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columna del lector

El poder de la izquierda

Viernes 18. Rufo Garrido cree que hay que reevaluar el poder político que los grupos armados se han auto asignado.

Rufo Garrido Gallardo*
13 de marzo de 2005

Semana ha realizado dos chats, en los que se ha puesto sobre el tapete el tema de la participación en la actividad política civil de guerrilleros y paramilitares. Considero que la presencia de unos y otros en el panorama político civil no contribuirá a la democratización real del país, porque su sistema de valores, sus postulados ideológicos y la mentalidad militar que les es propia están desde hace tiempo rebasados por la historia.

En lo que toca a la guerrilla hay que decir que ella se ha convertido en un actor más del establecimiento político nacional. Con su rol sólo ha contribuido al fortalecimiento de los sectores sociales que constituyen el estatus quo. Ella ha jugado un papel neurálgico para que el país valla a contracorriente de la realidad sociopolítica que hoy sacude a Sudamérica. Su megalomanía ha sido fundamental para que el conservadurismo más retrogrado haya tomado auge en el país.

Vista dentro de ese panorama resulta inteligente la respuesta de la izquierda civil frente a la oferta de coalición que le hizo el ELN. Una coalición con ellos sería un acto camicace, que pondría de nuevo en marcha la campaña de exterminio de que fue victima la izquierda en las dos décadas pasadas.

La mejor definición de lo que es la guerrilla colombiana hoy la hizo el premio Nóbel portugués José Saramago, cuando le dijo a Yamid Amat (El Tiempo 28/11/2004) que "en Colombia no hay guerrillas sino bandas armadas". Esa declaración, a la que nadie le prestó atención, tiene un valor político que resulta igual de representativo a una eventual declaración de terrorista de los movimientos guerrilleros por parte del gobierno cubano. Esa categorización, viniendo de quien viene (Saramago es hoy uno de los pocos intelectuales reconocidos en el mundo que se atreve a decir, sin titubeos, que es comunista) coloca a la guerrilla colombiana, y a sus pretensiones revolucionarias, en el ostracismo político. Las causas revolucionarias dejan de ser tales cuando pierden la confianza de los intelectuales.

La guerrilla colombiana se ha desvalorizado (ella misma) como un actor de izquierda y día tras día su legitimidad está en causa. Por eso la posición que ha asumido la izquierda civil frente al ofrecimiento del ELN es consecuente con su discurso. En el momento histórico actual esos deslindes son necesarios. Con ellos se reafirma la importancia que tiene para cualquier sociedad la existencia de una izquierda organizada y activa en el panorama político legal.

Cuando el tiempo nos obligue a abordarlos con la seriedad que demanda el análisis histórico, una de las cosas que va a quedar en claro sobre el devenir político del último cuarto de siglo que viene de pasar, es el papel nefasto que ha jugado la guerrilla de cara al arraigo de una izquierda sólida y constructiva en el seno de la sociedad colombiana. La guerrilla, por no compaginar su accionar con la realidad histórica, se ha convertido, con el tiempo, en el mayor obstáculo a franquear por la izquierda colombiana para convertirse en alternativa real de poder.

Ha sido en parte el accionar ciego de esa guerrilla fanfarrona el que ha contribuido con la aniquilación de un grueso sector de la izquierda civil. Con su falta de tacto político la guerrilla le ha aportado al establecimiento colombiano la herramienta más eficaz para destruir ese tejido social civil, que demandan los partidos de izquierda para convertirse en alternativa de poder en cualquier país del mundo. Venezuela, Uruguay, Argentina, Brasil, Ecuador y Bolivia son los casos que mejor me sirven para sustentar mi tesis.

Si en Ecuador y Bolivia hubiese guerrillas, el movimiento indigenista, que ha sacudido la dinámica social de esos países en el último decenio, no hubiese sido posible. Si en Venezuela hubiese habido guerrillas la dinámica social que se ha generado alrededor del populismo de Hugo Chávez no hubiese progresado. En Uruguay y Brasil el asenso al poder de los candidatos de la izquierda ha demandado un largo trajín político, que implicó la reconstrucción de un tejido social que fue deterioraron por sus respectivas dictaduras militares.

El caso argentino, aunque conjuga otras variables, tiene ciertas similitudes con estos dos últimos. Chile merece en este contexto un capítulo aparte. Pinochet derrocó a un presidente de izquierda elegido democráticamente y le entregó el poder a un presidente de izquierda elegido democráticamente.

En ese panorama político de la América latina, donde la presencia de la izquierda es creciente, la situación de Colombia y Centroamérica merece observarse desde otra perspectiva. En Centroamérica fue la guerra civil la que destruyo ese tejido social necesario para el florecimiento de los partidos de izquierda. Después de los acuerdos de paz los principales actores de la izquierda salieron de la médula guerrillera y eso puede explicar la reticencia de muchos sectores sociales a jugar de su lado, a pesar de la pobreza y el deterioro social que evidencian esos países .

En Colombia el asunto tiene un tinte trágico. A pesar de ser considerada como una de las democracias mas estables de América Latina, Colombia es uno de los pocos países de la región donde los actores de la izquierda civil han sido exterminados cuando han intentado jugar en la arena política, dentro de los marcos democráticos. El argumento de los sectores de ultraderecha para justificar esa masacre es "la lucha contra la guerrilla".

En los libros biográficos que se han editado de Castaño y Mancuso respectivamente, se expone con lujo de detalles la tesis. Mancuso (así lo ratificó en el chat de Semana.com) y Castaño justifican sus delitos de lesa humanidad apelando al argumento de "la lucha antiguerrillera". Lo paradójico es que en dos décadas de "lucha antiguerrillera" las autodefensas no hayan dado muerte, ni capturado a un solo jefe guerrillero, pero si dejan constancia de cómo han destruido el tejido social civil del país, amparados en la tesis de "quitarle el agua al pez".

Con esa justificación han matado sindicalistas, lideres comunales, profesores de universidades públicas y privadas, maestros de escuela, estudiantes, intelectuales, líderes campesinos y defensores de derechos humanos, que son según Maurico Duverger, los sectores que tienden a ser en todas partes la base de los partidos de izquierda.

Con la excusa de combatir a la guerrilla se combatió desde el sector más violento del establecimiento a la Unión Patriótica. Y con la misma excusa se ha desmantelado al movimiento social en regiones como Urabá y el Magdalena Medio. Y con ella se está desmantelando en todas las ciudades de la costa atlántica, región donde la acción guerrillera ha sido históricamente débil. Con ese pretexto se ha desplazado a centenares de campesinos y se ha adelantado una exitosa y silenciosa contrarreforma agraria. Las estadísticas que ofrecen a este respecto el IGAG, la Contraloría General y el último Informe de Desarrollo Humano son incontrovertibles.

La guerrilla vuelve realidad para el movimiento social colombiano la parábola mítica de la espada de Damocles. La guerrilla, con su accionar demencial, ha convertido a la sospecha y la persecución en un suplicio sin fin para la izquierda colombiana, que es como la roca que condena a Sísifo a vivir en el callejón sin salida del eterno retorno.

Es desde fuera del país que se pueden apreciar estas cosas. Parece inaudito que, apelando al argumento subrepticio de que es una acción impulsada por la subversión, en una sociedad, que se autodenomina democrática el mismo presidente de la república salga a descalificar una manifestación social como la marcha de los indígenas a Cali. En otras partes esa manifestación sería vista como la expresión normal de un sector de la sociedad e interpretada dentro de la lógica que la origina.

La izquierda colombiana tiene que abrir su propio escenario en el horizonte que se ha venido abriendo para la izquierda en toda la región. Pero para ella la tarea es aún más difícil de lo que ha sido para sus congéneres. Es por eso que vale en estos momentos cuestionar, de manera contundente, ese nefasto papel que hoy juega la guerrilla. La postura que asumió Saramago resulta útil, porque tiene el valor de una hoja de ruta y es eso lo que la convierte en un referente de larga vigencia para la izquierda colombiana.

* Historiador y candidato a magíster en ciencias políticas