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columna del lector

Cómo se van a acabar los toros

Miércoles 9. Juan Francisco Valbuena, lector de SEMANA.COM, explica por qué los antitaurinos no tienen por qué preocuparse: la afición desaparecerá por su propia cuenta.

Juan Francisco Valbuena Gaitán
6 de marzo de 2005

La afición a los toros siempre despertará polémica. Ya sea que se encuentren a favor o en contra, los humanos nunca podrán ponerse de acuerdo sobre la concepción de "maltrato" a los animales o "fiesta" con base en el supuesto atropello a estos seres, que aparentemente son irracionales pero que viéndolo bien son más inteligentes que muchas personas que conozco.

Precisamente por ahí, por la apariencia, es por donde creo que comienza esta discusión que además considero bizantina, porque ni los aficionados a los toros convencerán a los antitaurinos de las bondades de la fiesta, ni estos lograrán disuadir a los primeros de dejar de asistir a las corridas. Empieza por la apariencia, digo, porque ni el más entendido de los taurinos puede concientemente negar que la lidia y muerte de un toro sean un acto salvaje. Eso de que salga un animal, le metan puyas, arpones, le saquen sangre, le engañen para que embista y finalmente le claven un estoque de frío acero toledano para que caiga rendido a los pies del torero, y que para completar miles de personas beban y festejen en nombre de tal acto, es en apariencia uno de los espectáculos más sangrientos que debe experimentar un ser humano.

Sin embargo, yendo un poco más allá de la apariencia es cuando se comienzan a comprender ciertos aspectos que rodean la tauromaquia y que explican lo que muchos ven de una forma tan simplista.

Me refiero ante todo a las características físicas y psicológicas que tiene un toro de lidia. A su fuerza brutal que le permite solamente con el cuello zarandear por los aires como un muñeco de trapo a un hombre de 60 kilos con todo y traje de luces. Y después de que ha sido picado para ahormarle la embestida y descongestionarlo para que no exista la posibilidad de que se infarte en el ruedo -entre otras virtudes de la suerte de varas- y fuera de eso banderilleado con seis arpones, soportar en pie diez o quince minutos de faena arremetiendo con osadía y siempre buscando atacar todo lo que se mueva. De ahí la virtud de la quietud de los toreros cuando ejecutan un pase.

En lo físico me refiero también a los dos mecanismos de defensa que tiene en la cabeza y que desafortunadamente (hay que darle la razón a los antitaurinos en esto) son manipulados la gran mayoría de las veces con irreversible daño para la integridad del animal, creyendo los toreros falsamente que hay menos peligrosidad, cuando es obvio que en general al momento de una cornada el pitón tiene mucha más sensibilidad y por esto lo que busca es quitarse el cuerpo extraño que le provoca dolor.

Otro punto es la crianza del toro de lidia: las atenciones que se le deben ofrecer en la dehesa, la vigilancia que se le debe profesar cuando se enferma, o cuando no come, o qué come, o a qué horas come y cada cuánto come. Por algo los criadores de toros de lidia (si es que en Colombia podemos hablar de que existan) los venden a precios que oscilan entre los seis y hasta doce millones de pesos.

En el plano de lo psicológico las razones que lo hacen embestir, como la bravura, la raza, el instinto natural a arremeter, a atacar lo que se mueve. Bien dice Antonio Caballero "trate usted de torear un burro y verá que no se deja". En síntesis, un bello animal sui generis en la naturaleza que según estudios científicos documentados no siente igual a un caballo o a un perro.

Y otro aspecto que se conoce cuando se va más allá de la apariencia es el por qué de las corridas de toros. Cuál es su historia y desarrollo desde la noción que tienen los españoles del toro de lidia, porque si a los antitaurinos les parecen bárbaras las corridas de toros deberían investigar la gran cantidad de tradiciones sangrientas que han tenido los ibéricos desde hace siglos con base al llamado "maltrato" al toro de lidia. Cómo ha cambiado la fiesta desde alancear a los enormes y monstruosos toros de los siglos XVIII y XIX, ha crear una preparación al rito estética, artística y llena de valor, porque no se vayan a creer los antitaurinos que es muy fácil ponerse delante de la cara de una animal con las características que mencioné antes.

Creo que estos pocos aspectos que enumeré son los que están más allá de la apariencia y que ve el aficionado. El aficionado de verdad digo, que no es el que va a toros solamente cuando torea César Rincón y hace el clásico ritual de invitar a la novia o a la familia, llenar la bota que está en el cuarto de San Alejo de la casa con los inmundos intentos de vinos que venden a la entrada de la plaza, chiflar hasta quedarse sin aire al picador, pedir oreja con los pocos pulmones que le quedan después de gritar desesperadamente "música" y finalmente rematar la corrida en alguno de los tantos sitios donde se habla de todo menos de toros. No me refiero a estos personajes. Hablo de quienes amamos esto porque no lo han enseñado desde niños, porque nos hemos embebido con todas las cosas románticas que rodean la tauromaquia y que estoy seguro que no conocen los antitaurinos porque entenderían la sustancia del rito.

Me refiero a los aficionados de verdad que nos duele tanto no la actitud de los antitaurinos, porque sabemos que con la utilización de tanto argumento simplista, tanta vulgaridad y tanta agresividad contra los aficionados, no conseguirán más que dejarnos confundidos sobre si los "asesinos" y "carniceros" somos nosotros o son ellos. Nos duele es por la invasión de tanto político venido al mundo de los toros en nombre de la soberanía frente a los empresarios españoles, que puede que se hayan enriquecido con las corridas de toros, pero que al menos ofrecían un espectáculo más acorde con las monumentales cifras que cobran por las entradas.

Nos duele porque compran toros de ganaderías rimbombantes que llevan años sin embestir, y en lugar de ser sinceros con las figuras que piden esos toros, alimentan a los criadores que, a su vez, alimentan a los toros con claveles. Y nos duele por la incursión en la organización de corridas de personas que no distinguen un toro de una moto pero que tienen los contactos y sobre todo el capital para invertirlo atropellando a los aficionados.

En ese orden de ideas le diré a los antitaurinos que no se preocupen, que la fiesta de los toros se va a acabar en Colombia en unas tres o cuatro décadas, pero no por las grotescas protestas de ellos, sino porque los personajes que aspiran a manejar plazas en el exterior o que en nombre de un cincuentenario elevan los precios para no traer ni una máxima figura del toreo, serán los encargados de matar la gallina de los huevos de oro y dejarnos a los verdaderos aficionados sin el espacio que amamos.

Como decía alguien sobre los norteamericanos, "a ellos no hay que atacarlos, ellos solitos algún día se acabarán".