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columna del lector

Hasta el diablo terminó en el "limbo"

A propósito del documento que prepara el Vaticano para abolir definitivamente El Limbo, el escritor Germán Uribe opina sobre el tema.

Germán Uribe
12 de febrero de 2006

Ahora que se habla del fin del limbo, ¿cómo no recordar al Papa Juan Pablo II cuando, contradiciendo lo afirmado por su antecesor Paulo VI, sostuvo que el infierno y el Diablo no existían, que eran un mero símbolo del mal y que hacían parte de un estado de alma agobiada por el pecado?

Y bien, jamás creí en su "axiomática" preexistencia y sólo les temí hasta el día en que me liberé, no recuerdo cuándo ni cómo, del terror que me infundían la ignorancia y el oscurantismo religioso. Estamos ahora sí, por fin, todos de acuerdo. Creyentes y profanos, ateos e impíos, augures, agnósticos y escépticos. Y para ciertas mentes chirles, aunque no dejará de ser momentáneamente traumático, habrá al menos para ellas, y a la larga, merecidos descansos en ésta y en la otra vida.

Pero vale la pena hacer mención de la falta que el Diablo y el infierno le van a hacer al magín inventivo y al destello ingenioso de los creadores artísticos, de los pintores, escultores, novelistas, cineastas, músicos y poetas que verán menguadas sus peripecias fantásticas, su ficción libertaria y desmedida, su gracia exagerada.

¡Cuánto va a perder el arte con este licenciamiento! 
¡Pobre Dante!

Y de Baudelaire, Rimbaud y Goethe, ¿qué? Insólito decirlo pero pienso que no lo aceptarían. Una vez lo supiesen con certeza, abatidos por el despecho, continuarían exhortándolos y maldiciendo desde sus "endemoniadas" tumbas cualquier asomo de negación a su supervivencia.

¿Habrá algo que hacia el futuro pueda sustituir apropiadamente estas dos inagotables vetas de la imaginación? ¿Estos dos jugosos filones de la fantasmagoría? ¿Y con la misma desenvoltura para el ingenio, la prestidigitación y la picardía?  Son, pues, estas dos inmemoriales creencias, aunque parezca paradójico, una gran pérdida para esta humanidad de los albores del tercer milenio cada vez más incrédula y asombrada. Con razón Baudelaire, cómplice suyo, decía sarcásticamente que la peor argucia del Diablo era hacernos creer que no existía.

Pero quien sí logró racionalizar incisivamente este símbolo infernal del Diablo fue Gorki cuando aseveró que el hombre lo había inventado para figurarse algo peor que sí mismo.

¡Vaya, si este Diablo nos habrá de hacer falta...!

Pero hay más aún. Ya extintos infierno, Diablo y cielo, y no por impía, cismática y blasfema imprecación mía, sino por santo y soberano baculazo papal, todo indica que en decisión tardía del Vaticano, el limbo quedará en el "limbo", es decir, enterrado en donde siempre debió permanecer al lado de aquellos otros conceptos que fueron engendro de tantos vejatorios miedos y culpas en nuestras pobres humanidades de obcecados cristianos.

Que descansen, por tanto, los progenitores creyentes porque ya sus hijos no bautizados no tendrán que cargar con el pecado original, ni preocuparse por estas cuatro etéreas ideas, sino ceñirse únicamente a ser buenos hijos de Dios. Si así lo quieren.