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Según la organización "Colombia Soy Yo" capitulo New York, la policía de esta ciudad reporto por lo menos la asistencia de 7.500 personas a la protesta contra las FARC que se realizo frente al edificio de las Naciones Unidas en Manhattan, el lunes 4 de Febrero.

ECOS DE LA MARCHA

Chávez y las Farc buscan construir una sociedad nueva “desde la barbarie y las cárceles inhumanas en la selva”

Así piensa el escritor chileno Jorge Edwards, el más destacado representante de la narrativa chilena, al analizar el significado actual de las Farc para Colombia.

5 de febrero de 2008

La extraordinaria marcha del lunes 4 de febrero hizo que los medios internacionales dirigieran sus ojos hacia Colombia y a lo que significan las Farc para la sociedad. La mayoría fueron muy críticos con el comportamiento de este grupo armado. Desde el izquierdista Diario Libération de Francia, pasando por el socialista El País de Madrid o el influyente The New York Times de Estados Unidos hasta los nuevos medios digitales como Noticias24 de Venezuela hablan de una guerrilla “derrotada” y “aniquilada políticamente” por sus “acciones criminales contra civiles indefensos”. “A Chávez le ha salido el tiro por la culata. Puso de moda a las Farc, pero contrariamente a lo esperado, para hundirla definitivamente en el descrédito”, dice ésta última página digital.

Todos los analistas censuran el comportamiento bárbaro de este grupo ilegal armado. En un extenso artículo, por ejemplo, del escritor chileno Jorge Edwards, sentencia que hay que atajar la posibilidad de que Chávez le dé fuerza beligerante a las Farc porque “sería tratar de construir una sociedad nueva desde la barbarie y las cárceles inhumanas en la selva”.

El escritor, uno de los intelectuales más importantes de América Latina y uno de los narradores íconos de su país, dice que “en estos días, personas razonables, de calidad, se han sentido impresionadas por los argumentos del presidente Chávez en favor de conceder beligerancia a las guerrillas de las Farc en Colombia. Si fueran reconocidas como beligerantes legítimos, ¿no se podría avanzar en forma práctica, rápida, tangible, en los procesos de devolución de rehenes y de pacificación? El razonamiento tiene una apariencia que podría impresionar, pero la verdad es que esconde una falacia profunda. En primer lugar, nadie nos puede garantizar que darle un estatuto legal a las guerrillas colombianas pondrá término a su conducta delictiva, a su práctica del secuestro de ciudadanos pacíficos, a sus rehenes atrozmente encadenados en la selva, acciones que constituyen un nuevo regreso a la barbarie en nuestro mundo latinoamericano”.

Asegura también que “con esa lógica que nos propone Chávez, bastaría con organizar grupos insurgentes y violentos, dedicados al crimen político, para pasar después a la etapa de la guerra civil institucionalizada, con bandos reconocidos por la comunidad internacional. En esta forma, el atropello de los derechos humanos de los rehenes, de la población civil, haría el efecto de un chantaje de gran eficacia. Desaparecería entre nosotros, en nuestro desgraciado Nuevo Mundo, la noción de Estados y de Gobiernos legítimos. Para mí, lo único que se vislumbra en estos casos, el único hecho político real, son los conocidos delirios criminales del estilo de Sendero Luminoso, en el Perú de hace algunos años, o del régimen siniestro de Pol Pot en la Cambodia de la posguerra de Vietnam”.

El notable escritor afirma que “Las Farc de Colombia están muy lejos de ser un fenómeno nuevo, inédito, del que se pueda esperar un progreso y una actitud negociadora, de fondo pacífico. Son, por el contrario, un cabo suelto, un resto de los años de la guerra fría y del viejo extremismo de izquierda que todavía sobrevive, y sin el menor porvenir político. Puede que en determinadas circunstancias, y sobre todo para intentar la liberación de los rehenes, sea conveniente negociar con ellos, pero esto es otro asunto. El presidente Hugo Chávez, a mi juicio, comete un error esencial: en este comienzo del siglo XXI, el tiempo ya no corre a favor de una izquierda anacrónica. El hombre nuevo, del que se hablaba tanto en la jerga ideológica de épocas anteriores, no se divisa en ninguna parte por esos lados. No se puede iniciar la construcción de sociedades nuevas, más humanas, más justas, más prósperas, poniendo como cimientos unas inhumanas y arbitrarias cárceles del pueblo en plena selva”.