LÍNEA CIUDADANA.

The engañis business

Abundan las quejas de personas que han contratado cursos de inglés con la promesa de recibir clases. Al final, se enteran de que firmaron fue la compra de libros y CD y que las sesiones en el aula eran una ‘ñapa’ que no siempre se entrega.

25 de noviembre de 2008

Intentar aprender inglés se ha convertido para más de uno en una pesadilla. Y no precisamente porque les quede difícil lidiar con el nuevo idioma. El problema más bien está en que pagan sus cursos, pero resultan engañados pues no les dan los cursos para aprender debidamente la universal lengua.  
 
Lyda Sáenz escribió su caso a lineaciudadana@semana.com. Contó que “un vendedor muy insistente me ofreció un curso de inglés en Oritech Entertainment. Me dijo que podía programar las clases en el horario que a mí me favoreciera, que ellos me subsidiarían todas las tutorías y que yo sólo tenía que pagar los materiales (unas cartillas y unos CD). Finalmente me convenció y tomé el curso. Tenía que pagar 15 cuotas mensuales de 203.000 pesos.
 
“Programé las primeras clases a las 6 de la tarde, que era la hora que a mí me servía. Pero después de un mes, me decían que no había cupo. Entonces pasé una carta haciendo el reclamo y pidiendo que me cancelaran el contrato. Me respondieron que no se podía porque había una cláusula que dice que así no asista a las clases, tengo que pagar la totalidad de lo acordado, que es el costo de los libros y los CD.
 
“Desde entonces, he recibido varias cartas y llamadas de cobro, donde dicen que si no pago las mensualidades, me pueden hacer reporte financiero y que no me van a cancelar el contrato”.
 
Semana.com habló con empleados de la empresa que prefirieron no hacer público su nombre. Dijeron que es imposible que se presente sobrecupo en las sesiones porque Oritech Entertainment tiene tres sedes en Bogotá por las que han pasado 6 mil personas. Comentaron que gracias a su buen servicio, acaban de recibir la certificación ISO 9001. Y explicaron que sus contratos consisten en la compra de un material editorial con derecho a tres asesorías por semana.
 
A ese respecto, Lyda Sáenz opina que “yo no creo que los libros que me vendieron valgan los tres millones de pesos que me están cobrando”.
 
Pero los empleados de la compañía alegan que “cuando vendemos el material, no vendemos el conocimiento como tal, porque las personas tienen que hacer un esfuerzo por aprender. Muchos no se comprometen y deciden cancelar el contrato, escudándose en el mal servicio”.
 
Ahora están esperando una conciliación en la que mediará la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC). 
 
No es la primera vez que una insatisfacción de alguien que contrata cursos de inglés llega hasta esa Superintendencia. Al contrario, viene desde años atrás. Pero ha sido difícil controlar este tipo de casos porque los usuarios suelen firmar el contrato confiando en que les están vendiendo un curso y no únicamente libros.
 
Sin embargo, después de estampar la rúbrica en el documento, es difícil determinar si hubo engaño o publicidad falsa. En eso juega mucho la astucia de algunos vendedores que saben persuadir a los clientes.
 
Semana.com encontró varios fallos de la SIC sobre situaciones como la de Lyda. Uno muy similar al caso de ella es el de Blanca Burgos, una mujer que en 2001 se quejó porque no le cumplieron lo prometido cuando se inscribió a un curso de inglés en la empresa NLC Editores. En su momento, esa mujer denunció que firmó el contrato y que en la inducción, le entregaron “un maletín con unos casetes y unos libritos... y se me informó que para las clases, debía solicitar cita previa”.

Entonces programó la primera clase “pero me encontré con que para la siguiente, tocaba pedir cita con antelación, lo cual solicité en varias oportunidades informándoseme que no había cupo, razón por la cual no volví al instituto”, le dijo a la SIC. Por eso, consideró que se trataba de un engaño.
 
NLC Editores respondió que el contrato consistía en una compraventa de los materiales académicos y que así estaba claramente escrito en el documento. Y dijo que cumplió con su contrato, porque no había recibido por parte de Blanca Burgos ningún reclamo sobre la calidad de los libros y los casetes. Reconoce que sí ofreció una asesoría, pero fue como incentivo a la venta, más no como una obligación dentro del contrato.
 
La SIC no aceptó ese argumento, por considerar que la posibilidad de asistir a clases fue fundamental para que la cliente realizara la negociación con la empresa en la que le cobraban dos millones de pesos. Por eso, era obligación de la empresa prestar las asesorías “en condiciones que no pueden estar por debajo de las expectativas en que se le hubiere ofrecido el servicio”. E insiste en que si le ofrecieron clases, “es ello lo que debe dársele y no menos”.

Por eso, la SIC resolvió que NLC Editores le devolviera a Blanca Burgos los 1,6 millones de pesos que ya había pagado por el curso.

Según Nelly Matallana, jefe de la División de Protección al Consumidor de la SIC, muchas quejas se han presentado en los últimos años por parte de personas que ven incumplimientos similares cuando contratan cursos de inglés.

Los dos casos mencionados pueden lanzar algunas pistas para que quienes piensen iniciar el aprendizaje de esa lengua, no terminen enredados en alegatos que no siempre les garantizan la devolución del dinero.

Lo más importante es no dejarse llevar por la emoción que provocan los ofrecimientos de los astutos vendedores. No hay que apresurarse a creer todo lo que dicen y es mejor leer bien los contratos, tomarse el tiempo para entenderlos y no olvidar que en la letra menuda está, muchas veces, la almendra de los disgustos de los consumidores.
 
Y si lo que el consumidor busca es un curso presencial con horario definido, debe asegurarse bien de que no le estén ofreciendo uno semipresencial, que posiblemente tendrá características muy parecidas a las de los cursos obtenidos por Blanca y Lyda.

Es muy importante preguntar bien cuáles son las condiciones del servicio que se va a adquirir porque “es reiterada la infortunada costumbre en Colombia de adquirir los bienes un tanto a la ligera, sin tomarse el cuidado de enterarse de las condiciones y características de lo que se adquiere”, según reconoce la SIC en uno de sus fallos.







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