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1975: El año en que salimos del clóset

La selección Colombia, dirigida por el ‘Caimán’ Sánchez, llega por primera vez a una final de la Copa América.

Andrés Salcedo
22 de junio de 2007

Está algo más gordo Efraín el ‘Caimán’ Sánchez y el sobrepeso le hace aparentar menos años de los que tiene. Este hombre tiene la edad de nuestro fútbol. Comenzó a tapar en un equipo de barrio y, en el 48, deslumbró a los argentinos defendiendo el arco del San Lorenzo de Almagro. Allá lo bautizaron con el nombre que ha sido, en su carrera, más determinante que el que aparece en su cédula.

Con voz emotiva, cavernosa, el ‘Caimán’, técnico de la Selección Colombia que disputó la Copa América del 75, recuerda la brillante campaña cumplida en ese torneo por él, hasta ese momento, más bien tímido y acomplejado fútbol nacional:
“Esa era la primera Copa que se iba a disputar por el sistema de eliminatorias y no en una sede única, como se venía haciendo.

“Nos tocó en el grupo 3, con Ecuador y Paraguay. Yo tenía un gran equipo, cuya fortaleza comenzaba con el arquerazo Pedro Zape. Por la derecha contaba con el eficiente marcador soledeño Arturo Segovia. Por la izquierda tuve a Jesús ‘Toto’ Rubio y después a Óscar Bolaño. En el centro jugaba José ‘Boricua’ Zárate, aparatoso pero hábil para los relevos. Y, a su lado, el elegante Miguel Escobar.

“Oswaldo ‘Pescaíto’ Calero, el cabeza de área, tenía la orden de relevar a cualquiera de los dos centrales. El primer deber de una defensa es evitar que el enemigo meta el centro. Los centros propician el mayor porcentaje de goles en el fútbol.

“A ese foso de los leones le sumé la infatigable reciedumbre de Eduardo Retat en el medio. Y, a partir de ahí, busqué música de alas con Arboleda. Y a veces también con Diego Umaña.

“En el ataque tengo a Willington Ortiz y a Ernesto Díaz, para la misma posición. Le doy la titularidad al tumaqueño, por su habilidad para desbordar, y a Díaz lo reservo para emplearlo como centro delantero. Por la izquierda, incluyo al talentoso paisa Ponciano Castro.

“Abrimos el 20 de julio en Bogotá contra los paraguayos, que mantuvieron el 0 - 0 hasta los 75 minutos del segundo tiempo. En ese momento ya me habían empezado a lanzar todo tipo de proyectiles desde la tribuna. Hasta huesos de pollo.
“Entonces, meto a Ernesto Díaz y me hace el gol del triunfo. Fue un galope letal por la izquierda, con enganche y zapatazo que dejó al arquero Almeida doblado en el piso, como un montoncito de escombros.

“Esa selección tuvo un manejo profesional. El preparador físico era el chileno Raúl Araya. Otro chileno, Juan Jovanovic, era el sicólogo. Y Hernando el ‘Mono’ Tovar, mi asistente. Teníamos médico, nutricionista y odontólogo.

“Tras la victoria ante Paraguay viajamos a Quito y derrotamos a los ecuatorianos, 3 a 1. Y, al día siguiente, volamos a Asunción, para el partido de vuelta contra los paraguayos.
“Fuimos a jugar ese partido precavidos, pero no temerosos. Sabíamos que cuando la pelota fuera nuestra, no les resultaría fácil quitárnosla. Salí con un 4-3-3 que derivaba en un 4-4-2 cuando Ponciano se retrasaba, como Zagalo en el mundial de Chile.
“Y volvimos a ganar, 1 a 0. Ernesto Díaz vuelve a vencer a Almeida, tras desborde y toque magistral de Willington. Pero esta vez, al marcar, le hace un gesto de burla al arquero paraguayo. Almeida y el zaguero central Sosa se van encima del bogotano, que se refugia entre sus compañeros. Casi enseguida termina el primer tiempo.
“Ahí empezó la Policía a repartir bolillo. Golpearon a Ponciano, corretearon por todo el campo a Willington y a otros jugadores.

“En el camerino, antes de salir, les digo en broma: el que tenga miedo, que se busque un perro. La consigna era no dejarse provocar por ningún motivo. Y en eso se levanta Bolaño y les grita a sus compañeros: “Vamos a joder a estos ‘paraguas’, no joda”. Todo el mundo soltó la carcajada.

“Cuando salgo al campo veo en el palco de honor al general Stroessner y, con toda la malicia indígena, agito la mano para saludarlo pero el hombre no me devuelve el saludo. Yo insisto dos, tres veces, hasta que el dictador se levanta y me saluda y ese gesto rompe la tensión. Pero después volvió la guerra. Pasados 20 minutos, el árbitro Coelho suspende el partido, alegando ausencia de garantías para el visitante por la actuación de la Policía paraguaya. La Confederación nos otorgó los dos puntos.
“Volvimos a Bogotá, le ganamos 2 a 0 a Ecuador y pasamos a la siguiente ronda, en la que nos toca eliminarnos con Uruguay. El primer partido lo ganamos 3 a 0 en Bogotá.
“Para el partido de vuelta llamé a Luis Eduardo el ‘Camello’ Soto, buscando contrarrestar el juego aéreo uruguayo. El Centenario estaba lleno a rebosar. Nada más salgo al campo, el árbitro chileno Hormazábal me expulsa a mí y a Martínez, el masajista, y nos manda a la grada más peligrosa del estadio.

“Me rompieron el equipo. Ernesto sufrió una distensión muscular. El ‘Boricua’, un golpe en la rodilla. Y Soto, conmoción cerebral. Para colmo, me expulsan a la ‘Mosca’ Caicedo y me pitan dos penaltis inexistentes, que Zape le paró a Morena. Terminamos perdiendo por la mínima.

“El primer partido de la final lo ganamos en Bogotá 1 a 0, con gol de tiro libre de Ponciano. Pero, como perdimos 2 a 0 en Lima el 22 de octubre, la norma obligaba a jugar 72 horas más tarde un tercer partido en cancha neutral. Los peruanos tenían entonces mucha influencia en la Confederación Suramericana, a través del doctor Teófilo Salinas. Lograron dilatar la disputa del partido de desempate en Caracas hasta el 28 de octubre, para permitir la inscripción del ‘Nene’ Cubillas y la llegada, desde Barcelona, del ‘Cholo’ Sotil, anotador del 1 a 0 definitivo.

“Dolió mucho. ¿Y sabes por qué? Porque ese fue nuestro mejor partido. Pero la sensación fue que el fútbol colombiano, por fin, había salido del clóset.
“¿Y sabes qué fue lo más lindo? El ‘sombrero’ y el ‘túnel’ que Jairo Arboleda les hizo a Sotil y a Cubillas. Y la nobleza de los dos ídolos peruanos, que fueron a abrazarlo. Probablemente la última vez que eso ocurrió en un campo de fútbol”. n