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Chocó, cada vez más deprimido

Mientras según el Informe de Calidad de Vida, el país en promedio mejoró su cobertura en salud, educación, acueducto y alcantarillado entre 1997 y 2003, el departamento empeoró drásticamente. ¿Qué le pasa al Chocó?

Diego Bautista
15 de marzo de 2006

Con el Chocó sucede lo que con muchas regiones de este país: al tratar de escapar del estereotipo, la sola mención de su nombre invoca dificultades para conocer su realidad. Luego, con una mayor aproximación, la existencia y el cruce de muchas dimensiones relevantes a su problemática nos va llevando a contrastes y paradojas de proporciones cada vez más absurdas. ¿Qué hacer para que estas manifestaciones ‘realismo-mágicas’ no nos conduzcan de la perplejidad hacia la inacción?

Cada cuatro años, como en uno de esos rompecabezas fáciles que vienen de ñapa en algunos productos domésticos, desde el gobierno central los políticos, tecnócratas y burócratas, tomamos al Chocó como una de las piezas y ensayamos distintas maneras de encajarla en la figura del período que viene. Las apuestas son seductoras e interesantes: se propone un canal interoceánico por uno de sus ríos de aquí hasta acá, se promete una carretera para movilizar los productos desde tal hasta pascual, y se define como de gran valor estratégico para la competitividad la construcción de un gran puerto entre allá y acullá. Ah, eso sí: se deja constancia, al mismo tiempo, de un profundo amor y respeto por la biodiversidad y se entonan las trilladas odas a ‘la situación de abandono en que se encuentra la región’. Para el siguiente cuatrienio, como la marea que ha bajado y vuelve otra vez espumosa, se repite la misma canción.

Entre tanda y tanda, mientras los grandes proyectos se elevan a discusiones económicas y ambientales de trascendencia nacional, algunos indicadores estructurales pertinentes a la región persisten en mostrarse dramáticos. Es así como la esperanza de vida para los chocoanos no llega hoy ni a lo que era el promedio de hace 15 años para todo el país. Su Índice de Desarrollo Humano, sigue siendo –y de lejos– el peor de todos los departamentos, y tan fuerte como la de las Fiestas de San Pacho, es ya la tradición de conservar el último puesto en el Índice de Calidad de Vida, muy lejos de Bogotá, Valle y Santander. Cabe decir que estos últimos, por cierto, solo han sido superados o igualados por Chocó en las últimas tres versiones del reinado nacional de la belleza, para el que siempre hay candidata.

Es bueno decir que desde allá, desde los valles del Atrato y del San Juan, y desde su extensa orilla sobre el Pacifico, existe un pueblo hambriento que lucha, como reza una estrofa del Himno Nacional. Aunque es más real decir que se le oye luchar. Su bulla es además organizada, resultado tal vez de su composición poblacional: con 90 por ciento de población de raza negra, una importante comunidad indígena y la multiplicidad de problemas que allí confluyen, el Chocó es quizás uno de los departamentos con mayor número de organizaciones sociales en Colombia. Las hay de todas las clases: étnicas, de profesionales, juveniles, económico sectoriales, de lavanderas; las hay de mujeres, de viudas, con nombres de ríos, de héroes, y en años recientes, hasta con los alias de recién llegados en la historia. Y eso sin contar con las ONG y entidades internacionales que en su estilo, se hacen presentes ante el magnetismo de la situación.

No es para menos. Raya en lo esotérico que en esa región con enorme y abundante riqueza hidrográfica, y con una elevadísima pluviosidad, de 8.000 milímetros anuales, haya –según las estadísticas– más de 330.000 chocoanos que no tienen acceso al servicio de acueducto. Y suena a una ironía del destino, que en esa zona, despensa biogenética, reserva para el futuro de la humanidad, hoy en día se mueran 55 niños de cada 1.000, mucho más del doble que el promedio nacional (24), casi el triple que Bogotá (19) y muy superior al de su vecino Antioquia (21).

Mal uso de recursos

Algo debe estar pasando cuando aquella capacidad de organización se diluye a la hora de utilizar o vigilar la utilización de sus propios recursos materiales y los que en dinero le llegan al departamento desde la administración central. En la última década, entre recursos propios y lo que se le ha girado por concepto de transferencias de Ley desde el nivel central, el Chocó ha dispuesto de 5,6 millones para cada habitante. A pesar de que buena parte de esta cifra ha estado destinada para la educación de su gente, la tasa de escolaridad de los jóvenes chocoanos entre 15 y 24 años descendió entre 1996 y 2003, en contraste con aumentos significativos en otros departamentos.

En un frente aún más fundamental, según los resultados del Icfes, el 80 por ciento de los colegios de está región se encuentra en categoría baja. Posiblemente en esas cifras se encuentren algunas de las respuestas a lo que no todos parecen haber empezado a preguntarse.

Frente a estos resultados, no es clara tampoco esa ruptura entre los que participan en esas organizaciones sociales y la dirigencia política. Pero aunque ambas partes tienen una cuota de responsabilidad sobre la actual situación de ese departamento, hacia adelante habría quizá que exigirles más a los segundos, pues muchos de los miembros base del primer grupo, seguramente pertenecen a ese 21,6 por ciento de chocoanos que aún no saben leer y escribir; un porcentaje, duele decirlo, tres veces más que el promedio nacional.
 
En los albores del siglo XXI, mientras la economía crece casi al 5 por ciento, datos como estos deberían obligarnos a repensar a quienes hemos estado y están en el campo de las políticas públicas.

A casi 60 años de su creación como departamento, lo que sí debería propiciarse es que esa comunidad, que depositó más de 54.000 votos en las últimas elecciones para el Senado y otros tantos para la Cámara y más de 140.000 para las de gobernador y alcalde principal, debe corresponsabilizarse sin paternalismos por el destino de su departamento y empezar a afincar la costumbre de hacer rendir cuentas a sus dirigentes. De manera similar, debería hacerse en muchas otras regiones que han demostrado alguna vocación democrática.

Por su parte, los gobiernos e instituciones del nivel nacional y sus representantes, tienen una gran responsabilidad con ésta y con otras regiones de Colombia: no pueden existir tan marcadas diferencias entre ciudadanos en función de su ubicación geográfica y espacial. ¿Qué tan colombiana se puede llegar a sentir una región que históricamente ha sido pensada para el usufructo sin contraprestación económica y social equivalente? ¿De qué forma habremos de compensar a las gentes del Chocó y otras regiones por conservar esa biodiversidad de la que nos vanagloriamos y contabilizamos sin contingencias en nuestro patrimonio?

En los próximos dos años, las discusiones sobre el sistema general de participaciones regionales abren oportunidades para ir más lejos que el simple cambio de una formulita en la distribución de los recursos a las regiones. Es posible ir más allá y avanzar en la discusión sobre una descentralización más profunda y pertinente, con un sistema de compensación solidario con las regiones más atrasadas y en el que más que la igualdad per se en el bienestar o en los ingresos, se aspire a la igualdad de oportunidades y se incorporen los elementos peculiares de cada región.

* Consultor privado en políticas públicas.

Esta columna fue originalmente escrita y publicada en Semana.com en noviembre pasado, y actualizada para esta ocasión.