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| Foto: GUILLERMO TORRES / SEMANA

Eduación

Colegios por Concesión: el balance

Es muy pronto para desahuciar una alternativa educativa que debería contemplarse en el debate electoral.

Natalia Carrizosa
23 de febrero de 2006

Los niños de último grado del colegio Jaime Garzón, una moderna edificación de concreto en la mitad de un barrio de bloques de ladrillos desiguales y tendedores de ropa en solares a medio terminar en Bosa, no son como sus vecinos de la misma edad.

Mientras sus primos y amigos planean tener hijos, prestar el servicio militar o sacar el permiso de conducción, ellos tienen grandes proyectos. Marcela quiere ser paleontóloga, le encanta el estudio de los huesos y las excavaciones, aunque se transaría por una carrera más práctica en el campo de la hotelería y el turismo pues “es un sector con mucho potencial”, explica esta rubia de 16 años. Su compañero Jiovani quiere estudiar fuera del país, ingeniería en el Japón o diseño en Italia, aún no se decide.

Jaime Garzón es uno de los cinco colegios que la Alcaldía de Bogotá le entregó a Alianza Educativa, una asociación conformada por la Universidad de los Andes, el Colegio Nueva Granada, Los Nogales y el San Carlos, dentro del marco del programa Colegios en Concesión. El programa fue ideado en la administración de Enrique Peñalosa para ofrecer a niños de estratos 1 y 2 una educación tan buena como la ofrecida en las mejores instituciones privadas.

Los estudiantes creen que la principal diferencia entre ellos y los niños de su misma edad que van a colegios oficiales es la decencia. “Aunque tenemos la misma plata, nosotros somos un poquito más gomelos en el buen sentido. Hablamos mejor y no nos la pasamos en la calle haciendo shows”, asegura Yurani, de 14 años . “La otra diferencia es la cantidad de trabajo que nos toca hacer”, dice John Jairo, de 10 años, que se coge la cabeza y levanta los ojos en un gesto cómico de suplicio. “Aquí llenamos un cuaderno de 100 páginas de los grandes, mientras que en el otro colegio comprábamos uno chiquito y nunca lo terminábamos”.

Cuando Víctor Manuel Neira, rector del Colegio, oye a estos muchachos llenos de sueños sonríe satisfecho. “Se trataba de niños que el primer año no tenían visión de nada más allá, ningún proyecto de vida, no cuidaban nada, se robaban los libros de la biblioteca, rompían los pupitres, eran extremadamente agresivos”, recuerda. Para él lo más gratificante es cómo el colegio ha cambiado sus aspiraciones y los ha convertido en jóvenes responsables. Los niños también se sienten como nuevos seres humanos gracias al colegio (ver recuadro).

Antes de llegar a la dirección del Jaime Garzón, Neira trabajó en un colegio público por 16 años. Aunque cree que los colegios del distrito tienen muchas cosas buenas, reconoce que el modelo de concesión permite mucha más flexibilidad en manejo de docentes lo que termina beneficiando a los alumnos. Por ejemplo, cuando trabajada como coordinador en un colegio público había profesores que llegaban, marcaban tarjeta y se quedaban en la cafetería o en la sala de profesores y nunca iban a dar clase. “Me tocaba ir a buscarlos y recordarles: ‘Oiga, usted tiene clase’”, dice. Neira también cree que el mecanismo de concesión permite prestarle más atención a los estudiantes con dificultades de aprendizaje y generar muchos más canales de participación de los padres en el proceso educativo.

Lo que dicen los técnicos

De acuerdo al primer gran informe de gestión de los colegios en concesión publicado recientemente por la dirección de desarrollo humano del Departamento Nacional de Planeación (ver documento), los colegios en concesión aventajan a los oficiales en varios de los aspectos observados en el Jaime Garzón.

El estudio comparó los datos como la autonomía de los directivos, los recursos físicos y los resultados académicos de un grupo de colegios en concesión con los de un grupo de colegios oficiales de iguales características socioeconómicas.

Encontró que los colegios en concesión tienen mayor autonomía para formular una propuesta educativa y en el manejo del personal docente, así como una mejor gestión de los recursos físicos y administrativos. Los colegios en concesión también superan a los oficiales en el manejo del clima escolar, que está asociado a la violencia y los comportamientos culturales locales, como se observó en el Jaime Garzón cuando los alumnos hablaban de la “decencia” y el rector del cambio de actitud en alumnos en tres años.

De acuerdo al estudio, en los colegios en concesión también hay menos ausentismo de los alumnos y los profesores. Las acciones que llevan a cabo hacia las familias y el entorno de los alumnos son más intensas que en los oficiales. De acuerdo a los analistas del estudio, esto permite prever una mejoría en el logro académico de estos planteles a futuro, pues el entorno de los individuos tiene una influencia de más del 70 por ciento sobre los logros escolares.

Con todo, la eficiencia de los colegios en concesión no es superior a la de los colegios oficiales. En las Pruebas de Competencias Básicas los colegios por concesión siguen registrando resultados ligeramente inferiores que los oficiales, aunque el crecimiento en los resultados en los colegios por concesión es mucho mayor (de 36 por ciento frente al 17 por ciento en los oficiales).

En términos económicos, el estudio dice que no se puede concluir que los colegios por concesión sean más eficientes en términos económicos que los oficiales, puesto que un alumno en este tipo de plantel le cuesta a la ciudad unos 324.000 pesos más al año que en uno oficial.

Sin embargo, a medida que crece la carga pensional de los docentes de los colegios oficiales, los costos de funcionamiento por niño matriculado podrían elevarse por encima del de los colegios en concesión.

Un debate politizado

En este contexto ¿cuál es el futuro para el modelo de los colegios en concesión? Actualmente existen 25 y estaba planeado construir otros cincuenta, pero el alcalde Luis Eduardo Garzón, que se mostró crítico de la figura desde su campaña, anunció que no pensaba crear nuevas concesiones.

El secretario de educación Abel Rodríguez justificó la decisión diciendo que los colegios por concesión “rompen la equidad que debiera guiar la oferta pública y el principio constitucional de la igualdad”. Según él, asistir a uno de esto colegios es un privilegio al que no todos los niños de los barrios marginales tienen acceso. La revista SEMANA se mostró muy crítica de esta explicación y lo acusó en su momento de querer “nivelar por lo bajo” (ver artículo). Muchos han hecho notar que detrás de este tipo de críticas podrían encontrarse los intereses de los educadores oficiales sindicalizados, que estarían perdiendo cupos en el mercado laboral de los colegios pobres, y que son una de las bases electorales más fuertes del Polo Democrático, partido del alcalde Garzón.

El programa de colegios en concesión no deja de ser polémico. Los resultados de la evaluación de Planeación revelan que aún hay mucho por hacer para mejorar la eficiencia de estos planteles, pero están muy lejos de justificar que se abandone una figura que revela tantas bondades y posibilidades. Los sueños de Marcela, Yurani, Iván y todos los niños del Jaime Garzón son testimonio de que esta figura vale la pena.