ANÁLISIS

Si hoy fuera ayer

El sábado fue un raro día de unidad en Colombia. En especial si se lo contrasta con este domingo, en el que parece estar en juego el país mismo.

Álvaro Sierra, editor jefe de la Revista SEMANA
15 de junio de 2014

Así se vieron el pasado sábado, durante el partido, los dos candidatos que tan duramente se han enfrentado.

Con sus hijos. Igual de emocionados, igual de colombianos.

Y así se vieron los colombianos a los que ambos llaman a votar como si las elecciones de hoy domingo fueran de vida o muerte.

  
Felices. Unidos como nunca.

O agarrados…

 

…pero a besos.

El pasado sábado, Colombia pareció un país en paz. 

Nada más lejos de la guerra a muerte que se han declarado uribistas y santistas. 

Un enfrentamiento sin cuartel. Que no involucra solo a los dos candidatos, sino a muchos colombianos. Que divide, incluso, a unas regiones de otras y enfrenta hasta instituciones y autoridades del Estado, como ocurre con el Procurador y el Fiscal. 

Un enfrentamiento que definirá no solo el próximo presidente sino, probablemente, el rumbo del país por bastante más de cuatro años.

Hoy, domingo, esa guerra se decide.

Ayer no es hoy

Por supuesto, una cosa es un día de fútbol, que une a una nación. Y otra, un día de elecciones, que la divide. 

Aunque no toda elección refleja una polarización tan enconada como la que tiene lugar en Colombia.

Ayer no es hoy. No es un partido de fútbol. Y hay que votar. O no. Y hacerlo por uno de los dos candidatos. O en blanco. Las opciones no son muchas.

El argumento central en la elección ha sido  la paz. 

Es decir, si es legítimo negociar –y en qué condiciones– el final de una guerra que empezó en 1964 con las guerrillas de las FARC y el ELN.

En realidad, ambas campañas han enarbolado simplificaciones de la paz.

Por un lado, Juan Manuel Santos presentó la votación como una opción entre la paz que él dice representar y la guerra que, según él, encarnan Zuluaga y Uribe. Entre “el fin de la guerra” y “la guerra sin fin”, como lo dijo el presidente-candidato.

Por el otro lado, Óscar Iván Zuluaga, luego de una oposición inicial al proceso en curso en La Habana con las FARC, insistió en que de lo que se trataría es de dos maneras de hacer la paz. “Paz con impunidad para los criminales” y “paz sin impunidad para los criminales”, como dice una valla de campaña del ex presidente Álvaro Uribe.

Los votantes de este domingo se pronunciarán a favor de una de estas dos tesis.

Sin embargo, el argumento de fondo es otro.

Hay dos modelos de país en juego. 

Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga representan dos modelos de democracia muy distintos. 

La manera como cada uno propone negociar con las guerrillas es apenas una pieza de esas concepciones opuestas.

Uno parte de reconocer que hay un conflicto armado y que, para resolverlo, llegó la hora de negociar con el enemigo. El otro cree que ese enemigo debe ser poco más o menos que sometido en la mesa.  El uno reconoce y legitima al enemigo como contraparte; el otro lo considera un terrorista y cartel del narcotráfico con el que apenas si es legítimo sentarse a negociar cómo se desarma.

Estas diferencias son una faceta de diferencias mucho más profundas –señaladas por varios analistas– que encarnan ambos candidatos entre dos modelos de Estado, de régimen político y de democracia. 

Dos ideologías con pocos puntos en común.

Son las diferencias, si se quiere, entre una derecha que se proclama a sí misma claramente como tal y un centro que ha terminado congregando una coalición que va del liberalismo clásico a la izquierda.

Son dos modelos de cómo ejercer la autoridad del Estado; dos modelos de cómo debe ser el campo colombiano y cómo debe tratarse a las víctimas (todas o solo las de los grupos armados ilegales); dos modelos de cómo deben ser la política antidrogas o las relaciones con vecinos ideológicamente antitéticos, entre muchos otros temas de fondo. 

Dos bases sociales distintas, que han divido tanto el mundo rural como el urbano, y la geografía nacional, respaldan cada uno de esos modelos.

Dos concepciones atizadas por una forma de hacer política que parece más propia de una confrontación armada que de la democracia. Medio siglo de conflicto armado ha dejado una huella profunda en la política colombiana.

Cada parte cree, con una buena dosis de fanatismo, que el único modelo legítimo es el suyo. Acusaciones como que Santos y sus partidarios son “comunistas ateos” que conducen al país al “castro chavismo” o calificar al uribismo como “fascista” son muestra de ese encono.

La polarización ha llegado a tal extremo que las campañas se han hecho acusaciones criminales (el hacker, los millones de los narcos); es decir, la victoria o la derrota pueden significar la cárcel.

Cada uno de esos modelos así enfrentados cuenta con el respaldo de unos millones de los colombianos políticamente activos. Lo cual les da legitimidad a ambos.

Por algo, el proyecto de derecha y el proyecto de centro están casi empatados en la mayoría de las encuestas.

Y eso es quizá lo más importante. Este domingo uno de los dos va a ganar la presidencia. Pero el país seguirá tan dividido y polarizado como antes de la elección.

En un gobierno de Santos, el uribismo como oposición en el Congreso y como corriente en la sociedad tendrá una influencia significativa.

Igual ocurriría en un gobierno de Zuluaga: los sectores de centro e izquierda, partidarios de una solución negociada al conflicto, tendrían un importante ascendiente en el debate público.

Cómo gobierne el ganador puede escalar o atenuar una polarización ya muy aguda.

El gran problema es que la cantidad de colombianos que decidirán cuál de esos dos modelos se impone (y, de paso qué va a pasar con las negociaciones con las FARC y el ELN) y si la polarización se acentúa o se calma es una muy pequeña minoría.

Son, en verdad, pocos colombianos. De los 32 millones que podrían votar hoy, lo harán, con suerte, 13 o 14 millones. Más sería una increíble sorpresa.

Es decir, para empezar, apenas la tercera parte de la gente que puede decidir, tomará la decisión. 

Y, como la elección está apretada, pues el país está muy dividido, al fin de cuentas unos 6 o 7 millones de ciudadanos escogerán al presidente de 47 millones de colombianos. Vea el resultado en una caja de huevos.  

Colombia aún tiene un trecho muy largo por recorrer para ser como el país del sábado.

Pero si hoy fuera ayer, es decir, si hoy domingo votaran todos los que ayer sábado vieron el partido, este sería un país distinto.  O, al menos, en camino de serlo.

En todo caso, qué contraste entre el país de ayer y el de hoy.