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columna del lector

Sacrifiquemos el regionalismo

El regionalismo de los colombianos se reduce a defender equipos de fútbol, opina el periodista Ricardo Bohórquez.

Ricardo Bohórquez Lara
11 de septiembre de 2005

Nos vanagloriamos de practicar un sano regionalismo, de presumir que nuestro departamento, ciudad o pueblo es mejor por unas u otras razones. Presumimos estar logrando un fortalecimiento integro e insuperable para nuestra región, demostrando una superioridad efímera que no evidencia un progreso firme y duradero.

Nuestro país no necesita de un regionalismo hueco, trivial, que se reduzca a la victoria dominical de un partido de fútbol o a al festejo por la elección de algún político o una reina de belleza simpatizante de nuestro departamento.

Si bien, tienen que existir elementos que identifiquen cada región colombiana, no pretendamos que solamente con nuestras expresiones culturales, deportivas y científicas alcancemos una bonanza local. Mucho menos que con un dejo particular, unos usos gastronómicos o la creencia de que somos de raza blanca y pura cuando nuestro mestizaje nos demuestra lo contrario, nos podamos dormir en los laureles. Aunque lo anterior nos identifica son evidencia de la falta de un regionalismo evolucionado y venturoso.

Colombia no necesita de un localismo exagerado, mecánico e impuesto por una minoría manipuladora. No se trata de creernos superiores y pretender que una región vaya a resolver los problemas de Colombia. La solución de las grandes dificultades de nuestro país requiere asumir los asuntos de todas las regiones. Aún más, la posibilidad de surgir nacionalmente pasa por reconocer estas realidades para encontrar un desarrollo equitativo y justo.

Los comportamientos que adoptamos los colombianos para mostrar un regionalismo fértil se reducen a hechos que no trascienden más allá de defender equipos de fútbol, de reiterar que pertenezco a X o Y región, de formar roscas provinciales, de actuar conforme a intereses particulares y hasta de pavonearse por el clima de una región. Que falta de discernimiento, de esta manera no vamos para ningún lado.

En algunos casos, vanagloriarse de dichos comportamientos reflejan la problemática social que se vive al interior de determinada región y su descontento con la vida. Es absurdo pretender que una región ostente progreso mostrando las mejores colas de la población femenina o peor aún, rompiendo un record Guinnes exponiendo la mayor concentración de orquestas en un carnaval local. Por Dios, nos jactamos de ser regionalistas que a la larga no proponen absolutamente nada para el desarrollo de Colombia y ni siquiera para el avance de la misma región.

Tenemos un sano derecho, querer a nuestra tierra, los nuestros y lo nuestro. Pero es muy distinto a dar la espalda, sobreestimar o desconocer a otros. Requerimos de un patriotismo que no sea excluyente sencillamente porque no tenemos que vivir de la comparación, a diferencia del nacionalismo, si no que establezca su energía en el propio mejoramiento respetando y ayudando el ajeno.

No necesitamos impulsos temporales y agitados de emoción, si no el sereno y persistente sacrificio de todos, para construir y crear una base sólida, donde todos los colombianos nos sintamos orgullosos y prósperos.

Algunos medios de comunicación, sobre todo algunas emisoras, provocan con sus comentarios, un territorialismo superficial, sin fundamento, que siembra una diferencia cultural, racial, de género, de clase y de región, además de una identidad individual estúpida que nos segrega aún más.

Como comunicadores tenemos la obligación de orientar a la comunidad hacia un patriotismo que posibilite la cimentación de una identidad nacional, que no nos divida en comarcas incitando a la antipatía por personas ajenas a su región.

A nuestro país no le genera divisas el hecho de que Bogotá sea la capital de Colombia o que nuestro presidente sea paisa, tampoco que la población costeña viva con playa, brisa y mar y mucho menos que las mujeres caleñas sean como las flores. No podemos seguir pensando de esa forma.

Tenemos que identificarnos a nivel mundial como país, así como a Brasil lo identifica la zamba, el turismo y su desarrollo; a los argentinos la pasión por su país, el fútbol, el tango y su modernismo; y a México sus rancheras, economía y comida.

Si seguimos practicando ese regionalismo lleno de complejos, nuestros departamentos nunca van a salir del provincionalismo y el desarraigo social en el que se inscriben para poder ser vistos como ciudades cosmopolitas, enfrascadas en rivalidades absurdas que no conocen límite.

La salida no es luchar independientemente para ser reconocidos, porque ello conduce al salto catastrófico de la segregación y el regionalismo malogrado. Entre todos tenemos que ayudarnos para alcanzar esos anhelos de igualdad, de aceptar ideales que nos arrimen el hombro para ingresar a las fronteras de la justicia, la equidad y la paz.