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Theo van Gogh y la yihad en los Países Bajos

Estados Unidos tuvo su 11 de septiembre, España su 11 de marzo. Con el asesinato de Theo van Gogh, Holanda acaba de tener su 2 de noviembre, escribe Amira Armenta, lectora de SEMANA.COM

Amira Armenta*
14 de noviembre de 2004

Hasta hace no mucho, en Holanda no pasaba nada. Los mayores actos de violencia que se conocían eran los que protagonizaban algunas veces los hooligans después de algún partido de fútbol. Quedaban unas cuantas ventanas rotas, un par de heridos y varios más pasaban la noche en alguna comisaría. Eran otros tiempos. Ahora sigue habiendo hooligans, claro, pero desde que el fantasma del fundamentalismo islámico recorre Europa, sus disturbios parecen juegos de niños.

Estados Unidos tuvo su 11 de septiembre, España su 11 de marzo. Con el asesinato de Theo van Gogh, Holanda acaba de tener su 2 de noviembre, que aunque en términos cuantitativos representa un número significativamente menor de víctimas, sólo una, simbólicamente es equivalente a las otras dos fechas. Representan el comienzo de una nueva era en el mundo occidental. La guerra fría quedó atrás hace tiempo. Nos encontramos en pleno Yihad.

Theo van Gogh decía que él era el loco del pueblo. Pero lo cierto fue que la única locura que cometió fue la de no aceptar la protección que le ofreció la policía de Amsterdam cuando empezó a recibir amenazas por sus opiniones extremas sobre el islam. Quién querría matar a un bufón, decía. Su ingenuidad estuvo en no haberse dado cuenta de que los fundamentalismos religiosos por lo general no tienen sentido del humor.

Theo van Gogh era cineasta y columnista. Conociéndolo bien en ambos oficios, yo diría que como cineasta era mejor columnista. Y como columnista era mejor provocador. Esta última sería la característica que mejor lo definiera. Además de ser un abierto simpatizante del populismo de derecha representado en el también ahora difunto Pim Fortuyn, van Gogh no perdía la oportunidad de meterse con todo lo que oliera a ortodoxia religiosa, ya fuera judía, cristiana o musulmana.

Por eso fue que cuando, Ayaan Hirsi Ali, una parlamentaria holandesa de origen somalí, le propuso hacer una película con el tema de la opresión que ejerce el islam sobre la mujer, van Gogh aceptó encantado. La actividad política de la señora Hirsi Ali - que creció en una cultura musulmana - se centra en un ataque férreo y directo a la religión y prácticas de los musulmanes.

El resultado de esta alianza fue Submission, un filme documental en el que una joven musulmana vestida con un velo transparente, es decir, prácticamente desnuda, recita no precisamente los versos más santos del Corán. Hace un par de meses la televisión holandesa emitió la primera parte de esta película. Y si la emisión dio después bastante que hablar, no fue exactamente por su calidad, sino por su contenido claramente provocador. Van Gogh se acababa de poner la soga al cuello. Y en cuanto a Hirsi Ali, desde que empezó su cruzada anti islámica vive escondida. Como en los peores tiempos de las persecuciones religiosas. La carta que dejó el asesino de van Gogh sobre el cuerpo de la víctima era para ella.

Theo van Gogh, descendiente del hermano del famoso pintor, fue asesinado en una calle céntrica de Amsterdam mientras se dirigía, como todos los días, a su trabajo en bicicleta. El asesino, Mohammed, resultó ser un joven holandés de padres marroquíes, de quien inmediatamente se hizo notar que había sido buen estudiante en el colegio, y siempre había sido conocido como un muchacho amable. La gente prefiere que los asesinos sean tontos o estúpidos y asociales. De alguna manera esto parece servir como una justificación para sus actos. La inteligencia sólo refuerza la culpabilidad de un criminal. Mohammed era inteligente. Por la carta se sabe que su holandés escrito era impecable. Según el análisis de un arabista, para redactarla, Mohammed se habría basado en la versión en lengua holandesa del Corán, que seguramente conocía mejor que la árabe.

Pero al mismo tiempo, Mohammed es uno de esos jóvenes europeos pertenecientes a la comunidad inmigrante de origen árabe, que han crecido en medio de un complejo cruce de culturas: la árabe y musulmana de sus padres y ancestros, y la occidental y cristiana de una Europa laica, cada vez más distante de los asuntos de la Iglesia. En muchos casos, la no clara pertenencia a ninguna de estas dos culturas, sumado al resentimiento generado por el hecho de sentirse relegados por una sociedad blanca y elitista, percibidos como ciudadanos de segunda, ha empujado a estos jóvenes a expresar de un modo u otro su descontento. Algunos, particularmente las muchachas, expresan su rebelión optando por el velo, aunque las familias no las obliguen. Otros, la minoría, adhiriendo a las posiciones más extremas del islamismo estilo al Qaeda.

Mohammed llevaba una segunda carta en el bolsillo cuando lo detuvieron. Era su testamento, porque estaba seguro de que la policía lo mataría en el atentado. Su acción fue pues un acto suicida a la manera de los palestinos. Pero además, Mohammed no solamente le disparó a van Gogh, sino que lo degolló, en un intento de reproducir una decapitación al estilo al-Zarqawi en Irak.

Con este crimen, en Holanda se juntó lo internacional con lo doméstico. Mientras en los 11 de septiembre y marzo se expresó el extremismo árabe contra un orden mundial en el que priman los valores occidentales (concretizados en el poder de EEUU y sus aliados en Europa), el 2 de noviembre fue la expresión doméstica de un asunto que además tiene proporciones internacionales. Un punto de coincidencia entre lo local y lo global. De ahí que el crimen hubiera sido identificado inmediatamente por el gobierno como el primer atentado del terrorismo islámico en los Países Bajos.

El derecho a provocar

Si hay algo que les molesta a los holandeses de la muerte de van Gogh, es que ésta ha dejado la sensación de que se acaba de perder algo importante: el derecho a provocar. Porque la provocación es también una forma de la libertad de expresión, ese sagrado derecho alcanzado por el individuo en la moderna sociedad occidental. Todo el mundo debe poder expresar libremente sus opiniones por absurdas que parezcan. Siglos de historia europea para llegar a esta libertad, y ahora resultan surgiendo figuras como este Mohammed, que parecen extraídas de los períodos más oscuros del medioevo, o de las peores fases de la Inquisición, para hacerla tambalear.

La muerte de van Gogh ha desatado una intensa polémica nacional. Cosa bastante notoria en este pueblo más bien apático al debate. Yo diría que la tradición de tolerancia que se le atribuye a los holandeses tiene no solamente que ver con el comercio, como generalmente se explica, sino con el temor a la controversia. A los holandeses por lo general no les gusta discutir. Ellos prefieren estar de acuerdo. Los holandeses son seres calmados, moderados, profundamente razonables y racionales, gente de expresión tenue, casi neutra, que se cuida del más mínimo extremo, de la menor exageración. A muchos de los extranjeros que vivimos aquí, la holandesa nos parece una sociedad desapasionada, en donde las cosas se viven sin intensidad.

Bueno, nos parecía. Los nuevos aires de los tiempos que corren, tanto en este país como en el mundo, están exaltando los ánimos de los holandeses de manera sorprendente. En pocos años el ambiente social se ha ido polarizando paulatinamente. Lo 'políticamente correcto' ha quedado atrás. Ahora la gente, los intelectuales, la prensa, se están atreviendo a decir abiertamente lo que era indecible: que no les gusta el islam. Con lo cual, hasta los musulmanes más moderados comienzan a sentirse cuestionados. Lo que antes eran pequeñas reyertas de barrios entre grupos de jóvenes holandeses blancos y grupos de marroquíes, desde la muerte de van Gogh se ha transformado en un abierto y generalizado enfrentamiento entre 'ellos' y 'nosotros'. En los últimos días ha habido decenas de casos de bombas, incendios a mezquitas y colegios, e incidentes violentos de claro contenido anti-islámico.

Hace unos días el primer ministro holandés en un discurso de llamado a la reconciliación se refirió a la violencia que se está presentando en el país como algo inédito, algo enteramente ajeno a la idiosincrasia holandesa. Un llamado en realidad a volver a la calma y moderación que caracteriza a los holandeses. Volver a las épocas en que no pasaba nada salvo los partidos de fútbol. Algo que va a depender del desarrollo que tenga esta guerra santa que por el momento no augura nada bueno.

Theo van Gogh no estaba loco. El único loco de la familia era Vicent que se cortó una oreja.

*Historiadora colombiana. Vive en Holanda.