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columna del lector

Nostalgia de feria

Martes 03. Dixon Moya, un colombiano que no vive en Colombia, no pudo asistir al Festival Vallenato y mucho menos a la Feria del Libro. Cuenta su tristeza.

Dixon Moya*
1 de mayo de 2005

Acaba de culminar el Festival de la Leyenda Vallenata, no soy vallenatólogo, pero recuerdo una canción de ese género musical, que siempre me gustó. Narraba la nostalgia de un joven estudiante de Valledupar en la fría Bogotá, quien no podía asistir a ese encuentro de acordeones, pero alimentaba sus recuerdos con las noticias que recibía sobre los invitados y las actividades del festival. No tengo la intención de escribir sobre vallenatos, porque mi formación musical se forjó con la letra "b" y no la "v", mejor dicho, entre bambucos, boleros, baladas. Pero la introducción me sirve para hablar sobre la nostalgia que experimento, cuando recibo las informaciones sobre otro tipo de fiesta nacional, la Feria del Libro en Bogotá. Al igual que en la fiesta vallenata, en la capital se vive un carnaval de palabras y personas, desde los niños que comienzan a dar sus primeros pasos en el mundo de la imaginación, hasta los escritores consagrados, hechiceros mayores que comparten con los iniciados en las ciencias abiertas de la literatura. Para algunos, asistir a la feria del libro se nos ha convertido en uno de esos ritos, que siendo profanos terminan en sagrados. La cita impostergable a veces uno no puede cumplir, por estar en otras tierras, bajo soles ardientes que alimentan cráteres volcánicos, sedientos de algún sacrificio humano. En los calores perpetuos, se añora el frío que se alivia con el aroma de un chocolate o un canelazo con aguardiente. Al final da igual, mientras sirva de combustible para visitar los stands (curiosamente así llaman a los sitios de las editoriales en español). Parece mentira, pero se extrañan los promotores que intentan por cualquier medio vender la enciclopedia más completa o el último sistema para aprender otro idioma. Se añoran las muchedumbres, las filas, el cansancio. Lo que realmente añoro es buscar en las cajas con el rotulo de saldos, gangas, baratos. En estos cofres de cartón, de vez en cuando se encuentra algún tesoro, sobre todo en aquellas literaturas tan despreciadas por algunos especialistas, como la ciencia-ficción, pero que cuentan con la suficiente calidad y grandeza para trascender los títulos de moda. Igual que la canción vallenata, me debo conformar con saber que China fue el país invitado, que Don Alonso Quijano estuvo de huesos presente, que el maestro Germán Espinosa tejió una conferencia, que Juan Manuel Roca se destacó como el juglar poético de siempre, que Héctor Abad Faciolince es leído en Angosta, que estuvieron muchos autores y visitantes extranjeros, quienes se llevaron una buena "impresión" de Bogotá. Qué al igual que en la sección de textiles de San Andresito, se vendieron muchos géneros. En fin, que asistió mucha gente, menos este lector. P.D.: Si alguien conoce el título de la canción vallenata de la cual doy pistas al inicio, se lo agradecería. El amable lector, puede utilizar el espacio de los comentarios. Así habrá más conocimiento vallenato, aunque la nostalgia libresca bogotana continuará. * Diplomático colombiano