Home

On Line

Artículo

Infancia

De la casa a la guerra*

La racha de noticias sobre maltrato infantil no ha mencionado la peor parte: el riesgo de que estos niños maltratados entren a engrosar los grupos armados. Un estudio demuestra que este peligro existe

Maria Victoria Llorente, Enrique Chaux y Luz Magdalena Salas** Universidad de los Andes
20 de enero de 2006

r esta hipótesis. El estudio que resumimos aquí nos permitió encontrar que, efectivamente, quienes sufren maltrato físico en sus casas tienen una mayor probabilidad de cometer crímenes violentos por fuera del hogar y de vincularse temprano en la vida a grupos armados ilegales. Sin embargo, el estudio también concluye que hay otros factores que aumentan el riesgo de la violencia juvenil y que definitivamente deben ser tenidos en cuenta para prevenir desde temprano en la vida la violencia en nuestro país.

Para llegar a estas conclusiones, más de 900 hombres menores de edad fueron entrevistados en Urabá, Caquetá, Huila, Santander, Tolima y Bogotá. Algunos de ellos se habían desvinculado recientemente de organizaciones armadas como las FARC, el ELN y grupos paramilitares. Otros estaban recluidos por haber cometido crímenes violentos en las ciudades y sin ninguna conexión con los grupos armados. Los demás eran estudiantes de colegios ubicados en las zonas de procedencia de los demás entrevistados. De esta manera, logramos contrastar las historias de vida de quienes terminaron vinculados a grupos armados ilegales con aquellas de quienes, a pesar de haber vivido en los mismos municipios y en condiciones socio-económicas muy similares, no se vincularon al conflicto armado sino que seguían estudiando en colegios. De manera similar, contrastamos las historias de vida de menores que han cometido crímenes violentos a nivel urbano con aquellas de menores que crecieron en los mismos barrios, pero que no han cometido crímenes y continúan estudiando en colegios.

Encontramos que los niños desvinculados de la guerra habían sufrido mucho más maltrato físico en sus casas en comparación con quienes nunca se vincularon a grupos armados a pesar de haber crecido en las mismas zonas de influencia de estos grupos. La diferencia entre los que sí y los que no se vincularon fue especialmente alta cuando se trataba de maltrato físico severo, como golpizas frecuentes con puños, cachetadas y patadas, ejercido por el padre o padrastro. También descubrimos que quienes sí se vincularon habían crecido en familias más fragmentadas, con menor nivel educativo y en las cuales muchas veces no estaba presente la madre, tenían más familiares que habían pertenecido o pertenecían a grupos armados, más amigos en cultivos ilícitos y se habían volado con más frecuencia de sus casas temprano en la vida.

En las ciudades, encontramos que el maltrato físico en las casas aumenta el riesgo de cometer crímenes violentos antes de cumplir los 18 años. Los menores recluidos por haber cometido delitos graves habían sufrido más maltrato físico en sus casas (en especial maltrato físico severo) en comparación con otros jóvenes de sus mismos barrios (ver gráfico). Además, crecieron en familias más fracturadas y menos educadas, muchos vivieron desde pequeños sin sus madres, tuvieron más familiares delincuentes, más amigos en pandillas y sus padres se interesaban menos por los amigos que tenían y los dejaban más tiempo solos o bajo el cuidado de otro menor de edad.

Esto muestra que la violencia y el abandono que ocurre en las casas parece contribuir tanto al conflicto armado como a la violencia de las ciudades. Sin embargo, lo que ocurre en las casas es solamente la primera fase de la trayectoria que lleva a algunos menores a cometer crímenes violentos a nivel urbano o a vincularse al conflicto en zonas rurales. Los hogares en los cuales es común el abandonado y el maltrato y en los que hay poco afecto y supervisión por parte de los padres parecen empujar a los niños hacia afuera, pero también lo que encuentren afuera (pandillas urbanas y grupos armados ilegales) ejerce una gran atracción a los jóvenes. Muchos menores pueden encontrar en estos grupos una fuente de poder, aventura, identidad, drogas y sexo, todos estos aspectos centrales en la vida de un joven, en especial al inicio de la adolescencia. El caso más complejo es cuando ambos riesgos se juntan, un hogar maltratante, negligente y con poco afecto, y un contexto comunitario en el que los jóvenes están altamente expuestos a grupos como pandillas u organizaciones armadas ilegales. En estos casos, el hogar genera unos riesgos iniciales, pero lo que ocurre por fuera del hogar multiplica ese riesgo inicial.  Y eso es precisamente lo que corroboramos con nuestro estudio.

Comprender estas dos fases es fundamental para prevenir la violencia juvenil en nuestro país. Una política de prevención solamente será efectiva si se toman medidas que afecten tanto lo que ocurre en el hogar, como por fuera de él.

En el hogar, es fundamental prevenir el maltrato a menores. Así mismo, parece ser tan relevante promover las prácticas de crianza en las que se fortalezcan las relaciones afectivas y se promueva la comunicación, la supervisión y el involucramiento de los padres en la crianza de sus hijos. Según varios estudios internacionales recientes, la cercanía afectiva con por lo menos un(a) cuidador(a) adulto(a) es uno de los principales factores protectores.

Por fuera del hogar, parece fundamental tener un impacto sobre quiénes son los amigos y, en especial, sobre el ingreso a pandillas. Las políticas que logren disminuir la incidencia de pandillas en ciertas comunidades podrían tener un efecto muy importante, principalmente a nivel urbano. En este sentido podemos aprender mucho de experiencias exitosas como la realizada a mediados de los noventa en la ciudad de Boston a través de la "Operación Cese al Fuego" (analizada por David Kennedy de Harvard) y que en Latinoamérica ha sido replicada recientemente en Belo Horizonte (analizada por Claudio Beato de la Universidad Federal de Minas Gerais). Estas intervenciones orientadas hacia reducir los homicidios y el porte de armas por parte de jóvenes en áreas caracterizadas por alta incidencia de pandillas, ilustran la importancia de conjugar adecuadamente la actividad de la policía con la de las instituciones que realizan trabajo social.  De igual forma muestran que una de las claves del éxito está en focalizar las intervenciones en zonas específicas.  Ello facilita una aproximación más pragmática a la prevención de la violencia juvenil, ya que hace posible establecer objetivos concretos, medibles y menos globales o ambiciosos.

Por último, una gran cantidad de evidencia internacional ha demostrado que ciertos rasgos del comportamiento que pueden ser observados incluso desde la etapa preescolar permiten identificar el riesgo de problemas más adelante. En este sentido es pertinente sugerir intervenciones tempranas enfocadas hacia identificar y trabajar con menores que presentan comportamientos que pueden ser síntomas de riesgos (por ejemplo los que tienen mayor tendencia a atacar físicamente a otros, o los que en la preadolescencia ya presentan problemas de consumo de drogas ilegales o alcohol) para desarrollar en ellos competencias que les permitan disminuir tales riesgos.

Es mucho más efectivo e inclusive más económico trabajar en estos programas de prevención temprana que buscar reparar el daño cuando éste ya ha ocurrido. Gran parte de esta prevención se podría hacer a través del sistema escolar, como lo han demostrado algunas experiencias exitosas que hemos analizado. La llamada "prevención secundaria", la cual no busca como muchos programas actuales afectar a todos, sino que focaliza las labores de prevención en quienes tienen un mayor riesgo y su entrono familiar, parece ser una opción más viable y efectiva. Desde muy temprano, a través de ciertos rasgos de comportamiento, es posible identificar a los niños con mayores probabilidades de problemas en el futuro, de manera que se puedan realizar con ellos intervenciones integrales que busquen influir sobre sus competencias ciudadanas, sus familias y su contexto de amigos. Ese tipo de trabajo integral es el que parece necesitarse para que algunos jóvenes que podrían terminar en pandillas violentas o en grupos armados ilegales tomen otros caminos en sus vidas.

Vea el informe completo de la investigación.

* Esta investigación fue realizada con la financiación de la Dirección de Justicia y Seguridad del Departamento Nacional de Planeación (DJS-DNP) dentro del marco del Programa BID-Colombia de Apoyo a la Convivencia  y Seguridad Ciudadana.

** María Victoria Llorente es investigadora asociada del CEDE de la Universidad de los Andes (r esta hipótesis. El estudio que resumimos aquí nos permitió encontrar que, efectivamente, quienes sufren maltrato físico en sus casas tienen una mayor probabilidad de cometer crímenes violentos por fuera del hogar y de vincularse temprano en la vida a grupos armados ilegales. Sin embargo, el estudio también concluye que hay otros factores que aumentan el riesgo de la violencia juvenil y que definitivamente deben ser tenidos en cuenta para prevenir desde temprano en la vida la violencia en nuestro país.

Para llegar a estas conclusiones, más de 900 hombres menores de edad fueron entrevistados en Urabá, Caquetá, Huila, Santander, Tolima y Bogotá. Algunos de ellos se habían desvinculado recientemente de organizaciones armadas como las FARC, el ELN y grupos paramilitares. Otros estaban recluidos por haber cometido crímenes violentos en las ciudades y sin ninguna conexión con los grupos armados. Los demás eran estudiantes de colegios ubicados en las zonas de procedencia de los demás entrevistados. De esta manera, logramos contrastar las historias de vida de quienes terminaron vinculados a grupos armados ilegales con aquellas de quienes, a pesar de haber vivido en los mismos municipios y en condiciones socio-económicas muy similares, no se vincularon al conflicto armado sino que seguían estudiando en colegios. De manera similar, contrastamos las historias de vida de menores que han cometido crímenes violentos a nivel urbano con aquellas de menores que crecieron en los mismos barrios, pero que no han cometido crímenes y continúan estudiando en colegios.

Encontramos que los niños desvinculados de la guerra habían sufrido mucho más maltrato físico en sus casas en comparación con quienes nunca se vincularon a grupos armados a pesar de haber crecido en las mismas zonas de influencia de estos grupos. La diferencia entre los que sí y los que no se vincularon fue especialmente alta cuando se trataba de maltrato físico severo, como golpizas frecuentes con puños, cachetadas y patadas, ejercido por el padre o padrastro. También descubrimos que quienes sí se vincularon habían crecido en familias más fragmentadas, con menor nivel educativo y en las cuales muchas veces no estaba presente la madre, tenían más familiares que habían pertenecido o pertenecían a grupos armados, más amigos en cultivos ilícitos y se habían volado con más frecuencia de sus casas temprano en la vida.

En las ciudades, encontramos que el maltrato físico en las casas aumenta el riesgo de cometer crímenes violentos antes de cumplir los 18 años. Los menores recluidos por haber cometido delitos graves habían sufrido más maltrato físico en sus casas (en especial maltrato físico severo) en comparación con otros jóvenes de sus mismos barrios (ver gráfico). Además, crecieron en familias más fracturadas y menos educadas, muchos vivieron desde pequeños sin sus madres, tuvieron más familiares delincuentes, más amigos en pandillas y sus padres se interesaban menos por los amigos que tenían y los dejaban más tiempo solos o bajo el cuidado de otro menor de edad.

Esto muestra que la violencia y el abandono que ocurre en las casas parece contribuir tanto al conflicto armado como a la violencia de las ciudades. Sin embargo, lo que ocurre en las casas es solamente la primera fase de la trayectoria que lleva a algunos menores a cometer crímenes violentos a nivel urbano o a vincularse al conflicto en zonas rurales. Los hogares en los cuales es común el abandonado y el maltrato y en los que hay poco afecto y supervisión por parte de los padres parecen empujar a los niños hacia afuera, pero también lo que encuentren afuera (pandillas urbanas y grupos armados ilegales) ejerce una gran atracción a los jóvenes. Muchos menores pueden encontrar en estos grupos una fuente de poder, aventura, identidad, drogas y sexo, todos estos aspectos centrales en la vida de un joven, en especial al inicio de la adolescencia. El caso más complejo es cuando ambos riesgos se juntan, un hogar maltratante, negligente y con poco afecto, y un contexto comunitario en el que los jóvenes están altamente expuestos a grupos como pandillas u organizaciones armadas ilegales. En estos casos, el hogar genera unos riesgos iniciales, pero lo que ocurre por fuera del hogar multiplica ese riesgo inicial.  Y eso es precisamente lo que corroboramos con nuestro estudio.

Comprender estas dos fases es fundamental para prevenir la violencia juvenil en nuestro país. Una política de prevención solamente será efectiva si se toman medidas que afecten tanto lo que ocurre en el hogar, como por fuera de él.

En el hogar, es fundamental prevenir el maltrato a menores. Así mismo, parece ser tan relevante promover las prácticas de crianza en las que se fortalezcan las relaciones afectivas y se promueva la comunicación, la supervisión y el involucramiento de los padres en la crianza de sus hijos. Según varios estudios internacionales recientes, la cercanía afectiva con por lo menos un(a) cuidador(a) adulto(a) es uno de los principales factores protectores.

Por fuera del hogar, parece fundamental tener un impacto sobre quiénes son los amigos y, en especial, sobre el ingreso a pandillas. Las políticas que logren disminuir la incidencia de pandillas en ciertas comunidades podrían tener un efecto muy importante, principalmente a nivel urbano. En este sentido podemos aprender mucho de experiencias exitosas como la realizada a mediados de los noventa en la ciudad de Boston a través de la "Operación Cese al Fuego" (analizada por David Kennedy de Harvard) y que en Latinoamérica ha sido replicada recientemente en Belo Horizonte (analizada por Claudio Beato de la Universidad Federal de Minas Gerais). Estas intervenciones orientadas hacia reducir los homicidios y el porte de armas por parte de jóvenes en áreas caracterizadas por alta incidencia de pandillas, ilustran la importancia de conjugar adecuadamente la actividad de la policía con la de las instituciones que realizan trabajo social.  De igual forma muestran que una de las claves del éxito está en focalizar las intervenciones en zonas específicas.  Ello facilita una aproximación más pragmática a la prevención de la violencia juvenil, ya que hace posible establecer objetivos concretos, medibles y menos globales o ambiciosos.

Por último, una gran cantidad de evidencia internacional ha demostrado que ciertos rasgos del comportamiento que pueden ser observados incluso desde la etapa preescolar permiten identificar el riesgo de problemas más adelante. En este sentido es pertinente sugerir intervenciones tempranas enfocadas hacia identificar y trabajar con menores que presentan comportamientos que pueden ser síntomas de riesgos (por ejemplo los que tienen mayor tendencia a atacar físicamente a otros, o los que en la preadolescencia ya presentan problemas de consumo de drogas ilegales o alcohol) para desarrollar en ellos competencias que les permitan disminuir tales riesgos.

Es mucho más efectivo e inclusive más económico trabajar en estos programas de prevención temprana que buscar reparar el daño cuando éste ya ha ocurrido. Gran parte de esta prevención se podría hacer a través del sistema escolar, como lo han demostrado algunas experiencias exitosas que hemos analizado. La llamada "prevención secundaria", la cual no busca como muchos programas actuales afectar a todos, sino que focaliza las labores de prevención en quienes tienen un mayor riesgo y su entrono familiar, parece ser una opción más viable y efectiva. Desde muy temprano, a través de ciertos rasgos de comportamiento, es posible identificar a los niños con mayores probabilidades de problemas en el futuro, de manera que se puedan realizar con ellos intervenciones integrales que busquen influir sobre sus competencias ciudadanas, sus familias y su contexto de amigos. Ese tipo de trabajo integral es el que parece necesitarse para que algunos jóvenes que podrían terminar en pandillas violentas o en grupos armados ilegales tomen otros caminos en sus vidas.

Vea el informe completo de la investigación.

* Esta investigación fue realizada con la financiación de la Dirección de Justicia y Seguridad del Departamento Nacional de Planeación (DJS-DNP) dentro del marco del Programa BID-Colombia de Apoyo a la Convivencia  y Seguridad Ciudadana.

** María Victoria Llorente es investigadora asociada del CEDE de la Universidad de los Andes (pazpubl@uniandes.edu.co)
     Enrique Chaux es profesor asociado del Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes (r esta hipótesis. El estudio que resumimos aquí nos permitió encontrar que, efectivamente, quienes sufren maltrato físico en sus casas tienen una mayor probabilidad de cometer crímenes violentos por fuera del hogar y de vincularse temprano en la vida a grupos armados ilegales. Sin embargo, el estudio también concluye que hay otros factores que aumentan el riesgo de la violencia juvenil y que definitivamente deben ser tenidos en cuenta para prevenir desde temprano en la vida la violencia en nuestro país.

Para llegar a estas conclusiones, más de 900 hombres menores de edad fueron entrevistados en Urabá, Caquetá, Huila, Santander, Tolima y Bogotá. Algunos de ellos se habían desvinculado recientemente de organizaciones armadas como las FARC, el ELN y grupos paramilitares. Otros estaban recluidos por haber cometido crímenes violentos en las ciudades y sin ninguna conexión con los grupos armados. Los demás eran estudiantes de colegios ubicados en las zonas de procedencia de los demás entrevistados. De esta manera, logramos contrastar las historias de vida de quienes terminaron vinculados a grupos armados ilegales con aquellas de quienes, a pesar de haber vivido en los mismos municipios y en condiciones socio-económicas muy similares, no se vincularon al conflicto armado sino que seguían estudiando en colegios. De manera similar, contrastamos las historias de vida de menores que han cometido crímenes violentos a nivel urbano con aquellas de menores que crecieron en los mismos barrios, pero que no han cometido crímenes y continúan estudiando en colegios.

Encontramos que los niños desvinculados de la guerra habían sufrido mucho más maltrato físico en sus casas en comparación con quienes nunca se vincularon a grupos armados a pesar de haber crecido en las mismas zonas de influencia de estos grupos. La diferencia entre los que sí y los que no se vincularon fue especialmente alta cuando se trataba de maltrato físico severo, como golpizas frecuentes con puños, cachetadas y patadas, ejercido por el padre o padrastro. También descubrimos que quienes sí se vincularon habían crecido en familias más fragmentadas, con menor nivel educativo y en las cuales muchas veces no estaba presente la madre, tenían más familiares que habían pertenecido o pertenecían a grupos armados, más amigos en cultivos ilícitos y se habían volado con más frecuencia de sus casas temprano en la vida.

En las ciudades, encontramos que el maltrato físico en las casas aumenta el riesgo de cometer crímenes violentos antes de cumplir los 18 años. Los menores recluidos por haber cometido delitos graves habían sufrido más maltrato físico en sus casas (en especial maltrato físico severo) en comparación con otros jóvenes de sus mismos barrios (ver gráfico). Además, crecieron en familias más fracturadas y menos educadas, muchos vivieron desde pequeños sin sus madres, tuvieron más familiares delincuentes, más amigos en pandillas y sus padres se interesaban menos por los amigos que tenían y los dejaban más tiempo solos o bajo el cuidado de otro menor de edad.

Esto muestra que la violencia y el abandono que ocurre en las casas parece contribuir tanto al conflicto armado como a la violencia de las ciudades. Sin embargo, lo que ocurre en las casas es solamente la primera fase de la trayectoria que lleva a algunos menores a cometer crímenes violentos a nivel urbano o a vincularse al conflicto en zonas rurales. Los hogares en los cuales es común el abandonado y el maltrato y en los que hay poco afecto y supervisión por parte de los padres parecen empujar a los niños hacia afuera, pero también lo que encuentren afuera (pandillas urbanas y grupos armados ilegales) ejerce una gran atracción a los jóvenes. Muchos menores pueden encontrar en estos grupos una fuente de poder, aventura, identidad, drogas y sexo, todos estos aspectos centrales en la vida de un joven, en especial al inicio de la adolescencia. El caso más complejo es cuando ambos riesgos se juntan, un hogar maltratante, negligente y con poco afecto, y un contexto comunitario en el que los jóvenes están altamente expuestos a grupos como pandillas u organizaciones armadas ilegales. En estos casos, el hogar genera unos riesgos iniciales, pero lo que ocurre por fuera del hogar multiplica ese riesgo inicial.  Y eso es precisamente lo que corroboramos con nuestro estudio.

Comprender estas dos fases es fundamental para prevenir la violencia juvenil en nuestro país. Una política de prevención solamente será efectiva si se toman medidas que afecten tanto lo que ocurre en el hogar, como por fuera de él.

En el hogar, es fundamental prevenir el maltrato a menores. Así mismo, parece ser tan relevante promover las prácticas de crianza en las que se fortalezcan las relaciones afectivas y se promueva la comunicación, la supervisión y el involucramiento de los padres en la crianza de sus hijos. Según varios estudios internacionales recientes, la cercanía afectiva con por lo menos un(a) cuidador(a) adulto(a) es uno de los principales factores protectores.

Por fuera del hogar, parece fundamental tener un impacto sobre quiénes son los amigos y, en especial, sobre el ingreso a pandillas. Las políticas que logren disminuir la incidencia de pandillas en ciertas comunidades podrían tener un efecto muy importante, principalmente a nivel urbano. En este sentido podemos aprender mucho de experiencias exitosas como la realizada a mediados de los noventa en la ciudad de Boston a través de la "Operación Cese al Fuego" (analizada por David Kennedy de Harvard) y que en Latinoamérica ha sido replicada recientemente en Belo Horizonte (analizada por Claudio Beato de la Universidad Federal de Minas Gerais). Estas intervenciones orientadas hacia reducir los homicidios y el porte de armas por parte de jóvenes en áreas caracterizadas por alta incidencia de pandillas, ilustran la importancia de conjugar adecuadamente la actividad de la policía con la de las instituciones que realizan trabajo social.  De igual forma muestran que una de las claves del éxito está en focalizar las intervenciones en zonas específicas.  Ello facilita una aproximación más pragmática a la prevención de la violencia juvenil, ya que hace posible establecer objetivos concretos, medibles y menos globales o ambiciosos.

Por último, una gran cantidad de evidencia internacional ha demostrado que ciertos rasgos del comportamiento que pueden ser observados incluso desde la etapa preescolar permiten identificar el riesgo de problemas más adelante. En este sentido es pertinente sugerir intervenciones tempranas enfocadas hacia identificar y trabajar con menores que presentan comportamientos que pueden ser síntomas de riesgos (por ejemplo los que tienen mayor tendencia a atacar físicamente a otros, o los que en la preadolescencia ya presentan problemas de consumo de drogas ilegales o alcohol) para desarrollar en ellos competencias que les permitan disminuir tales riesgos.

Es mucho más efectivo e inclusive más económico trabajar en estos programas de prevención temprana que buscar reparar el daño cuando éste ya ha ocurrido. Gran parte de esta prevención se podría hacer a través del sistema escolar, como lo han demostrado algunas experiencias exitosas que hemos analizado. La llamada "prevención secundaria", la cual no busca como muchos programas actuales afectar a todos, sino que focaliza las labores de prevención en quienes tienen un mayor riesgo y su entrono familiar, parece ser una opción más viable y efectiva. Desde muy temprano, a través de ciertos rasgos de comportamiento, es posible identificar a los niños con mayores probabilidades de problemas en el futuro, de manera que se puedan realizar con ellos intervenciones integrales que busquen influir sobre sus competencias ciudadanas, sus familias y su contexto de amigos. Ese tipo de trabajo integral es el que parece necesitarse para que algunos jóvenes que podrían terminar en pandillas violentas o en grupos armados ilegales tomen otros caminos en sus vidas.

Vea el informe completo de la investigación.

* Esta investigación fue realizada con la financiación de la Dirección de Justicia y Seguridad del Departamento Nacional de Planeación (DJS-DNP) dentro del marco del Programa BID-Colombia de Apoyo a la Convivencia  y Seguridad Ciudadana.

** María Victoria Llorente es investigadora asociada del CEDE de la Universidad de los Andes (pazpubl@uniandes.edu.co)
     Enrique Chaux es profesor asociado del Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes (echaux@uniandes.edu.co)
     Luz Magdalena Salas es actualmente funcionaria de la Dirección de Evaluación de Políticas Públicas del Departamento Nacional de Planeación (