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columna del lector

Lola

Humberto Hincapié, un lector de SEMANA.COM, envió este cuento sobre la lavandera "con olor de animal de monte" que hipnotizó a un adolescente.

Humberto Hincapié*
14 de noviembre de 2004

El primer encuentro

Con su acostumbrada tranquilidad y parsimonia para hablar, el Profesor Victoria me dijo:

"Es mejor que se siente jovencito, porque en materia de geometría usted está más virgen que la virgen María. Lleva cinco minutos haciendo cara de tonto en el tablero y no ha sido capaz de explicarnos qué es un triángulo isósceles. Por lo pronto tiene un cero y si no se avispa va a perder la materia".

"¿Cómo podía yo decirle al profesor y al grupo que un triángulo isósceles está formado por una línea horizontal que es el piso donde Lola ponía los pies cuando lavaba la ropa y que sus dos piernas semiabiertas formaban los dos lados iguales del triángulo, que convergían en el vértice A, donde quedaba aquella cosa maravillosa que me perturbaba y me había quitado la tranquilidad desde la primera vez que la ví?".

"¿Cómo podía yo decirles que desde el día que tocó la puerta de la casa para ofrecer sus servicios como lavandera y planchadora me iba a abrir caminos desconocidos con los que nunca había soñado?".

Yo atendí la puerta y allí estaba ella. Olía a animal de monte en celo. Un aroma desconocido para mis catorce años, me llegó hasta el alma y sentí extrañas sensaciones, como si burbujas de champaña subieran por mis pies, recorrieran todo mi cuerpo y salieran por mi cabeza. Con voz temblorosa por la emoción que sentía, le dije:

"A la orden, ¿que se le ofrece?"

"Quiero ver a la Señora María. Me dijeron que necesitaba una persona para lavar y aplanchar".

Me miró de pies a cabeza y sonriendo me pasó su mano por mi mejilla, agregando como en un susurro:

"No está malo el muchachito este".

"Mamá la necesitan, alcancé a decir con voz desfallecida y la dejé en la puerta".

"Hágala entrar mijo, usted parece bobo".

Mamá le dijo:

"Si usted quiere trabajar aquí, debe saber y entender que tiene que ser muy, pero muy buena para hacer su oficio, así es mija que mejor hacemos una prueba. Míre, aquí hay una ropita para que la lave y después me plancha una camisita para ver qué tan buena es usted, tenga en cuenta que yo soy muy exigente y las cosas tienen que quedar perfectas si quiere el trabajo. Pero primero, dígame cuánto cobra por el día".

"¿Le parece bien 100 pesos por el día señora María?"

"¿Qué? ¿Está loca mija? Ni riesgos. Yo estoy acostumbrada a pagar 20 pesos incluyendo la trapeada".

"No, no señora, eso es muy poquito. Déme siquiera 80 pesos".

"Bueno por tratarse de usted y que me ha caído bien le voy a dar 50 pesos".

"Esta bien señora. Sea lo que Dios quiera".

Desde la silla del comedor donde me senté para estudiar, pude observar todos sus movimientos cuando se dirigía al lavadero. Al agacharse para recoger la primera prenda,

ví cómo su vestidito de organza floreado se le subía, dejando descubiertos sus muslos hasta la mitad y que unas suaves redondeces perfilaban un hermoso y seductivo cuerpo. Mi imaginación volaba y podía ver con toda claridad las partes de su cuerpo que el vestido seguía cubriendo.

Al mojar y restregar la prenda se inició una danza sensual que empezó a revelarme cosas y placeres visuales que no conocía. Me levanté y me hice a unos dos metros de distancia para verla de perfil. El suave meneo de sus nalgas y sus senos me producían un deleite que nunca jamás había experimentado.

Mamá me miró y dijo:

"Y este culicagadito ¿qué tanto es lo que mira? váyase de aquí mocoso".

Al retirarme hacia el comedor, ante la orden perentoria de mi mamá, sentía una extraña agonía y decidí que la geometría de Bruño no valía la pena, porque allí estaba ella que me iba a enseñar un mundo de cosas nuevas y conducirme a los mismísimos cielos que empezaban a revelarse desde el momento que me dijo: "No está malo el muchachito este".

Al terminar la prueba mi mamá le dijo a Lola:

"Estoy contenta con el trabajo y para que vea que soy justa, le voy a pagar 80 pesitos, pero eso si, me ayuda con la trapeada y de vez en cuando con la cocina".

Al despedirse Lola pasó por mi lado y sin que mamá la viera me mandó un besito con sus labios. Creo que me desmayé de la emoción. Cuando reaccioné, Lola se había ido.

El segundo encuentro

Cuando regresé de clases al día siguiente entré derecho, ignorando a mi mamá y mis

hermanos, a ver si Lola estaba. Tarareaba una canción y movía sus nalguitas llevando el

ritmo al compás de la lavada. Al verme giró su cuerpo para saludarme y pude ver que su falda mojada transparentaba su calzoncito y que en su apretada blusa se dibujaban dos pezones desafiantes como si fueran astas de toro de lidia. Me sentí transportado a los cielos al ver sus intimidades. Me sentí feliz de verla y grité a todo pecho:

"¡Qué pasa carajo! ¿Es que en esta casa no hay comida o qué? Estoy con hambre y si no me dan nada me como a Lola".

"¿Ve que muchachito este tan avanzado, no?" - Respondió mi hermana Libia.

Después de la comida, salí a la calle y me aposté en la esquina hasta que la vi salir. Con disimulo la seguí, y cuando dobló en la cuadra siguiente corrí para no perderla de vista. Al llegar a la esquina, me choqué con ella que me esperaba.

"¿Me está siguiendo muchachito, o qué?"

"¡No, No, qué va! iba caminando para donde un amigo".

"Hasta mentirosito el niño. ¿no?"

Me agarró bruscamente del cuello de la camisa, prácticamente me levantó del piso y me dio un beso en la boca y corrió hacia Puebloelata, un pequeño barrio de callejuelas retorcidas y casas de guadua y latón donde vivía. Cuando reaccioné del beso y su perfume de animal de monte y corrí detrás de ella, había desaparecido como por obra de magia. Frustrado regresé a casa.

El tercer encuentro

En el Instituto, me hice el enfermo y pedí permiso para irme temprano a casa. Lola colgaba la ropa en el patio y el sol, dándole de espaldas, transparentaba su cuerpo en su vestido. Desde el asiento del comedor la contemplaba con una emoción desconocida. Tratando de no llamar la atención de mi mamá y mis hermanas abrí el bendito libro de geometría fingiendo que estudiaba.

Lola regresó al lavadero y continuó su acostumbrado meneo, que me empezaba a desesperar porque me hacían sudar frío y me ponía arrozudo. Sin poderme aguantar, me dirigí al baño, y pasando al lado de Lola, me le arrimé por detrás. Recliné mi cuerpo contra el suyo y ella sin ninguna timidez, respondió empujando hacía atrás y restregando sus nalgas en mis muslos.

Pasé mis brazos por debajo de los suyos y acaricié sus senos con deleite mientras la besaba en el cuello.

"Váyase, váyase rápido" - me ordenó, antes que nos vea su mamá y me eche.



El cuarto encuentro

El Profesor Vidal, profesor de trigonometría, se tomó su tiempo dibujando un triángulo rectángulo con su habitual exactitud y buscando las más mínimas imperfecciones para corregirlas. Después de refrescarnos la memoria sobre las relaciones de los ángulos que debían identificarse con letras mayúsculas A, B, C y sus lados con letras minúsculas a, b, c, teniendo cuidado de identificar cada lado opuesto al vértice con su correspondiente letra, empezó a hablarnos de los senos, cosenos y tangentes. Eso era lo que yo necesitaba, cuando mencionó esas palabras me fui para otro mundo. Ayer nada más había tenido los hermosos senos de Lola en mis manos y empecé a soñar despierto con las cosas que habrían de venir en nuestros románticos encuentros. Me veía con ella caminando por un jardín florido y que la música de los pajaritos nos arrullaban, mientras nos besábamos y nos acariciábamos, locos de amor. Cuando estaba en lo mejor de mi sueño, la áspera voz del profesor Vidal me decía:

"Bájese de esa nube jovencito, es la segunda vez que le pregunto que cuál es la relación del seno de A y el coseno de B".

Sorprendido por esta brusca interrupción a mis sueños, le conteste:

"No tengo la menor idea profesor, yo lo único que se es que Lola tiene los senos más hermosos que yo he visto en mi vida. El coseno lo tiene más abajo, pero pronto me lo va a dar".

Cuando terminó la carcajada colectiva del salón, el profesor Vidal dijo muy serio:

"Pues mi estimado amigo, se me para y se me sale del salón. No tiene necesidad de volver a mis clases porque ya perdió la materia".

Al regresar a casa, pasé derecho sin mirar a mi mamá y los hermanos que estaban en el comedor. Lola estaba en la cocina sirviendo la comida, di un suspiro de alivio. Me miró con una sonrisa y me mandó un besito con sus dedos adorados. Comí rápido y salí para la esquina de su casa a esperarla. Cuando pasó por mi le dije:

"Lolita de mi alma, quiero casarme contigo. Veámonos esta noche".

"Yo ya estoy casada, tonto. Voy a ir a atender a mis hijos y como mi marido trabaja hasta tarde esta noche, espérame en la calle del triángulo a las ocho".

Fui a casa, me bañé, me puse brillantina en el pelo y me lo arreglé la a lo Elvis. Al pasar por la alcoba de mis hermanas me eché encima uno de sus perfumes, para oler sabroso. Aunque la calle del triángulo quedaba a dos cuadras de la casa, me fui a las siete para no llegar tarde a la cita. Nunca una hora fue tan larga, como ésta. Tembloroso de la agonía de ver que el reloj no avanzaba, me paré lejos de las luces de las calles para que ninguno de mis amigos me reconociera.

Finalmente, apareció Lola con su caminadito felino, meneando sus caderas como solo ella lo hacía. Me tomó de la mano y caminamos buscando las sombras de la noche. Al llegar a despoblado me abrazó y me beso por todas partes. Continuamos así hasta llegar a las mangas de Junín. En esa profunda emoción que sentía y que me hacía temblar de pies a cabeza, de pronto recordé al flaco Jaime Hoyos, con su hermosa voz de tenor fracasado, quien imitando el mejor de los acentos andaluces, nos recitaba a Federico García Lorca:

"Y yo que me la llevé al río / creyendo que era mozuela, / pero tenía marido. / Fue la noche de Santiago / y casi por compromiso. / Se apagaron los faroles / y se prendieron los grillos. / En las últimas esquinas / toqué sus pechos dormidos / y se me abrieron de pronto / como ramos de jacintos. / El almidón de su enagua me sonaba en el oído / como una pieza de seda / rasgada por diez cuchillos. /"

Seguimos caminando entre besos y caricias hasta que llegamos a la manga donde jugábamos fútbol. Como obedeciendo a un mandato divino, las nubes se despejaron y una maravillosa luna llena nos alumbró con su luz de plata mientras nos desnudábamos con desespero. Nos revolcamos en el pasto como dos locos, convertidos en un nudo donde no se distinguía quién era quién y mientras nos besábamos, volví a recordar a Jaime que decía:

"/ Pasadas las Zarzamoras, / los juncos y los espinos, / bajo su mata de pelo / hice un hoyo sobre el limo. / Yo me quité la corbata. / Ella sus cuatro corpiños /"

Como sabia en las artes del amor, me guió por sus carnes, el olor de animal de monte me enloquecía y sus senos palpitaban con mis caricias de amante inexperto. De pronto me hundí en sus profundidades y minutos mas tarde sentí una corriente eléctrica bajar por mi columna vertebral y me perdí en el vacío. Al mismo tiempo juegos pirotécnicos estallaban en mi cerebro y fui el hombre más feliz del mundo por un instante que duró una eternidad. Me desmadejé encima de ella y una extraña melancolía me invadió mientras nos besábamos y nos acariciábamos suavemente. Al mirar hacia un lado, juro que vi al mismísimo Federico García Lorca, bañado en luz de luna, mirándonos sonriente y declamándonos:

"Ni nardos ni caracolas / tienen el cutis tan fino / ni los cristales con luna / relumbran con ese brillo. / Sus muslos se me escapaban / como peces sorprendidos, / la mitad llenos de lumbre, / la mitad llenos de frío. / Aquella noche corrí el mejor de los caminos, / montado en potra de nácar / sin brida y sin estribos. /"

Al abrir la puerta de la casa a mi llamado, mi hermana le dijo a mamá:

"Pero mire mamá, cómo viene este muchachito, todo despeinado, embarrado y sucio y con una sonrisa de oreja a oreja".

Mamá mirándome, agregó:

"Jamás le había visto semejante cara de idiota, quién sabe quien lo embrujó. Vaya báñese antes de acostarse, puñetero".

"Y hasta huele raro" - Sentenció mi hermana.

Respirando profundo y con toda la seriedad del caso las enfrenté y les dije con la mejor

de mis voces de declamador:

/ No quiero decir por hombre, / las cosas que ella me dijo. / La luz del entendimiento / me hace ser muy comedido. / Sucia de besos y arena, / yo me la llevé del río. / Con el aire se batían / las espadas de los lirios. /"

Haciendo una prolongada venia les dije:

"Hoy monté en la potranca de nácar más briosa que hay en el mundo, conocí lo que es la felicidad y en su silla se quedó enredada mi virginidad. Tengan sus mercedes una buena noche".

Fin

* Kariong, Australia, Marzo del 2003