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columna del lector

La crítica en política

Martes 12. En respuesta a la columna de Jorge Giraldo que publicamos esta semana, Fernando Estrada Gallego destaca los alcances y límites de la crítica.

Fernando Estrada G.
10 de julio de 2005

En teoría, desde los tiempos de Locke, la crítica ha ocupado un lugar central para el desarrollo de las democracias. Los cambios y transformaciones que han cedido su lugar al debate parlamentario, han debido recorrer un largo camino histórico, como nos los recuerda el genio de Tocqueville, o los manuscritos de Marx. Antes que la imposición de la fuerza violenta, lograr una mayor fuerza de los argumentos ha sido una de las conquistas de la vida republicana. Sea en Inglaterra o Francia, ayer, o Colombia, hoy, los debates librados institucionalmente siempre han dado una mayor garantía para la libertad y la vida de los ciudadanos.

En esta dinámica evolutiva de las sociedades, como lo recuerda también Amartya Sen, un orden político adecuado debe proteger la crítica contra toda amenaza.

Pero la crítica política en las sociedades modernas no necesita más. La crítica frente a medidas tomadas por los gobiernos o una autoridad, sólo debería responder a la calidad y la fuerza con las que nuevos pensamientos e ideas puedan proponerse. En tal sentido, su naturaleza debe ser abierta, deliberativa y expuesta al error.

Wittgenstein contemplaba como una vía importante para el conocimiento, cuántas veces estamos en disposición a equivocarnos. La crítica es eso con todo. Una valiente exposición de motivos en el lenguaje con el que comunicamos nuestros desacuerdos. Hablar entonces de "crítica leal" es una suerte de retorsión absurda.

Por esto me parece que las premisas del profesor Giraldo, llevan a conclusiones discutibles. También el traslado de la analogía con la tradición política inglesa.

Primero, no es claro que se pueda dividir en política la lealtad con la deslealtad. Al menos no analíticamente. Segundo, el propio juego dicotómico padece un paralogismo de falsa oposición. Tercero, se pueden demostrar en el caso de la propia tradición que sustenta Giraldo, contraejemplos en Hume, Hobbes y Locke. Al transferir el tema a la coyuntura política en Colombia, se podrían señalar posiciones críticas encontradas en zonas grises.

El profesor Giraldo expone una definición de la crítica, asumiendo que su ejercicio debería tener los límites del poder establecido por la monarquía.

Y a esto le denomina "crítica leal" heredada por la democracia liberal. Pero esta forma de argumentar confunde. Porque entonces, ¿puede ser crítica una crítica con límites de autoridad? Y más, ¿cuáles podrán ser las características de esta "lealtad" tales que su invocación no represente una dolorosa autocensura? Porque alegar una lealtad sobre "acuerdos fundamentales" o sobre la "personalidad de unas políticas de Estado", hace muy vulnerable su argumento central sobre todo en el plano empírico.

En realidad, es posible salvar el argumento del profesor Giraldo destacando sus aplicaciones. Le parece que Navarro, Petro o León Valencia, representan una exposición visible de las prácticas de la "crítica leal". Porque se han mantenido fieles a preservar la integridad del Estado. No así Moreno Rojas, Carlos Gaviria o Ramiro Bejarano, quienes por sus críticas, han demostrado deslealtad con el mismo sistema político. Aunque no se hacen las necesarias diferencias, el profesor Giraldo parece más interesado en defender ante todo la dicotomía: leales y desleales. Y en esto reside su principal resorte argumentativo.

Se puede objetar que entre quienes ejercen la "crítica leal" y quienes no, se abren numerosas formas, diversas y distintas. Una zona gris de críticos que contribuyen con nuestra débil democracia (aunque siendo desleales) Con lo que llegamos al meollo de lo que propone. Queriendo defender el argumento de autoridad, suspende la posibilidad de la crítica, al adjetivarla. Y este recurso al adjetivo, hace que la crítica deje de serlo para convertirse en sumisión leal. Vuelta de tuerca. Si lo que sugiere es una descalificación al carácter desleal de los políticos, se trata entonces de un juicio ético. Que no necesita de la crítica más que como excusa. Pero con esto no se elimina la falsa oposición cuestionada.