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columna del lector

Afinidades peligrosas

Miércoles 4. "La coincidencia en la actitud política de ambos mandatarios, o mejor, la actitud de Uribe, calcada de la de Bush, se entiende claramente cuando se analizan las sorprendentes afinidades personales entre ambos", escribe Carlos Velásquez, lector de SEMANA.COM.

Carlos Velásquez*
1 de mayo de 2005

En un reciente escrito (La mala palabra), el columnista de SEMANA Antonio Caballero atribuyó la coincidencia entre las opiniones locales de Uribe y las globales de Bush al sentido de obediencia proveniente del autoritarismo innato de Uribe. Dicha coincidencia tiene en realidad raíces más profundas, aparte de la obediencia debida por la dependencia política y económica del país con relación a E.U y otras razones que no son de público conocimiento y corresponden al rubro: secretos de Estado. La ostensible coincidencia en la actitud política de ambos mandatarios, o mejor, la actitud de Uribe, calcada de la de Bush, se entiende claramente cuando se analizan las sorprendentes afinidades personales entre ambos, como se indica a continuación. Ambos son finqueros, por tradición y por vocación, y como tales acostumbrados a actuar como amos y señores de sus haciendas. Un certificado inmobiliario los hace sentirse superiores a sus colaboradores (peones), quienes deben obedecer sin discusión sus órdenes. Son autoritarios, y su autoritarismo se refleja en su estilo de gobierno. Apoyados en un certificado electoral, se sienten amos y señores de sus países (haciendas) y se ven por encima de sus subalternos (colaboradores y ciudadanos) a quienes dan órdenes que no admiten cuestionamientos. Tanto Bush como Uribe son autoritarios. Ambos profesan profundas creencias religiosas, por convicción o por conveniencia. La cercanía, el acceso casi directo al Todopoderoso es la segunda columna de su autoridad. Su interpretación teologizante de los hechos y la realidad los lleva a creerse infalibles, por lo cual sus doctrinas son sermones que no admiten discusión, y los disidentes son herejes o demonios. Tanto Bush como Uribe son dogmáticos. Ambos se sienten predestidanos para cumplir gestas históricas. Ambos consideran la reelección en el cargo como la única posibilidad de salvar a sus respectivos países de la hecatombe, y consideran lícitos todos los medios para lograr su fin. Bush no tuvo reparos en utilizar los medios más sucios y rastreros jamás vistos en una campaña presidencial para lograr su reeleción y Uribe, con el mismo fin, ha traicionado sus principios políticos y sus promesas electorales. El paladín de la lucha contra la corrupción no tuvo reparos en comprarle al Congreso la posibilidad de la reelección. Tanto Bush como Uribe son mesiánicos. Por último, ambos sufrieron una experiencia traumática en torno a la figura paterna que les dejó como secuelas trastornos psíquicos. El padre de Uribe, como se sabe, fue asesinado por las Farc, y el padre de Bush estuvo a punto de ser asesinado por Sadam Hussein. Dichos trastornos se manifiestan en su actitud y sus expresiones en relación con los causantes de sus traumas, aun no elaborados: Uribe repite frecuentemente que hay que acabar con esos bandidos, asesinos, narcoterroristas. Bush insistía en la necesidad de derrocar al tirano terrorista, y capturar vivo o muerto al tipo que trató de asesinar a su papacito (the guy who tried to kill daddy). Tanto Bush como Uribe evidencian tendencias psicopáticas. Es esta la más perturbadora afinidad, pues los hechos muestran hasta dónde puede llegar una persona afectada por un trauma psíquico (y además autoritaria, dogmática y mesiánica) cuando la sabiduría popular le concede en las urnas un poder casi ilimitado. Bush no tuvo reparos en gastar 200.000 millones de dólares en la invasión a Irak, destruir físicamente dicho país, sacrificar miles de vidas humanas (incluyendo compatriotas suyos) y mentirle a sus conciudadanos (con el cuento de que Irak poseía armas de destrucción masiva) para derrocar el régimen de Sadam Hussein y capturarlo. Obviamente, la invasión a Irak respondía a intereses estratégicos del gobierno estadounidense, así como a intereses particulares de su entorno, pero fue el odio de Bush hacia Hussein el detonante de la guerra (Bill Clinton jamás consideró invadir a Irak a pesar de tener las mismas razones objetivas para hacerlo). Uribe, por su parte, no ha vacilado en reventar financieramente el país (sustrayendo los escasos recursos disponibles para la inversión social, aumentando los impuestos y la deuda pública) con el fin de fortalecer la capacidad de las fuerzas armadas, ni se ha conmovido ante el sacrificio de la vida de miles de compatriotas o el desplazamiento y miseria de millones de colombianos, ni ha dudado en comprometer la soberanía del país para asegurar los recursos del Plan Colombia, en su obsecado empeño por destruir a las Farc (léase el Secretariado Central). Obviamente, la erradicación de la guerrilla no solamente favorece ocultos intereses de poderosos sectores del establecimiento y ciertos intereses geoestratégicos del gran aliado del Norte, sino que además corresponde a un deseo sentido de grandes capas de la población, víctimas de las horrorosas secuelas del conflicto armado (Lo cual explica la gran popularidad de Uribe). Pero ha sido el odio visceral de Uribe hacia las Farc el combustible para iniciar y mantener viva la hoguera de la guerra. La única diferencia con relación a esta perturbadora afinidad estriba en que, mientras Bush ya logró en parte elaborar su trauma con la captura de Sadam Hussein y obtuvo la reeleción, Uribe ha avanzado poco en su propósito (aún no ha podido capturar un solo miembro del Secretariado Central de las Farc) y su reelección está aún lejana. Esta circunstancia, más que nada, explica las particulares características de la estrecha relación entre Uribe y Bush y sus respectivos gobiernos. Uribe, como lo menciona Antonio Caballero, ha calcado las opiniones y actitudes de Bush, convencido de que así asegurará la reelección, requisito indispensable para alcanzar su objetivo final, la erradicación de las Farc. Bush, por las afinidades arriba descritas, percibe mejor que nadie los móviles de Uribe y le ha prestado más apoyo militar y político que ningún otro gobernante. Por otra parte, la doctrina internacional de su país establece que Estados Unidos no tiene amigos sino intereses. Por tal razón, el gobierno de Bush no ha dejado de pasar la cuenta de cobro a su amigo Uribe. Y el precio no ha sido bajo: obediencia y apoyo obsecuente a la política exterior estadounidense, extradición a destajo, y negociación claudicante del TLC. Peligrosas, las afinidades entre Bush y Uribe. * Zürich, Suiza