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Cincuenta años después del júbilo

En este ensayo el doctor en historia César Ayala, quien se ha especializado en el estudio del populismo en América Latina y en la Anapo, hace un valioso recuento de lo que significó para los colombianos la llegada de Rojas Pinilla al poder el 13 de junio de 1953.

César Augusto Ayala Diago*
9 de junio de 2003

I. La fabricación del general Rojas Pinilla

Ni improvisaciones ni equivocaciones hubo en la selección del general Gustavo Rojas Pinilla como cabeza del gobierno que se instauró en Colombia a raíz del golpe de Estado que derrocó al presidente Laureano Gómez el 13 de junio de 1953, hace justamen-te cincuenta años. No era una figura desconocida para los colombia-nos. Célebre por su intervención en Cali, siendo Comandante de la Tercera Brigada, cuando aplastó la revuelta popular que produjo el asesinato de Gaitán en 1948. Se le abonaban logros profesiona-les: en 1920 es ya un oficial del ejército que asciende al grado de Coronel con una tesis sobre Pistas de aterrizaje en Colombia. A su vez se gradúa en 1927 de Ingeniero civil con un trabajo de grado sobre Trazado y Construc-ción. Carreteras y campos de aterrizaje. Es el ingeniero princi-pal en las construcciones de las carreteras Socha-Támara durante los años 1928-1929; Vélez-Chipatá en 1930; Carare entre 1931 y 1932. De ingeniero-jefe de la fábrica de municiones del ejército en los años 36 y 37 se convierte en su director hasta 1938. Su vida militar continúa como Comandante de los grupos de artille-rías de la Popa en 1939, Palacé en 1941 y de la escuela de artillería en 1942. En 1944 es el Subdirector de la Escuela de Guerra; en 1945 Director de Aeronáutica Civil. Entre 1946 y 1948 es el Comandante de las Brigadas Primera y Tercera respectivamente. Las fuentes de este momento del ascenso de Rojas lo muestran autor de arengas a las Fuerzas Armadas y preocupado por aumentar su influencia en la Corporación. Para ascender al grado de Coronel en 1949, Rojas presentó la tesis Pistas de Aterrizaje en Colombia.

Después de manejar el orden público enrarecido a raíz del cierre de los órganos legislativos y de la controvertida campaña políti-ca que culminó con la elección de Laureano Gómez como presiden-te , Ospina llevó a Rojas al Ministerio de Correos y Telégra-fos el 3 de diciembre de 1949. En ese momento el general gozaba de amplio prestigio en las tropas y ejercía como Director General del Ejército. Su arribo al ejecutivo constituía un premio y reconocimiento por su trabajo al servicio del conserva-tismo ospinista. Desde entonces su nombre, su fotografía y su voz se intercalaron en los medios de comunicación con las personalidades que entonces conformaban la clase política. La llegada de Rojas al gabinete del presidente Ospina coincidió con un avance en el desarrollo de las comunica-ciones en el país, a lo que el nuevo ministro contribuyó con tesón y entusiasmo.

Su desempeño como jefe de la cartera de correos fue valorado por el matutino conservador El Siglo. A propósito de su designación como Director del Ejército no obstante desempeñarse como miembro del gabinete presidencial, el diario laureanista le dedicó la sección Sábados de El Siglo acompañada de una caricatura suya con un pie de foto que decía: "Rojas Pinilla es un militar completo. Sereno, enérgico y al mismo tiempo cordial. Es un militar que también escribe y es dueño de una amplia información cultural y técnica".

Rojas acompañó al presidente Ospina hasta el final de su mandato. Poco después de la posesión de Laureano Gómez, pasó a ocupar el cargo de Jefe del Estado Mayor y Comandante de las Fuerzas Militares entre 1950 y 1951. En este último año se desempeñó en calidad de Delegado de Colombia ante el Supremo Comandante de las Fuerzas Militares de las Naciones Unidas en Washington. A su regreso, el periódico alzatista Diario de Colombia se encargó, desde su aparición, en septiembre de 1952, de continuar la promoción y proyección de su imagen. Paso a paso el nuevo órgano conservador divulgaba los escalones que en su vida profe-sional de manera vertiginosa subía Rojas. Desde las primeras páginas del periódico, se impulsa y acelera el proceso de fabri-cación del personaje que llegaría al poder el 13 de junio de 1953. Sus méritos profesionales estaban mal que bien destaca-dos y promocio-nados, faltaba la legitimación popular. No había que hacer muchos esfuerzos. En realidad era un hombre de abajo, forjado a puro pulso. De provincia, hijo de un maestro de escuela de Tunja, el futuro militar, había decidido primero ser educador como su padre. Se gradúa como tal en 1915 en la Escuela Normal de Tunja. Realiza estudios de ingeniería civil en Estados Unidos ayudándose como obrero en una fábrica.

En el momento de su llegada al poder, Rojas ejercía como Comandante General de las Fuerzas Armadas. Con innegable ascendencia y reconocimiento en su Corporación estaba ataviado de condecoracio-nes: La Cruz Militar Antonio Nariño, las Órdenes Francisco José de Caldas, José María Córdoba, la Cruz de Boyacá, la Cruz del Libertador y la de Venezuela. Para entonces el país venía siendo gobernado desde el 9 de noviembre de 1949 bajo el Estado de Sitio (Decreto 3518 de 1949). En ese mismo año Ospina Pérez había clausurado el Congreso y demás órganos legislativos: Asambleas y concejos. La oposición liberal y la comunista estaba práctica-mente desmantelada. Así, con un fuerte estado de excepción implantado, el nuevo régimen aprovechó la popularidad y entusias-mo de sus primeros momentos para robustecer y legitimar ese tipo de gobernabilidad, como el más conveniente para la reconciliación de los colombianos.

II. El golpe

Era más de la media noche del sábado 13 de junio de 1953, cuando las emisoras empezaron a transmitir la buena nueva. Después de un agitado día en la cúspide del poder, un militar de reconocido prestigio leía con renovado acento de optimismo las intenciones del gobierno que se instauraba: no más sangre, no más depredaciones en nombre de ningún partido político. Doce horas después, al medio día del domingo 14, a lo largo de la carrera séptima millares de personas se arremolinaban para saludar al nuevo mandatario, quien desde el balcón del palacio presidencial dijo a la multitud: "Las Fuerzas Armadas no le fallarán al pueblo. Este gobierno os extenderá la mano y no el puño cerrado. Me permito invitaros a que gritemos ¡Viva Colombia justa y libre".

Una bomba de regocijo y festividad había explotado por todos los rincones del país. Aunque realmente fue un golpe de estado, el alborozo de los colombianos impregnó la salida castrense de una aura de salvación nacional. La gente no se interesó en averiguar los pormenores del cuartelazo. A nadie le importó que se tratara de una pelea entre conservadores o que detrás del nuevo gobernante estuvieran alzatistas y ospinistas, los enemigos del mismo partido de gobierno. Para el común de la gente lo importante era el derrocamiento de la tiranía de Laurea-no Gómez.

A falta de una legitimación electoral, el nuevo gobernante recibió de inmediato adhesiones provenientes de todos los secto-res de la sociedad. Salvo el comunismo criollo y la élite laurea-nista, todo el mundo expresó su emoción. Se pronunciaron a favor, por supuesto, los integrantes de la clase política marginada del poder y como el país vivía desde 1946 la más grande confrontación bipartidista del siglo, los liberales, opositores naturales y víctimas del régimen no vacilaron en saludar la salida militar.

Boyacá el departamento de origen de Rojas se puso de fiesta. Todo el mundo se lanzó a las calles de los municipios en manifestación y aprecio al nuevo presidente. Al medio día del 24 de junio los boyacenses radicados en Bogotá y venidos de esa región desfilaron en caravana automovilística delante del palacio presidencial. Los clubes profesionales de fútbol de Bogotá se unieron al entusiasmo general. Rojas fue invitado por Millonarios a comparecer al estadio de El Campín a un saque de honor y le hizo entrega de una tarjeta de oro en agradecimiento "por devolver a Colombia la paz y las normas republicanas y democráticas de su historia".

El entusiasmo por el cambio en la cúspide del poder provocó una nueva nomenclatura en los nombres de las cosas relacionadas con obras de infraestructura a lo largo del país. El intendente de San Andrés Islas, comunicó al Presidente la inauguración del Radio-Faro Rojas Pinilla, como homenaje de reconocimiento de los habitantes de la Isla a su nombre y a la era que con tanto pundonor presidía . Realmente se percibían ánimos renovadores. Muchos colombianos interpretaron el advenimiento del nuevo gobierno como una victoria contra la clase política tradicional del centro y de la provincia. Tanto Rojas como sus gobernadores, intendentes y comisarios escogieron sus colaboradores inmediatos entre gentes no comprometidas estrechamente con los partidos liberal y conservador. En los nuevos equipos de trabajo se encontraban personas que habían descollado en los campos técnicos pero alejados de los avatares de la política. Los mandatarios locales empezaron a gobernar de acuerdo con las interpretaciones que daban ellos mismos de las innumerables intervenciones del Presidente, quien su vez parecía prestarle mucha atención a las regiones.

En Tunja, ciudad natal del nuevo presidente, sus gobernantes decretaron que para perpetuar la memoria del principal hijo de la ciudad, el aeródromo se denominara Teniente General Gustavo Rojas Pinilla y ordenaron elevar en el mismo sitio un monumento en su honor con una placa que dijera. La ciudad de Tunja a su hijo ilustre, Gustavo Rojas Pinilla, Presidente de Colombia.

No solo se comenzó a utilizar el nombre del presidente para las obras de infraestructura. En Manizales el sacerdote Samuel Baena Peláez fundó el Centro Literario Gustavo Rojas Pinilla destinado a congregar a la juventud.

III. Por fin los militares en el poder

Los militares, tanto los que estaban en ejercicio como los retirados y también los civiles promilitaristas veían el gobierno de Rojas no como el gobierno de tránsito que se imagina-ba la clase política, sino como alternativa de poder. Es intere-sante en este sentido, las declaraciones que diera a un periódico de Caracas, uno de los jefes nacionales de la conspiración del 10 de julio de 1944, Tomás Quiñones Uribe. El conspirador decla-ró que el golpe de junio de 1953 era algo que se estaba esperando desde 1930 a raíz de la caída del partido conservador y señaló que los sucesos que remataron con el golpe de Rojas habían comenzado en el año de 1939 cuando su periódico La Justicia penetró la alta oficialidad del ejército "sembrando la semilla de las nuevas ideas". Definió la conspiración de julio del 44 como un movimien-to militar-civil apolítico que propiciaba el derroca-miento de López Pumarejo y el establecimiento de un nuevo orden de cosas, fuera de los partidos tradicionales.

Para Quiñones, el golpe del 13 de junio de 1953 perseguía las mismas finalidades que el del 10 de julio de 1944:

"Eliminar de la patria los rencores partidistas que carecen de fundamentos ideológicos y causan al país y al pueblo tremendos padecimientos, que no se justifican desde ningún punto de vista, ya que los colombianos todos sólo aspiramos a vivir en franca concordia y a disfrutar de los privilegios que ofrece la libertad dentro del orden a los pueblos que, como el nuestro, han sido los pioneros de dichos principios en el Continente".

IV. La oficina de información y propaganda del estado

Tres días hacía apenas que estaba Rojas en el poder cuando llamó a Jorge Luis Arango Jaramillo a la Dirección de Información y Prensa del Estado, dependencia creada en abril de 1952 . Aran-go venía del Ministerio de Educación donde ocupaba el cargo de Director de Cultura Popular y Extensión Artística. El nuevo jefe de publicidad del gobierno era un personaje antio-queño de recono-cida militancia en las derechas colombianas y de amplia experien-cia sobre todo en las cosas de la comunicación. Represen-taba en el gobierno a los intelectuales conservadores adversos a la democratización liberal de la política y del país y a la Casa laureanista. A aquellos que desde la instau-ración de la República Liberal habían sido sus oposito-res mucho más que desde las actitudes políticas, desde su pensa-miento intelectual. Había sido fundador, ideólogo, militante y contertulio de los movimientos Haz Godo y Derechas con sede en Medellín durante los años trein-ta.

Arango veía en el universo de Rojas las posibilidades de empujar el país de manera decidida hacia la nación que él y sus amigos de los años treinta tenían en su imaginación: "lo religioso y lo militar son los dos únicos modos enteros y serios de entender la vida". Rojas era la síntesis de todo aquello. Cristo y Bolívar, las banderas que el nuevo régimen había hecho suyas habían sido acuñadas por los conservadores de la resistencia al liberalismo posterior a la hegemonía de principios de siglo.

Como una de sus grandes tareas, Jorge Luis Arango se propuso la popularización de la imagen del nuevo presidente. Empero, el analfabe-tismo en Colombia era de grandes proporciones. La parte más pobre de la población colombiana bien no leía la prensa o bien ésta no llegaba a todos los rincones del país; no todo el mundo tenía un radio, el transistor de pilas era una rareza y tampoco el país estaba completamente electrificado. Es decir, la imagen física del nuevo mandatario no era conocida con la sufi-ciencia que quería Jorge Luis Arango.

Unas cuatro semanas antes del golpe la revista SEMANA había dedicado su carátula al rostro de Rojas. Pero igual, la revista no tenía una cobertura territorial apreciable. De ahí anotaciones como esta que encontramos en una carta llegada a Palacio en las primeras de arranque del régimen:

"...Ruego a su excelencia acepte mi cordial y sincero saludo, como adicta a su gobierno y como un gesto de admiración, a quien bien lo merece por haber salvado a nuestra querida patria/.Permítame comunicarle que anoche tuve un sueño con su excelencia que me había enviado una fotografía, la cual había puesto en mi casa/.Por el motivo expuesto y como esos son mis deseos ruego a su excelencia me envíe una foto para ponerla en mi casa como un inolvidable recuerdo de este eminente hijo de Colombia que bien se ha sabido ganar el cariño y afecto de todo el pueblo colombiano. Su nombre quedará gravado en la memoria de todos los hijos de esta patria grande y libre/. Admiradora de su excelencia" .

El ocho de septiembre de 1953, todos los municipios del país recibieron 10 retratos grandes a todo color los cuales destacaban la figura de un imponente Rojas Militar ataviado de la Banda Presidencial. La encomienda iba acompañada de un oficio donde se daban las instrucciones precisas de la manera perentoria como debían proceder los alcaldes:

"...que se coloquen inmediatamente en sitio visible, en los Despachos de la Alcaldía, la Parroquia, la Tesorería, la Recauda-ción de Rentas, el Juzgado y en la Dirección de las principales escuelas y colegios./ Le ruego tomar recibo de cada una de las entidades favorecidas y enviarlo, a vuelta de correo, a esta oficina. Aquí se lleva el control correspondiente en nombre del gobierno nacional./Espero que el señor Alcalde desplegará toda su actividad para que el retrato del señor Presidente se coloque con el respeto debido al Primer Mandatario de la República" .

La recepción fue inmediata. Los alcaldes militares o no, se apersonaron de que la fotografía del General quedará en los sitios más visibles de las dependencias, casas curales y escue-las. La Oficina de Información y propaganda del Estado recibió de la mayoría de las alcaldías los comprobantes de haber cumplido al pie de la letra la orden.

En una población chocoana, el alcalde esperó hasta la celebración del doce de octubre para intronizar el retrato en las principales dependencias y escuelas del pueblo. Una maestra de Lorica, Córdoba, directora de una escuela de niñas a quién no le enviaron foto alguna le escribió directamente al Presidente: "...le solicito tenga la bondad de enviarme una fotografía suya, pues con ella se enaltece y honra mi escuela y más que las niñas me la reclaman, por haber sido enviada a escuelas de esta localidad" .

La sensación de nuevos tiempos que produjo la irrupción de los militares al poder colmó al 13 de junio de una aureola de día salvador. Incluso el número 13, comúnmente de mal agüero, fue considerado por el caricaturista Pinzón de El Tiempo como un numerazo para Colombia. El nuevo aparato político establecido comenzó a llenar de contenidos la nueva época. El 13 de junio pasaría -en el esquema de los ideólogos del régimen- a formar parte de las grandes fechas de la patria, llegando después a opacarlas. Es muy posible que la idea haya venido de afuera. En octubre de 1953 la presidencia de la República recibió una encomienda procedente de Suiza. Ernest Borel famoso fabricante de relojes obsequiaba al presidente Rojas un reloj impermeable y automático: "Para su uso personal en honor y loa de tan magna fecha", decía la misiva que acompañaba el regalo. Borel formulaba votos por la ventura personal del Presidente e insinuaba que un hecho tan trascendental como el 13 de junio pasado, debería ser una fecha conmemorativa con beneplácito en cada año por el pueblo de Colombia .

Empero, la consensuada alegría que vivieron los colombianos a raíz de los acontecimientos del 13 junio constituirá más temprano que tarde otra frustración. Más dramática que las remotas y próximas por tratarse de una alegría colectiva que parecía ponerle fin al sufrimiento de los colombianos.

*Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia