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columna del lector

Rosario enmascarada

A pesar de la fascinación de Jorge Franco con la representación de su obra 'Rosario Tijeras', Maria Antonia García rescata los desaciertos de la película. Por ejemplo, "un paisa con acento español no es creíble y se suma a la música y a la ropa del 2005 en una Medellín de 1983. Esto, y usar Pedro Navaja en un montaje de 'La Ilíada', son cosas que se parecen", escribe.

María Antonia García de la Torre
11 de septiembre de 2005

Jorge Franco vio en Flora el rostro de Rosario Tijeras. Esa imagen borrosa cobró forma y nitidez cuando la tuvo al frente. La vio y confirmó su presentimiento con las imágenes del filme: era ella, la misma que recorría los bares de Medellín con sus tacones altísimos y sus faldas corticas, la que enloquecía a los hombres y los despedía al otro mundo con un beso mortal.

En la revista 'Pie de Página' revive la satisfacción que significó para él la hechura de la película y el impacto que le causó tener al frente al fruto de su mente, a esa mujer implacable. Habla como si aludiera a una revelación inesperada y grata: era ella, repite como una plegaria.

"Siempre he dicho que cuando escribo, incluso cuando leo, veo a los personajes como si estuvieran detrás de un vidrio empañado (.) Diré con mis propias imágenes que Flora se acercó al vidrio empañado y pasó su mano por el cristal para mostrarme que ella es Rosario Tijeras".

Imagino a Jorge Franco sentado en una fila cualquiera del cine, espectador mudo de ese texto que aparece en la pantalla a manera de mujer. Con un aura de ángel maldito, describe Franco a Rosario: "Del humo y las luces que prendían y apagaban, (.) emergió Rosario como una Venus futurista, con botas negras hasta la rodilla y las plataformas que la elevaban más allá de su pedestal de bailarina" y así prosigue el escritor, ahora espectador frente a su creación, ".con una minifalda plateada y una ombliguera de manga sisa y verde neón; con su piel canela, su pelo negro, sus dientes blancos, sus labios gruesos, y unos ojos que me tocó imaginar porque bailaba con ellos cerrados.(92)".

Falta que, en este idilio, Flora salte de la pantalla y se escape con él del teatro, como Cecilia y Tom Baxter en "La rosa púrpura del Cairo" de Woody Allen.

La Rosario que Franco contemplaba detrás de ese vidrio empañado, es ahora carne que habita el cuerpo de Flora.

Ciertas escenas son sobrecogedoras, es cierto, como la velación del hermano de Rosario. Todo es tan brutal, tan grotesco, y a la vez tan verdadero, montados en ese carro, con el cadáver con gafas oscuras y la grabadora gigante al lado. Recuerdo también las calcomanías del Atlético Nacional que Rosario le pega a la lápida y que doña Rubi despega furiosa. -Es para que el Johnefe se de cuenta de que me acuerdo de él, -le dice Rosario mientras doña Rubi las arranca con un cuchillo.

Pero el cuento de hadas que Franco relata en Pie de Página, se vuelve triste realidad cuando aparece la deseada Rosario en la pantalla. La mujer dura y arrobadora del libro, abandona la realidad creíble de las palabras y penetra la pantalla de cine en una Medellín hecha de imágenes acartonadas.

El escenario que construyen en la película se cae a pedazos, el espectador pierde el canal de comunicación con los personajes como si se desplomara un foco o como si se viera la cara del actor detrás de la máscara. Ya uno se acuerda de que todo eso es ficticio y de que al final de la función se encontrará uno con los actores tomando tinto. A lo largo de la película aparecen gazapos como manchas de tinta en un manuscrito.

Cada frase que sale de la boca de Antonio, es un intento infructuoso por disimular el acento peninsular que brota por cada uno de sus poros. Un paisa con acento español es poco menos que creíble, sumado esto a la música y a la ropa del 2005 en una Medellín de 1983. Esto, y usar Pedro Navaja en un montaje de 'La Ilíada', son cosas que se parecen.

El encantamiento se destruye de inmediato: no hay más que marionetas mal manejadas, con el maquillaje corrido y movimientos caricaturescos.

Ese detalle, como las placas amarillas de los carros (sobra recordar que en los ochentas eran negras) y el house noventero de Aquarius, bastan para creer que la historia de Rosario se hizo de prisa, tal vez demasiado de prisa.

Rosario, la Rosario amada por Franco, la mujer inasible de la novela, se mueve ahora por un escenario de teatro en el que a nadie parece importarle que la farsa sea abierta y desvergonzada.

Él prefiere que juzgue su corazón, cuando se refiere a la película, pero debería escuchar a Antonio cuando le dice "¡El amor aniquila, el amor acobarda, disminuye, arrastra, embrutece! (87)".

Su conclusión en el artículo de Pie de Página no podría ser más elocuente, "Es posible que mi vínculo afectivo con la historia haya puesto un filtro benévolo ante mis ojos al momento de juzgar la película. Es posible pero no me importa. Uno no juzga lo que quiere con otro criterio que no sea el del corazón".