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Crónica taurina

Adiós a los auténticos mondoñedos

Mauricio Sepúlveda Castro
23 de enero de 2005

El domingo hemos dicho adiós a la última ilusión del aficionado. El último rincón, la última esperanza, de bravura y fiereza que había en Colombia, acabó cediendo a los intereses comerciales de esta fiesta "light" que vivimos. ¿Tienen la culpa los ganaderos?

No lo sé. Porque cuando criaban el toro con emoción y verdad no los podían vender porque los hacían a un lado y quizás para ellos no era rentable. Pero esos toros fieros, aquellos toros con motor y casta que vimos una tarde en Bogotá hace tres o cuatro años con los que "El Califa" se jugó la vida, se acabaron.

Antes a estos toros les hacían ascos todos lostoreros, a las figuras no podían ni nombrárselos, pero eso se terminó. Imagino que pensando con el criterio comercial de hacerlos más accesibles a los toreros de "carreta" de hoy y a las empresas sumisas que atienden todo lo que piden los toreros. El domingo en la plaza de toros de Santamaría hemos asistido al final de esa etapa y al final del bastión de la bravura y la casta en la cabaña brava en Colombia. Los toros de Mondoñedo salieron, sobre todo dos de ellos, con calidad y metiendo bien la cabeza, pero con esa nobleza y bondad tontona que acaba la fiesta poco a poco. Los demás, en el filo de la casta, con las fuerzas justas, tardos y sin fondo al final de las faenas. A partir de ahora vendrán las figuras a exigirlos en sus presentaciones y para seguir atendiendo eso, se irá acabando lo poco que quedó luego de lo del domingo.

Así es, en España también pasa. ¿Cuántos ganaderos por vender sus corridas han sacrificados sus encastes y su pasión, por aparecer en los carteles? Dejan de lado la bravura, le vierten agua al vino y se cotizan entre los matadores que empiezan a aceptar los productos bonancibles y dulces que comienzan a sacar. Con Mondoñedo eran injustos, porque no la anunciaban en ningún lado, porque eran complicados y encastados. En una palabra, TOROS. Astados que nadie quería o más bien, que nadie estaba capacitado para matarlos.

Porque eso es lo que ocurre hoy, no hay toreros capaces con toros fieros y de verdad. Se ha abierto la puerta a esa dulzura almibarada que desemboca en empalague y descastamiento y por supuesto hemos perdimos la última ilusión del aficionado de encontrar toros realmente bravos en nuestro país.

Lo más triste es que con esos toros nobles y colaboradores de ayer, los de a pie no pudieron triunfar con actuaciones deslucidas en general.

César Camacho de quien se pondera su profesionalidad y pundonor estuvo discreto y ventajoso en la Santamaría.

Toreando con todas las ventajas posibles, hasta banderilleando estuvo vulgar, clavando a toro pasado y sin gracia. Sólo el par al quiebro en el cuarto de la tarde es destacable. En el primero de su turno intentó estar aseado pero su predisposición a torear tan alejado como lo permitiera el pico de su muleta fue tan evidente que su faena no pasó de ahí. Lo más triste fue la forma como entró a matar, cuarteando, casi huyendo, y con todas las precauciones posibles.

En el cuarto de la tarde no supo aprovechar a un toro de calidad, noble y colaborador, que permitía una faenón de esos de hoy, de circulares y toreo bonito y superficial. Pero nada, otra vez toreando a kilómetros del toro. Casi que entre él y el toro cabía la torre de Colpatria. Tan sólo vino a ver el toro cuando lo toreó en el tercio en una tanda buena por la derecha, aunque con el defecto del poco ceñimiento, pero luego lo sacó a los medios y bajó el tono de la tanda anterior. Lo que vino después fue un papelón reprobable en quien se dice profesional porque intentó ganar el indulto para el toro, dilatando la faena en una pantomima descarada en complicidad con Ricardo Santana, - ojo Ricardo, que por atender las exigencias de su matador puede borrar toda su gran categoría como subalterno- quien avisaba al toro desde el burladero para que el matador no entrara a matarlo. Hasta cuatro veces Camacho hizo el amague de cambiar la espada en la barrera. Tal vez Camacho no quería entrarlo a matar pensando en como hizo la suerte en su primer toro y también pensando en ganarse un triunfo mentiroso indultando al toro. Afortunadamente la presidencia lo empezó a avisar y no permitió que el circo siguiera.

Obviamente pinchó y paseó una oreja protestada, luego de escuchar dos recados presidenciales. Al toro se le dio la vuelta al ruedo. Como habrá estado el torero que al final de la corrida salió pitado.

Cristóbal Pardo mostró ganas y predisposición pero venía muy afectado por la lesión del codo que sufriera la semana anterior a la corrida. Destacó más con el capote que con la muleta. Tampoco corrió con suerte porque el buen segundo toro, el mejor de la corrida, se lesionó la pata delantera en las banderillas y con todo y eso siguió embistiendo, pero se fue quedando y no pudo haber el lucimiento deseado.

Aunque sin gusto ni empaque alcanzó a dar algunos buenos naturales. Dio la vuelta al ruedo. En el quinto ya no estuvo tan bien, no apuró al toro en el inicio de la faena y este se paró y luego vino el porfiar y el intentar pero algo deslavazado. Escuchó un aviso.

Ramses es un torero peculiar, tiene el don del arte y de la pinturería pero aún carece de técnica y por eso el primero de su lote se vio menos cuando no le pudo encontrar la distancia y no le aprovechó del todo.

Cuando lo citó de cerca logró lucirse. En los muletazos que llegó a dar surgió el toreo y la plaza se lo reconoció. Lo mejor, fue la manera como entró a matar, saliendo enfrontilado pero dejando un estoconazo que mató de manera fulminante al ejemplar.

Fuerte ovación escuchó. En el sexto también lo intentó pero el astado se quedó parado muy pronto. Intentó agradar pero su labor se fue haciendo pesada y entró a matar. Escuchó un aviso. A este torero hay que cuidarlo, y fomentarle esa forma de torear, porque es distinto a la mayoría de toreros del escalafón nacional, tiene ese gusto que tanto escasea, pero hay que darle toros para que perfeccione la técnica.

Incidencias: Volvió a destacar Hernando Franco en las banderillas aunque se le sigue aplaudiendo más el salto pintoresco de la barrera que la forma en que clava los palos.