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Naufragio

Este cuento, escrito por el colombiano Humberto Hincapié (quien hoy reside en Australia), ganó una mención de honor en el concurso de poetas y narradores otorgado por el Instituto de Cultura del Perú.

Humberto Hincapié
12 de febrero de 2006

La esposa

Esa mañana amaneció con la sensación de que el mundo se acababa para ella. Se sentía deprimida y triste. Parecía que su vida había llegado a un túnel que tenía sellado el final y no le quedaba otra alternativa que seguir los dictados de su corazón, para buscar una solución que le permitiera encontrar el camino de salida del laberinto en que se hallaba. 

Su esposo, como todos los días desde hacía varios meses, simplemente dijo "Hasta luego", y se marchó al trabajo sin siquiera mirarla.

Sus hijos, aunque seguían viviendo en la casa la ignoraban completamente. Sus estudios, los amigos y las fiestas eran su mundo y la madre era simplemente la persona que les tenía la comida lista, la ropa arreglada, la que limpiaba y organizaba los regueros que dejaban por toda la casa.

Decidió que un buen baño con agua fría le quitaría la tristeza y la angustia que la invadían.

Abrió la ducha y dejó caer el agua por su cuerpo un buen rato; luego se estregó con el estropajo con rabia como si quisiese borrar de esta manera su tristeza y soledad. Le dieron ganas de llorar y lo hizo suavemente el principio y luego con sollozos que salían de lo más profundo de su ser y que fueron aumentando en intensidad hasta convertirse en gritos desgarradores, deseando que sus angustias y sufrimientos salieran de su alma y así pudiera encontrar alivio.

Se sintió mejor y, mientras el agua de la ducha y sus lágrimas la bañaban, pasó las manos repetidas veces por el pelo lustroso y  su rostro. Luego las deslizó lentamente por los senos y su vientre, bajando muy suavemente hasta sus partes íntimas y los muslos. Durante largos minutos disfrutó del placer de  sentirlas acariciándola y tuvo la extraña sensación de que, al tocar su cuerpo, sus manos le hablaban:

"Eres una mujer atractiva, tienes cuarenta y ocho años y todo un mundo por delante. Sé que tienes miedo. Eres una mujer casada con hijos y temes al qué dirán. Te da miedo romper los esquemas que han regido tu vida hasta el presente.

¿No te has dado cuenta de que tu esposo dejó de quererte desde hace varios años? Mira su comportamiento contigo: frío, distante, como si tú no existieras. Es cierto que sigue cumpliendo con sus obligaciones, que a ti y a tus hijos no les falta nada, pero dime; ¿cuánto tiempo hace que no te dice una palabra tierna, cuánto tiempo hace que no te acaricia, cuánto tiempo hace que no sientes el placer del amor?

Sé que recuerdas aquellos tiempos en que tú eras todo para él. Sí, es cierto, te llenó de amor, te hizo inmensamente feliz. Pero dime, ¿no fue él el que empezó a alejarse de tu vida? de repente sus viajes de negocios, las convenciones de una semana fuera de la ciudad, sus llegadas tarde en la noche, su olor a trago. Y, sin justificación alguna, a pesar del inmenso amor que tú le dabas, llegó el cambio; ese terrible silencio, ese no responder a tus preguntas, ese ignorarte, ese no acariciarte como lo hacía antes, ese anhelante deseo de querer sentirte poseída por el ser amado, para verlo darse vuelta en la cama ignorándote, como si tú no existieras, como si fueras una extraña.

¡Vamos mujer, despierta! ¿Quieres terminar como un barco encallado en una playa lejana, dejando que el tiempo y la intemperie acaben contigo?

¡No, no mujer!, es hora de que tomes una decisión en torno a tu vida. No temas, todavía tienes muchos años por delante, hay un nuevo mundo, un mundo de amor, de felicidad. ¡No lo dejes ir!"

Salió de la ducha y aún desnuda se contempló en el espejo. Era hermosa, lo sabía desde la niñez, desde que despertó a la pubertad  y fue la flor más admirada del jardín en su juventud. Pero siempre se portó con dignidad, nunca permitió que las miradas lascivas de los hombres que la desnudaban en la calle, los piropos vulgares y ramplones, las insinuaciones abiertas o veladas, los intentos de seducción; fueran a alterar su decisión de ser una mujer íntegra que solo se entregaría a la persona que su corazón escogiera para ser su esposo. Y cuando tomara esa decisión, le dedicaría toda su vida para cuidarlo, adorarlo y respetarlo.

¡Pero todo eso se iba a ir al carajo ahora mismo!

Hacía cuatro años lo había conocido. Llegó a la casa traído por su propio esposo como invitado a cenar. Desde ese momento sintió la atracción hacia lo desconocido. Ese palpitar de su corazón le decía que había una vida nueva y un futuro que mitigaran la soledad y la aridez de su existencia. Él era inmensamente atractivo, osado, buen conversador, honesto y a la vez dulce y cariñoso.

Fue directo cuando le dijo que la amaba,  que esperaría por ella toda su vida y que, a pesar de que sabía que las cosas no marchaban bien en su matrimonio, él jamás iría a aprovecharse de esas circunstancias para provocar un rompimiento. Era paciente porque sabía que el día que ella sintiera que su vida naufragaba, él estaría listo para rescatarla. Era muy simple, lo único que tenía que hacer era tener el coraje de hacerle una llamada telefónica.

Se vistió, se dio una última mirada en el espejo, luego fue a la cocina y preparó una buena taza de café, se sentó en una de las cómodas sillas de la sala mientras pensaba cual sería el siguiente paso a seguir. Después de unos minutos, se dirigió en forma decidida al estudio, levantó el teléfono, marcó un número y cuando le respondieron, dijo:

-Juan Carlos, quiero verte esta noche a las ocho. Tengo algo muy importante que decirte.

*  *  *  *

El esposo

Al llegar a la oficina, le dijo a la secretaria:

-No quiero llamadas telefónicas ni visitas en las próximas dos horas. Necesito estar solo.

Se sentó en una de las sillas de la elegante oficina de la gerencia general de la compañía. Su rostro denotaba el cansancio de largas noches de desvelo. Sabía que había llegado el momento de tomar una decisión.

No había una explicación lógica a los cambios que ocurrieron en su vida, después que tuvo esa maravillosa experiencia que cambiaría para siempre su forma de percibir las sensaciones de un nuevo amor.

Sentía remordimiento porque sabía que su comportamiento le causaba una enorme pena a su esposa. Era la mujer ideal, hermosa, íntimamente sensual, mimosa, cariñosa y en la vida diaria, leal, fiel, cumplidora, digna y sensata. Jamás un reproche, jamás una escena. Dedicada por completo a él y a los hijos.

Pero, ocurrió lo que ocurrió y, sin saber cómo, fue dejándose seducir por un amor embriagador, desconocido, que llenó y cambió su vida de una manera paulatina hasta asfixiarlo y tomar posesión de su voluntad sin poder rechazarlo o echar hacia atrás. Un amor absorbente que le exigía de manera inequívoca: ¡todo o nada! 

Y así, se inventó los viajes, las convenciones, las reuniones para poder disfrutar de este amor secreto. Sintió vergüenza de regresar a la casa después de cada cita amorosa, sintió temor de tocar a su esposa y que ella se percatara del olor de otro amor en su cuerpo y decidió convertirse en un témpano de hielo, frío, distante, desdeñoso, porque esta pasión que vivía imponía condiciones que ninguna razón podía entender o explicar.

Ahora había llegado la hora de tomar la decisión que afectaría tantas vidas. Sería un golpe mortal para su esposa, los hijos y la familia. Quién hubiese creído que un hombre de cincuenta y dos años de edad y veintiocho de casado fuera a romper un matrimonio que era visto por todo el mundo como un modelo.

El escándalo sería de tales proporciones que lo forzaría a renunciar a su cargo de gerente general de la empresa que con tanto éxito había dirigido, por eso había decidido que irse al exilio a un país extraño y lejano sería la única manera posible de empezar una nueva vida, al lado de este ser maravilloso que lo haría inmensamente feliz para siempre.

Resueltamente tomó el teléfono, marcó un número y cuando le respondieron, dijo:

-Juan Carlos, quiero verte esta noche a las ocho. Tengo algo muy importante que decirte.