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columna del lector

Uribe y el efecto teflón

A pesar de su poder frente a los medios y las masas, Yino Castellanos, lector de SEMANA.COM, cree que la favorabilidad del presidente Uribe va a caer.

Yino Castellanos Camacho
30 de julio de 2005

Pasados tres años de la presidencia de Álvaro Uribe Vélez, su imagen en las encuestas parece intacta. Casi el 70% de los colombianos está de acuerdo en términos generales con su gestión. Ni los escándalos de baja intensidad, ni algunos indicadores que señalan la desaceleración del empleo, y el mediocre crecimiento de la economía, parecen debilitar una imagen que la oposición espera caiga definitivamente en algún momento. Pero, desde la psicología de masas, es muy difícil que se de un cambio rotundo en la tendencia. Veamos porqué.

El discurso de Uribe caló profundamente en la opinión colombiana, que lo eligió con mayoría absoluta, y sin necesidad de segunda vuelta. Éste identificaba plenamente y sin ambages, la raíz de todos nuestros problemas: la violencia guerrillera. Una sencilla ecuación de la economía psíquica nos dice que es más fácil y barato concentrar en un sólo mal la raíz de toda dificultad.

Luego de ocho años (si no es más) de un sentimiento generalizado de desgobierno cultivado en la psiquis colectiva del pueblo colombiano, la percepción del ciudadano común cuando Uribe era candidato fue que ante la crisis se necesitaban acciones de gobierno claras y contundentes en contra de la raíz del mal: la guerrilla de las Farc y lo que ésta representaba.

Está claro que la identificación de la fuente del mal, como generador de la crisis, es el primer paso para superarla. Así lo argumenta el historiador Jean Delemau, en su formidable "Historia del miedo en occidente". Un dispositivo psicológico clave para salir de la angustia que degenera en crisis está en darle rostro al enemigo. Uribe lo consiguió al ser el único de los precandidatos presidenciales que no estuvo en el Caguán.

Una vez Uribe logra instalar su estilo de gobierno y su discurso en las representaciones sociales que permean la psiquis de la persona (ambos coherentes con la imagen que desea proyectar de hombre trabajador, preocupado por la gente y firme ante el enemigo), él y su equipo de gobierno crean un ambiente de miedo sutil y permanente sino se cumplen sus designios.

¿Pero cómo? ¿Acaso este no era el gobierno de la confianza? Sí y no. Por que primero invita a viajar por carretera a los que pueden, y habla de seguridad jurídica para los inversionistas extranjeros (extensión omnisciente de la seguridad democrática). Pero, por otro lado, ante las propuestas de reforma estructural advierte lo catastrófico que puede ser para el país de no acatarlas.

Entonces la estrategia del gobierno Uribe nos revela una confianza en las potencias casi divinas de la patria. Pero no deja de alarmarnos sobre la necesidad de persistir en el gasto militar y ampliarlo, mientras ya se empiezan a escuchar las voces de los uribistas sobre los peligros a los que podría verse avocada la patria de no reeligirlo. Además, por algo la gente identifica a Uribe con seguridad. La insistencia en la necesidad de blindar al pueblo colombiano no es gratuita. La indefensión sería el resultado de contrariar al padre que se erige insustituible defensor de un frágil estado de las cosas, que siempre puede empeorar. ¿La solución para no morir abaleado? : la seguridad que nos ofrece el presidente. Un miedo dosificado.

En tal medida, y siguiendo a escala la estrategia del gobierno Bush, cuyo efecto es una paranoia casi caricaturesca, desatada por las dosificadas alarmas variopintas de que son víctimas los ingenuos gringos, el gobierno de Uribe aprovechó, quizás sin proponérselo, elementos propios de la psicología de masas, que permiten leer la manera como los colombianos perciben la "realidad" de su país. Una realidad mediada por los anhelos y las frustraciones propias de un pueblo en proceso de construir memoria e identidad. La realidad es reforzada por los discursos y las acciones de un gobierno, que no va a palidecer en las encuestas por qué logró ocupar a conveniencia el lugar de un padre autoritario. Lugar que ha dejado vació la clase dirigente de este país, pero cuya presencia es inocultable en la vida cotidiana de los colombianos, a quienes nos cuesta asumir cualquier responsabilidad con autonomía. Siempre esperamos al vigilante de turno que nos diga lo que debemos hacer y cómo hacerlo.

Ahora bien, la percepción es un complejo proceso psicológico mediante el cuál un sujeto se apropia del mundo que le rodea y le confiere sentido, pero éste sentido es siempre frágil y limitado en el tiempo.

Los procesos largos de pensamiento, en cambio, suelen concretarse en el tiempo y la historia, y si bien pueden valerse de lo percibido no se agotan allí. Cuando los sujetos comparten una percepción y luchan por defenderla e imponerla se convierte en ideología. La de Uribe es la del gran patriarca antioqueño, sin apenas signos de obedecer a largos procesos de pensamiento. De ahí su desprecio a los teóricos, y a los rigores del lenguaje. Tal carácter le sirve para identificarse con el grueso del pueblo colombiano, renuente a la autocrítica- como refería el reciente fallecido, Gutiérrez Girardot-, y también hostil a las finezas del pensamiento complejo y complejizante.

En suma, un hombre capaz de aglutinar en la imagen que proyecta, el liderazgo propio de la democracia mediática tan en boga en estos días. Por esto creo que, aunque se mantenga en las encuestas, posiblemente Uribe se llevé una desagradable sorpresa en las próximas elecciones, cuando la percepción de su buen gobierno se agote.