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columna del lector

Viajar a Colombia es un encanto

Mario Salinas, lector de SEMANA.COM, narra la afortunada experiencia de un extranjero en Medellín.

Mario Salinas
10 de julio de 2005

Viajar a Colombia tiene su encanto. Comienza cuando el viajero vence esa llamada mala fama del bello país o al menos decide calmar la curiosidad.

Dicha sensación la tuvo Lucho Gutièrrez, turista de origen nicaragüense, importado desde Lincon , sureste de Nebraska, en el corazòn de los Estados Unidos. Su experiencia en el paìs del café la tuvo en las vacaciones que su empresa le cedió y que gozó con su familia en la Bella Villa: Medellín.

La ciudad lo sedujo hasta tal punto, que no se desprendió de su filmadora desde el arribo al aeropuerto de Río Negro. El llamado del paisaje del oriente antioqueño, la policromía conjugada en el juego de goce entre el cielo y las montañas, los caminos despejados y paraderos de carretera al encuentro de un chocolate caliente con otras delicias criollas y ese ambiente tranquilo de ir y venir de los paseantes, le dieron la certeza de no haberse equivocado: viajar a Colombia es un encanto.

Después de deleitarse con la arepa, el chicharrón, los fríjoles y otros platos, Lucho supo que a cada minuto se encontraría con cosas aún más fascinantes: la magnitud de las obras fijadas en la plaza Botero y su museo, el límpido medio de transporte masivo, tren metropolitano- Metro-, el cerro tutelar Nutibara con su mirada sin igual a norte y sur de la ciudad, el parque de los deseos y el de los pies descalzos y la lista podría seguir.

Los días de viajero pasaron fugaces. Nuestro turista no quería que se acabaran. Mas lo bueno dura poco y sin perder minuto ni hora, captó en su cámara todos los momentos en restaurantes- de gran altura como los conocidos en las metrópolis del planeta -, en sitios de recreo y esparcimiento- zona rosa y centros comerciales- y en el crecimiento de una ciudad que trabaja por la obtención de un orden desde su periferia hasta su centro de alta congestión.

Así, Lucho Gutiérrez llenó su ser de Colombia, de ese encanto sabido por muchos extranjeros y con timidez admitido por los mismos colombianos. Lo que más llevó consigo fue ese calor de la gente, esa gran calidez e imán humano insertado por la naturaleza en los paisas con quienes compartió .Por esto, Lucho Gutiérrez desde su llegada a Medellín supo que no encontraría extraños, eran amigos que no le había presentado la vida .