, poco después de explicar que esperaría pacientemente a que Alan saludara a su esposa y a su hijo para luego sí darle la bienvenida a su amigo de toda la vida. Joimer, además, se ha convertido en los últimos años en un defensor del acuerdo humanitario y por eso ha acompañado a Moncayo en varias de sus caminatas.

La ansiedad es la misma en todo Villavicencio. En las calles hay pendones y afiches que le dan la bienvenida al político y agradecen la gestión de Piedad Córdoba. En las emisoras locales los habitantes llaman a darle un saludo al amigo que va a ser liberado pronto. Y en la Catedral de la ciudad, uno de sus símbolos, se celebró una misa a las 11 de la mañana en su honor. Alan Jara es un hombre de la casa y en Villavicencio está todo preparado para su regreso.

De Bogotá llegó también un grupo 20 miembros de la familia Jara, que en los últimos años ha aparecido poco en los medios de comunicación porque ha querido, de manera expresa, ser discreta y mantener un bajo perfil. Pero en este momento de alegría, esos familiares tampoco quieren perderse la llegada de Alan Jara.
 
Ernesto Vanegas, primo hermano de Jara, es uno de los que está más emocionados. “Quiero que él sepa que siempre hemos estado con él”, dice y luego explica que no le tienen nada preparado a Jara porque esperan “que sea él quien estime la conveniencia de hacer reuniones”.

Y tiene razones para ser uno de los que más se emociona, porque es uno de los más cercanos a Alan. Cuando Jara tenía 16 y Ernesto, 12, los dos primos pasaban periodos de vacaciones en una finca cerca de Puerto López. “Yo era el secretario de un club que teníamos, “El club de los indomables llaneros”, del cual Alan era presidente.

Tal vez cuando Jara regrese a la libertad, los dos primos puedan encontrarse de nuevo, hablar de lo que ha pasado en estos siete años y narrar cómo, a pesar del tiempo, siguen siendo unos “indomables llaneros” que unidos por el pasado, vencieron juntos el flagelo del secuestro.