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columna del lector

Los fantasmas de Juan Rulfo

En el año de Juan Rulfo, el periodista Reinaldo Spitaletta le rinde un homenaje a su obra y legado.

Reinaldo Spitaletta*
24 de abril de 2005

Lo primero con lo que uno se encuentra en Comala es con el silencio, quizá como la irrupción de esa metáfora de la humillación en la que han vivido los pueblos de América Latina. Comala es un pueblo "untado de desdicha", de caminos que suben y bajan, de muertos que hablan con los muertos, de muertos que aman y lloran y enmudecen. Son los muertos tristes de Rulfo, un novelista que interpretó el lenguaje de la gente y descubrió la poesía que subyace en los modos de hablar de los moradores de Jalisco.

En Comala huele a lluvia vieja, a tierra que anda y a "horizonte de perros". En aquel pueblo imaginario y real se quedaron a vivir la tristeza y sus fantasmas.

Pedro Páramo es "un rencor vivo". Y más que un terrateniente, más que un seductor, más que un incesto, e incluso más que la buscada figura del padre, es la representación del sometimiento. La riqueza simbólica de esta obra y su complejidad estructural continúan admirando lectores, despertando hermenéuticas y, sobre todo, asombros. Esta novela, lo mismo que la colección de relatos El llano en llamas, la escribió Rulfo para que la leyeran dos o tres amigos suyos, o, como él mismo declaraba, "más bien por necesidad".

En una larga convivencia con la soledad, Rulfo se puso a escribirla para librarse de esas sensaciones que le producía el hablar con los silencios y con las ausencias. En mayo de 1954 compró un cuaderno escolar y comenzó a crear el primer capítulo de una novela que, él, según dijo, tenía en la cabeza desde hacía muchos años. Encontró el tono y la atmósfera adecuados y entonces se le vino la primera frase: "Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo", y después no supo de dónde procedían todas las intuiciones a las que se debe el nacimiento de una obra que, 50 años después de su publicación, continúa atrayendo por su poesía.

"Fue como si alguien me lo dictara. De pronto, a media calle, se me ocurría una idea y la anotaba en papelitos verdes y azules", recordó Rulfo, 30 años después de haber escrito su única novela. Una novela sin tiempo, una permutación de monólogo, diálogo y narración impersonal, una técnica compleja que, sin embargo, permite el goce placentero de su lectura. En Pedro Páramo el lector se encuentra con almas en pena, almas muertas fuera del tiempo y del espacio, porque, como es de suponer, para los muertos no existen ni uno ni otro.

En cuatro meses, Rulfo tenía 300 páginas de su historia. Y después escribió otras tres versiones que consistieron, en esencia, en reducirla a la mitad aquellas 300. Bien decía Chéjov: "escribir es podar". Y en esa poda, en esa meticulosidad de relojería, despojó al lenguaje de retórica, permitió que la osamenta hablara por sí misma, encontró la belleza de las palabras y los giros populares y construyó una densa obra que, al decir de Borges, es una de las mejores de la literatura.

Lo curioso, sin embargo, es que Pedro Páramo, al publicarse por el Fondo de Cultura Económica de México, en marzo de 1955 en un tiraje de 2.000 ejemplares, no encontró lectores. Es más: su primera reseña fue negativa. El propio jefe de producción del Fondo, Alí Chumacero, le advirtió a Rulfo que de todos modos la obra no se iba a vender, así que no se preocupara por las críticas adversas. Y así sucedió. Mil ejemplares tardaron cuatro años en venderse. Los otros, los fue regalando su creador a quienes se lo pedían.

Algunos de los amigos de Rulfo vieron en Pedro Páramo influencias faulknerianas, aunque él confesaría que entonces, cuando la escribió, ni siquiera había leído al gran escritor estadounidense. Lo que sí había leído, pero en su adolescencia, había sido a Knut Hamsum, en particular Pan y Hambre, dos novelas que lo impresionaron hasta los tuétanos. Después, bebió de otros novelistas nórdicos y rusos.

"No tengo nada que reprocharles a mis críticos. Era difícil aceptar una novela que se presentaba con apariencia realista, como la historia de un cacique, y en verdad es el relato de un pueblo: una aldea muerta en donde todos están muertos. Incluso el narrador, y sus calles y campos son recorridos únicamente por las ánimas y los ecos son capaces de fluir sin límites en el tiempo y en el espacio", declaró Rulfo muchos años después, cuando su obra ya era un clásico de Hispanoamérica.

Después de las críticas, escritores como Carlos Fuentes y Octavio Paz escribieron sobre Pedro Páramo, y en 1958 ya estaban traduciéndola al alemán, al inglés, al francés y al holandés. Tiempo después, ya aparecía en ucraniano, turco, griego y chino. Pero su autor, al cual le bastaron dos libros para ganar la inmortalidad, decía que "el merito no es mío. Cuando escribí Pedro Páramo sólo pensé en salir de una gran ansiedad. Porque para escribir se sufre en serio".

Comala, tierra baja y caliente, se parece al infierno. Sus personajes, excepto el que nombra la novela, son de aquellos seres que, como se ha dicho, padecen la Historia pero viven al margen de ella. Pedro Páramo, la novela, es la realidad mítica, el ser humano en sus angustias y soledades, el tiempo de la muerte y del silencio. Rulfo decía que los nombres (qué nombres tan sonoros) los tomaba de las lápidas de los cementerios de Jalisco.

Como sea, aquellos nombres como Susana San Juan, Juan Preciado, Fulgor Sedano, Damiana Cisneros, Dorotea la Cuarraca y, claro, Pedro Páramo son parte también de una suerte de mitología latinoamericana, de un significado y sentido de lo que es ser de una tierra flagelada y que todavía no rompe su "silencio mudo".

En lo más íntimo, Pedro Páramo -según su papá Rulfo- nació de una imagen "y fue la búsqueda de un ideal que llamé Susana San Juan. Susana San Juan no existió nunca: fue pensada a partir de una muchachita que conocí brevemente cuando yo tenía tres años". La muchachita del cuento no lo supo nunca y Juan Rulfo jamás la volvió a ver. Pero igual. Susana San Juan sí existe. Y, contra todo, está viva aunque esté muerta. Como los demás personajes de esta novela alucinante.

Hay pueblos que saben a desdicha. Comala es, posiblemente, el mayor de ellos.

* Periodista de Medellín