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columna del lector

La última cena y otras pasiones

La última edición de SoHo es una "irreverencia gráfica sin profundidad que no tiene méritos para armar tanto zafarrancho", opina el periodista Reinaldo Spitaletta.

Reinaldo Spitaletta
7 de agosto de 2005

Vivimos de pequeños escándalos de farándula. Y más que un asunto de herir mojigaterías o a beatas que visten y desvisten santos, es materia del mercadeo y, si se quiere, de la cultura de la superficialidad que desde hace rato nos invade y domina.

Las fotografías de Alejandra Azcárate, la nueva Crista, y un grupo de personas que simulan a los apóstoles, en realidad no es un estallido de originalidad, aunque tenga su estética. Ni tampoco tiene méritos para armar tanto zafarrancho.

En Colombia, y supongo que en otras partes del mundo, los periódicos y revistas, en vista de la disminución de lectores, apelan al fácil expediente de lo light, de lo cosmético y, como le sucedió a la revista SoHo, a una cierta irreverencia gráfica sin profundidad. Se trata, parece, de vender a toda costa. No de hacer pensar.

Es más, en el asunto de "La pasión de Alejandra", más que las fotos, que no son malas, me pareció más interesante, más fundamentado, el artículo de Fernando Vallejo que las acompaña. Sin embargo, el revolcón lo provocaron las imágenes. Lo cual también puede significar que pertenecemos a una "cultura" visual más que a una de la lectura.

No creo que un escándalo similar se haya producido, por ejemplo, con las dos mil masacres de los paramilitares en sus años de presencia en Colombia, o con las de la guerrilla. Ni tampoco con los millones de desplazados, o con el hambre y la pobreza que azotan a Colombia. No. Aquí las protestas son más bien bizantinas: por el sexo de los ángeles o por saber si las monjitas sienten deseos sexuales.

Insisto.

Es fácil acudir a tales maniobras de adulterar símbolos religiosos con el fin de llamar la atención y, más que todo, con el ánimo del lucro. Así es posible presentar a una virgen del Carmen empelota; a un Cristo realizando un striptease, a una María Magdalena haciéndole "cositas ricas" al Galileo. Y es suficiente para armar barahúnda. Otros, igual, venden revistas y periódicos con modelos desnudas, sin herir susceptibilidades doctrinarias.

En la sangrienta e intolerante sociedad colombiana la historia tiene capítulos dedicados a la beatería, a las manifestaciones hipócritas, a las censuras y ligas de "buena conducta". Para recordar no más dos o tres casos. El de la artista Débora Arango, por ejemplo, vituperada en los años cuarentas y cincuentas por sus obras de denuncia social. O al muralista Ignacio Gómez Jaramillo, cuyos frescos, "por inmorales", fueron tapados con cortinas negras en el viejo recinto del Concejo de Medellín.

En Pereira, hubo revuelo insólito cuando el maestro Arenas Betancourt descubrió la escultura del Bolívar desnudo. Recuerdo en Bello, Antioquia, a un artista que pintó una masturbación del Niño Jesús y, en vez de pintar el lugar común de los cuadritos de todas las casas, creó el hígado de Jesús. Casi lo excomulgan.

Bueno, quizá al poeta nadaista Darío Lemos lo recuerdan más en Medellín por haber escupido y pisoteado una hostia en el atrio de una iglesia que por sus 'Sinfonías para máquina de escribir'.

Sin embargo, en una sociedad como la colombiana, que reacciona más fácil cuando se le tocan sus símbolos religiosos, además muy respetables, que por la opresión política o económica, o por las desgracias de las mayorías, es tan peligroso alterar una concepción de la última cena como decir, por ejemplo, que Colombia está dominada por el poder paramilitar.

Hay un terreno histórico abonado para los fundamentalismos, para el dogmatismo, para la intolerancia, como en aquellos años cuando ser liberal era pecado. Y también para limitar las libertades.

Este último caso es el que se invoca cuando los que se han sentido "heridos" por la publicación de la citada revista dicen que esa libertad los ha afectado en sus sentimientos religiosos. Sin embargo, cuando se amenazan periodistas (o se los asesina), o pasa lo mismo, como ha pasado, con sindicalistas, líderes populares y comunales, no se presenta la misma reacción.

Tal vez porque noticias de esa índole poco o nada sirven para vender diarios y revistas.

En Colombia es fácil despertar el fanatismo. No sólo en materias como el fútbol, sino en otras de más contextura. La vieja época de la Violencia, tan compleja, fue una expresión de la fanatización política. Por supuesto, el pueblo puso los más de trescientos mil muertos. Algunos de ellos mataban a sus congéneres al grito de "Reine Jesús por siempre".

Alguna vez escribí una columna sobre o, más bien, contra Laureano Gómez y recibí decenas de amenazas e insultos de ciudadanos que lo idolatraban. Supe ahí mismo que esos tiempos terribles que uno creía extinguidos, seguían vivitos y coleando. Hoy tienen otras expresiones políticas igualmente aterradoras.

Volviendo al barullo originado por las fotos de la última cena de Alejandra, que seguramente hizo agotar la edición, que era, además, lo que querían sus dueños y editores, me parece que no es para tanto el rasgamiento de vestiduras. Y para parafrasear a algún político francés, el hecho más que un atropello es una estupidez. Ah, bueno, y también un acto de mercachifles.