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Calles para la gente

Gina Parody, la ponente del proyecto de ley de movilidad urbana que cursa actualmente en el Congreso, defiende sus bondades.

Gina Parody*
9 de mayo de 2005

El vehículo particular, para algunos un lujo, para otros una necesidad: sólo 20 por ciento de la población tienen acceso a él. El otro 80 por ciento se moviliza en bicicleta, a pie o en servicio público. A pesar de ser una minoría la de quienes poseen un carro, la infraestructura de las ciudades de Colombia está hecha a la medida del 'rey carro', que contribuye a la movilidad de las ciudades con pírricas velocidades de desplazamiento, altos niveles de contaminación y preocupantes cifras de accidentalidad. Según Medicina Legal, Colombia es uno de los 10 países con mayor índice de accidentalidad en el mundo: cada hora y media muere una persona en un accidente de tránsito. En 2003, los accidentes de tránsito representaron el 17 por ciento de las 33.206 muertes violentas que hubo en el país, es decir, 5.632 almas. Las víctimas de estos accidentes son en un 47 por ciento peatones y ciclistas. Según el rango de edad, las tasas de accidentalidad más altas se presentan entre los mayores de 60 años, quienes ya no tienen la habilidad de estar esquivando carros en la aventura diaria de movilizarse por un tránsito caótico, sin andenes ni señalización. Nuestra muy precaria red de monitoreo de la calidad del aire mostró que en 2002, cerca del 86 por ciento de la contaminación del aire en Bogotá, Medellín, Bucaramanga y Cartagena provino de fuentes móviles, léase carros y buses chimenea. Estudios contratados por el gobierno nacional demuestran que esa contaminación del aire tiene efectos sobre la salud pública, la mortalidad y la morbilidad y genera costos sociales que ascienden a 1,5 billones de pesos anuales. Esos costos los asumimos todos los colombianos, porque aquí no vale que quien contamina paga. Aunque en nuestro país no se sabe con exactitud cuántas personas mueren por causa de las sustancias que contaminan el aire en las ciudades, está demostrado que principalmente afectan a la población más vulnerable: niños y ancianos. La contaminación empeora las enfermedades respiratorias, que cobran la vida de cuatro niños menores de 5 años en Colombia diariamente, según datos de las autoridades de salud. En Bogotá murieron 222 niños por esta causa en 2004. Esta realidad clama por una solución: calles y aire para la gente, no para los carros. Por eso hemos presentado un proyecto de ley que implica repensar nuestras ciudades para privilegiar el espacio y vías para peatones, ciclistas y usuarios de transporte público, siempre que funcione con combustibles limpios. Un esquema así deberá conjugarse con planes que aseguren tránsito seguro para niños de sus casas a colegios, quienes hoy, en lugar de ser los reyes de la vía, mendigan por un poco de espacio para llegar con vida a sus destinos. De aprobarse el proyecto, en el futuro las ciudades con más de 100.000 habitantes deberán contemplar la creación de zonas peatonales y de zonas de emisiones bajas; en las primeras no circularán vehículos y en las segundas, sólo peatones, ciclistas y transporte público. Además deberán crear un plan maestro de parqueaderos para que sea posible desarrollar una verdadera intermodalidad en el transporte urbano. Qué bueno sería, por ejemplo, que si el trayecto de su casa a su lugar de estudio o trabajo es relativamente corto, se pudiera ir caminando o en bicicleta sin arriesgar su vida; si es largo, lo ideal es que se pueda desplazar en bicicleta hasta alguna estación, parquearla tranquilamente, desplazarse en transporte público hasta su lugar de estudio o trabajo, y por la noche repetir el trayecto de vuelta a su casa. Diversas experiencias exitosas en el mundo nos han demostrado la eficacia de tener ciudades con modelos de movilidad de estas características: mejoran los índices de morbi-mortalidad, no sólo porque no respiran veneno y porque baja la accidentalidad, sino porque las personas se ejercitan, reduciendo el riesgo de otras enfermedades producidas por vidas sedentarias. También disminuyen los costos de infraestructura y su mantenimiento porque en una ciclorruta o una alameda es una fracción del de una autopista. Y mejora el comercio porque las ciudades se vuelven más amables y visitadas. Las ventajas son evidentes. El tema del medio ambiente urbano no puede seguirse tratando como la cenicienta de la política pública. Su abandono cobra miles de vidas y tiene efectos perversos sobre la salud y la economía. La solución no depende de sofisticados conocimientos técnicos sino de decisión política. El cuento de los años 80 de que el carro es el amigo fiel empieza a devaluarse; un amigo fiel no te contamina, no invade tu espacio, ni te acerca a la muerte. * Representante a la Cámara
ginaparody@ginaparody.com