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columna del lector

La seriedad de la historia

El profesor Francisco Galindo escribe sobre el rigor de las publicaciones relatan la historia de Colombia. Dice que "los criminales están escribiendo sus memorias, las editoriales las están publicando y la gente en la calle está cultivando una percepción".

Francisco Galindo Hernández *
12 de febrero de 2006

Se ha generado un amplio debate en torno a la publicación del libro Mi verdad del periodista Alberto Giraldo, quizá el hombre que mejor conoció la cúpula del Cartel de Cali y que ahora después de su muerte ha prendido nuevamente el ventilador contra la clase política colombiana.

La polémica tiene que ver con el hecho de una tendencia en alza: los criminales están escribiendo sus memorias, las editoriales las están publicando y la gente en la calle está cultivando una percepción - en muchos caso unilateral - de los hechos más controvertidos ocurridos en Colombia en los últimos veinte años.

En su edición del domingo 30 de Octubre, el periódico «El Espectador» aborda el tema y consulta a escritores, historiadores, ex militares e investigadores en torno a la validez de estas obras como fuente de documentación histórica. Las respuestas son diversas pero la conclusión parece ir por el mismo camino: los libros publicados a los criminales pueden tomarse en cuenta dentro del marco de una investigación amplia. Es decir, pueden ser un trozo de la verdad, pero no la verdad completa. De hecho, la Historia nunca presenta verdades completas.

El problema es que el mercado de los libros de ese género - legales o no - tiene una amplia demanda de lectores. El ciudadano común y corriente prefiere el relato descarnado (como el de Mi Confesión de Carlos Castaño) a la investigación sistemática y científica que puedan realizar los académicos. Parece ser que la primera es una lectura más ágil, más amena y escrita en un lenguaje que se entiende y asimila a la perfección, mientras que la segunda suele ser incomprensible, repleta de cifras y estadísticas y con la enorme desventaja de no conseguirse en los semáforos o en la carrera séptima con Jiménez. Así las cosas, el hombre de a pie se puede estar haciendo a una idea deformada de los hechos y tomando como verdad absoluta sucesos que nunca ocurrieron o que se llevaron a cabo de forma completamente distinta.

El hecho de que personas que pertenezcan o hayan pertenecido a organizaciones criminales escriban sus memorias no tiene motivo de censura de por sí. Muchos de ellos han sacado a la luz sus delitos y eso ha servido en algunas partes del mundo para iniciar procesos en contra de otros criminales. El problema se genera cuando se toman esos relatos como verdades absolutas y comienzan a aparecer las glorificaciones hacia individuos que antes eran considerados como verdaderas amenazas en contra de la sociedad. Lo grave es que en Colombia esta tendencia se acentúa por la baja calidad y frecuencia de la lectura que se realiza al año en promedio.

Cualquier tema de investigación, e incluso la lectura informal, debe ser contrastada en varias fuentes para que sea medianamente creíble. Esa mínima precaución, por desgracia, no es una constante en los lectores colombianos.

(*) Historiador Universidad Nacional de Colombia