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COLUMNA DEL LECTOR

Un detalle así de pequeñito

Mario Morales manifiesta su descontento por los restringidos espacio de poder que hay disponibles para la mujer en Colombia.

Mario Morales*
12 de febrero de 2006

Vamos un paso atrás en casi todo con relación al resto de nuestros vecinos. Brasil y Venezuela ya tienen canal de televisión de alcance continental. Chile y otra vez Brasil y Venezuela crecen en su economía a pasos agigantados. Ecuador ya está en el Mundial de Fútbol de Alemania. Y ahora Brasil, Chile, Argentina, México, Costa Rica y Perú están a punto de hacer realidad el sueño atávico de dejar en manos de las mujeres la administración de sus destinos.

Aquí en cambio, la discusión sigue centrada en la apertura de un Canal para el Congreso, en si está peor la minería que la producción agropecuaria,  en el regreso o no de Aristi a la Selección o en si es un derecho fundamental de las damas el acceso a un Cambio Extremo.

Mientras tanto los congresistas y los magistrados y las gobernaciones y los Ministerios le dan de portazos a las mujeres y de paso a la ley 581 que establecía su participación por lo menos en un  treinta por ciento en esos cargos de visibilidad política.

Para no hablar de la discriminación sexual en la carrera presidencial, viciada por los mismos músculos y la misma testosterona que nos tiene envainados desde hace dos siglos.

Porque si de veras, no hay ni siquiera uno entre los veintidós millones de varones colombianos que somos, que acepte el desafío político 20-06, pues es hora de que una entre las 23 millones de mujeres que son, salte a la arena, se amarre los pantalones y haga gala de su capacidad de organización y administración más allá del Factor X,  que hoy dicen poseer quienes tienen en sus manos las riendas del poder.

Es llegada la hora de una mujer que nos cure del despecho que nos dejaron las 'noemices' y las 'mariaemas' luego de sus increíbles números de trapecio. De una mujer que vaya más allá del treinta por ciento en la equidad de género y piense en la justicia del ciento por ciento de sus compatriotas. De una mujer que limpie la casa y barra para fuera, que reivindique el auténtico valor de la ternura y que pueda mirar a los ojos de los demás con miradas de verdad. En fin, de una conciudadana que  enderece la vieja profecía literaria que predijo que el siglo veintiuno se guiará por la mano de la mujer o no será.

(*) Profesor de la Universidad Javeriana