Marta Lucía encajó el golpe con elegancia e invitó a la reflexión no sólo a él sino a todos los barones del partido que ahora la quieren sacar del camino. | Foto: SEMANA

POLÍTICA

El laberinto de Marta Lucía Ramírez

Tiene el título de candidata pero carece de la maquinaria para pelear las elecciones. ¿Qué puede hacer? Análisis de Semana.com.

Armando Neira
28 de enero de 2014

Mafalda, en un dibujo de Quino, está con los pies en el suelo, lista a bajarse del columpio: “Como siempre, apenas uno pone los pies en la tierra se acaba la diversión”, dice la leyenda. Una situación similar le ha pasado en las últimas horas a Marta Lucía Ramírez. En horas de la tarde del domingo su rostro era de completa felicidad. Había logrado, después de un año de arduo trabajo diario, imponer su tesis de que el Partido Conservador debía tener candidato propio a las elecciones presidenciales, lo que implicaba marginarse de la Unidad Nacional que apoya a Juan Manuel Santos. Es decir, abandonar la certeza y las mieles que da la reelección y lanzarse a una azarosa campaña.

Con los brazos en alto, un impecable vestido azul y un tono de voz vehemente, a pesar de que en las horas previas sufrió un fuerte proceso gripal, se mostraba radiante mientras escuchaba la salva de aplausos que gritaban: “Presidenta, presidenta”.

Para este martes no sólo estaba demandada ante el Consejo Nacional Electoral bajo la grave acusación de manipular la convención, el rechazo de los pesos pesados del partido, sino también de los ministros azules que están en el gabinete. Así, por ejemplo, el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas Santamaría –por el puesto que ocupa–, salió en público a decirle que no tenía por qué hacerle caso en el sentido de que se retirara de su puesto. Palabras más, palabras menos, le dijo: “Usted no es nadie”.

Marta Lucía encajó el golpe con elegancia e invitó a la reflexión no sólo a él sino a todos los barones del partido que ahora quieren sacarla del camino. No se trata de un asunto marginal, sino que quienes se oponen a su propósito son los que manejan los votos que son, al fin y al cabo, con lo que se ganan las elecciones.

Igual le pasó en la campaña pasada a Noemí Sanín, quien logró el título de candidata oficial del conservatismo en un cabeza a cabeza con Andrés Felipe Arias. Ella obtuvo un número significativo de votos: 1.118.000 votos. Luego, sin embargo, no pudo obtener el apoyo de los parlamentarios y ni siquiera alcanzó a pasar a segunda vuelta porque en la elección presidencial apenas superó 600.000 votos. Fue tanto el aislamiento al que la sometió el partido, que cuando Noemí salió a reconocer su derrota lo hizo a través de un pobre video y en compañía sólo de su fórmula vicepresidencial y de su jefe de campaña. Era un cuadro tan patético, que le sirvió a Jaime Bayly para montar una divertida escena de televisión en la que clamaba que la liberaran porque él creía que estaba secuestrada y quienes la flanqueaban eran sus captores.

Marta Lucía está atrapada hoy en un laberinto del que le costará trabajo salir. Su reto es pasar a la segunda vuelta. Y eso depende de su habilidad para después inclinar a su favor todo el apoyo del uribismo y de los demás sectores de la derecha, y entonces sí volver a empezar a divertirse. Por ahora, acaba de poner los pies en la tierra.