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columna del lector

La libertad de Mauricio

Jueves 10. Algunos prefieren morir antes de perder su libertad. ¿Será ese el caso de los secuestrados?, ¿será que prefieren un rescate riesgoso a pasar varios años secuestrados?, ¿qué sentirán los que llevan varios años? Caterina Heyck se hace esas preguntas motivada por un caso personal.

Ana Caterina Heyck*
6 de marzo de 2005

Tarde entendí que Mauricio no era furioso, sino que odiaba a muerte estar preso. Aceptaba con resignación que se le amarrara cuando llegaban visitas, pero apenas se iban, ladraba y gemía hasta alcanzar su liberación. Era especialmente feliz en las madrugadas, cuando era completamente libre. Había que verlo correr a esas horas, cuando cantan los pájaros y el rocío refresca. Una noche, y sin que hubiera extraños en casa, lo amarraron y no pudo resistir la afrenta.

Quizá por las circunstancias del accidente que le quitó la vida: estrangulado con la misma cuerda que lo ató, que vinieron a mi mente y a mi deprimida alma imágenes e ideas de la muerte y la libertad. Evoqué el recuerdo de un ser querido que por decisión y en similar búsqueda frenética de libertad, se ahorcó. Recordé a Ramón, protagonista de Mar Adentro, que tenía el mismo propósito pero no podía lograrlo por ser tetraplégico; al preso de una cárcel colombiana que en días pasados se colgó con las cobijas de su celda y pensé, también, en los secuestrados, quienes, a diferencia de mi Mauricio, llevan mucho más que una noche sin libertad.

Estar triste por la muerte de un perro pareciera absurdo, pero no puedo evitar sentirme así. Tal vez el Presidente me entienda, pues en días pasados afirmó que el dolor por la muerte es igual en todo ser humano. Comparaba al padre de un soldado con el de un civil, asesinados ambos por la guerrilla. No se refería al amor por los animales, pero igual dejó la lección de que los sentimientos no se pueden medir, ni juzgar. Curiosa justificación de que en Colombia no hay conflicto armado. Pero lo que no dijo es que las circunstancias de la muerte pueden variar la aceptación y resignación por la pérdida. Para mí es más difícil aceptar la de mi Mauricio al conocer que murió intentando ser libre. De seguro la idea de la muerte rondó por la cabeza de los desgraciados padres de los soldados y policías de Iscuandé y no por la de los padres que perdieron a sus hijos tras la bomba del Nogal o el rocket del Cartucho del 7 de agosto de 2002.

Mauricio, a lo mejor, concientemente asumió el riesgo de ahorcarse y haló y haló la cadena con la ilusión de libertad.....o quizá era tal el desespero de verse atado que no midió el dolor que sentía cada vez que halaba. Tal vez los secuestrados prefieran riesgosos operativos de rescate que pongan fin, con vida o muerte, a su penoso cautiverio. No sé si también tienen la opción que tuvo el preso o si como el tetraplégico, ni siquiera la tienen.

Concluí que porque Mauricio estaba libre la mayor parte del tiempo, era más vulnerable al cautiverio. Los animales del zoológico con los años pierden su instinto de libertad. No sé si con los secuestrados pase lo mismo. Lo que sí es evidente es que frente a aquellos que llevan 7 años, el instinto, de nuestra parte, ya se agotó... Quizá por ello puedan aguantar cuatro años más sin halar su cadena.

* Autora del libro 'Sí al intercambio humanitario'