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Aliados que matan

El dominio paramilitar en la Costa Atlántica es aterrador. La acción política, narcotraficante y criminal de Rodrigo Tovar, alias "Jorge 40", es la mayor amenaza que enfrenta la democracia en esa región, denuncia Claudia López.

Claudia López*
5 de febrero de 2006

Rodrigo Tovar Pupo, alias 'Jorge 40' debe estar carcajeándose de ver la pelea entre César Gaviria y los uribistas por quién tiene paras en las listas. Mientras los unos y los otros se cruzan señalamientos y reclamos, Tovar sigue pasando de agache, organizando listas, manejando el narcotráfico y robándose el presupuesto público de los territorios bajo su control. Mientras tanto, los políticos visibles se recriminan por los medios y en vez de decir lo que saben y asumir la responsabilidad que les corresponde, ponen de carne de cañón a quienes hemos señalado la toma paramilitar en la economía y la política regionales.

Rodrigo Tovar es el comandante paramilitar que a sangre y fuego se tomó la Costa Norte. En Cesar, Magdalena, La Guajira, Atlántico y el sur de Bolívar nada se mueve sin su permiso. Un reciente estudio de la Vicepresidencia de la República reseña con pelos y señales el proceso de terror que siembra a donde llega. Según lo mencionado en ese estudio, 'Jorge 40' está repitiendo en Barranquilla la receta que le aplicó a Magdalena. El método paramilitar es brutalmente eficaz: entran matando opositores visibles, incluidas la guerrilla y el hampa, desatan la "limpieza social", controlan las bandas delincuenciales, se asocian o someten a los capos del narcotráfico y, una vez han ganado reputación de asesinos implacables, consolidan su influencia en la economía y la política locales.

'Jorge 40' hizo el ensayo político del método en las elecciones locales de Magdalena en el año 2000. Camuflado en la bandera de enfrentar la corrupción de los tradicionales caciques costeños, 'Jorge 40' decidió imponer candidatos únicos a Alcaldías y Concejos en 14 de los 30 municipios de Magdalena, en los que domina la vida agrícola y ganadera. Ni el Presidente, ni el Ministro del Interior, ni los directores de los Partidos, ni la Policía, ni la Registraduría -nadie en el alto Gobierno de la época- chistó. Nadie ordenó una investigación. A nadie le preocupó que de un 'paracaso' se hubiera acabado con el pluralismo y la confrontación democrática en la mitad del departamento. Los pocos dirigentes que protestaron fueron asesinados o sometidos. La mayoría vio con beneplácito ese "ejemplo" de justicia rápida con los corruptos. Vana ilusión. Lo único que hubo fue una sustitución de políticos corruptos por un conjunto de paras, mafiosos, políticos y corruptos.

El mensaje para Tovar fue claro: el establecimiento lo aceptaba con su abierta participación en la estrategia, con su resignación o con su silencio. El resultado de esa aceptación fue el crecimiento de su poder e influencia. Del ensayo local se lanzó al regional en las elecciones a Congreso y las Presidenciales en 2002. Luego de la ola de matanzas requeridas para ganarle el control a la guerrilla, bandas y capos, 'Jorge 40' partió el departamento de Magdalena en tres distritos: el centro, el sur y la estratégica ribera del río Magdalena. El Cesar lo dividió en dos, uno en el norte y otro en el sur. En Bolívar, consolidó uno en el sur. Infiltró los candidatos de su predilección, los que apoyan su proyecto político o, en cualquier caso, no representan una amenaza para él, en una red de alianzas que involucra al partido Liberal y diferentes vertientes uribistas. En cada distrito "sugirió" votar por unos candidatos que a la postre obviamente ganaron las elecciones. 'Jorge 40' es un asesino creíble. Un ciudadano común no duda que sus preferencias son órdenes que de incumplirse, pueden costar la vida. Así, su influencia regional -la que le da poder, plata, protección física y política- quedó consolidada.

Las elecciones presidenciales arrojaron resultados disímiles. En Bolívar, Uribe arrasó en el distrito del sur del departamento, pero en el resto ganó Serpa. En La Guajira, Serpa ganó con el 67% del total de votación, y en el Atlántico con el 54%. En Magdalena, Uribe ganó apenas por 8.607 votos (aunque arrasó en los tres distritos bajo influencia paramilitar, Serpa ganó en el resto del departamento).

En Cesar, Serpa le ganó a Uribe por 35.502 votos. 'Jorge 40' quedó en alerta roja. En sus dos principales retaguardias estratégicas, Cesar y Magdalena, el control político era creciente, pero insuficiente, en momentos en que se aprestaba a entrar en un proceso de negociación y desmovilización. Un año más tarde, en las elecciones locales de 2003, la tenaza política de 'Jorge 40' se cerró. Cesar y Magdalena tuvieron candidatos únicos a la Gobernación. Los dos gobernadores electos fueron inscritos por el Partido Liberal.

Se podría pensar que la diferencia de eficacia entre las elecciones de carácter regional y las presidenciales es muestra de que no hay tal dominio de los capos paramilitares. No lo creo. Más bien creo que el principal interés de estos capos es consolidar el poder regional. Ese es el que los protege y les da capacidad de negociación. Además, amedrentar o convencer a políticos locales, cuyas familias viven en las zonas bajo su control, es una cosa, pero establecer alianzas con figuras nacionales es otra. No creo que Serpa o Uribe tengan un acuerdo con ningún capo para que les ponga votos. Pero las alianzas establecidas por los políticos locales que a la postre los apoyan, en todo caso los benefician y comprometen.

En ese sentido, tiene razón César Gaviria cuando le reclama al presidente Uribe que exprese abiertamente que no le gustan esos votos, que los rechaza y que no volverá a admitir en listas que lo apoyen a los políticos locales que participan de alianzas con los paramilitares. Al fin y al cabo, fue Uribe quien ganó las elecciones y ejerce como primera autoridad política y comandante de las Fuerzas Militares. Pero lo mismo deben hacer Gaviria y Serpa. Deben reconocer que candidatos inscritos por el Partido Liberal, en muchos casos candidatos únicos, también han participado de esas alianzas y que tampoco les gusta y las rechazan. Y deben manifestarlo por convicción, no a condición de que Uribe haga una declaración. Al liberalismo le falta autoridad moral y política para señalar al uribismo por vínculos con el paramilitarismo, pero, como siempre, le resulta más fácil señalar la paja en el ojo ajeno que ver la viga en el propio.

Germán Vargas Lleras y Juan Manuel Santos saben los nombres de aquellos políticos que están en sus listas y que han hecho acuerdo con paramilitares. Pero han adoptado el cómodo método del carrusel: acoger a los camuflables y mandarle a Mario Uribe los impresentables. Saben de las intimidaciones de 'Jorge 40', de 'Berna', de 'Macaco' y otros capos. Pero creen que guardar silencio y "hacerse pasito" protege sus vidas, las de sus candidatos y le ahorran un ruido al Presidente y a la política en general. Deberían saber que es mejor depender de las instituciones que de la palabra y el albedrío de unos criminales. Por lo demás, no sobra recordarles que esos capos usan aliados un día y los desechan sin problema al día siguiente porque saben demasiado.

Lo que el país espera de todos es un compromiso serio para enfrentar y desmontar el fenómeno narcoparamilitar en toda su extensión, incluida la política. No queremos declaraciones al viento, ni mucho menos un show de señalamientos mutuos, mientras los verdaderos capos pasan de agache y siguen la fiesta. 'Jorge 40', por ejemplo, ha incumplido sistemáticamente todos los acuerdos del supuesto proceso de paz. Sigue secuestrando, traficando, asesinando y extorsionando. Sigue imponiendo sus designios en la economía y en la política costeñas. No ha entregado las armas, ni desmovilizado los hombres, ni devuelto los bienes. Nada. ¿Por qué sigue libre? ¿Por qué lo tolera el Gobierno? ¿Por qué los políticos prefieren señalarse entre ellos en vez de dirigir sus acciones a quienes están en la raíz del problema? ¿Acaso por gratitud?