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Desplazados sin tierra

Tras 50 años de desplazamiento forzado de millones de colombianos, el país aún no ha comprendido la magnitud de esta tragedia, una verdadera bomba de tiempo que el gobierno y la población urbana insisten en ignorar.

Arturo Alape*
3 de marzo de 2003

"Huir, salvar la vida...huir...". Dramática voz que ha atravesado y continúa atravesando los confines geográficos del país, desde las tres cordilleras, los piedemontes; de mar a ríos y de ríos al mar; de la selva y llanuras hacia las carreteras, y de las carreteras a los pueblos y a las pequeñas y grandes ciudades.

En 50 años de absurda guerra, cientos de miles de muertos y en ese mismo transcurrir histórico, millones de desplazados. El desplazamiento se ha vuelto como una especie de condena a perpetuidad: en la huida forzada sólo se lleva como piel el peso de la vida, atrás, a las espaldas, quedan sólo imágenes de los sueños nunca realizados.

Colombia es una dolorosa geografía convertida en cruz por tantas huellas hundidas. Un país de inmensa movilidad humana a la fuerza, su geografía física es hoy por hoy un estallido telúrico de grandes proporciones humanas: por su territorio deambulan como sombras hambrientas cientos de personas que huyen con el miedo que los carcome, para los desplazados dejaron de existir hace mucho tiempo, las llamadas selvas vírgenes.

Estadísticas que meten miedo

Durante estas décadas del conflicto armado, las cifras sobre el fenómeno del desplazamiento, en todo sentido, son simplemente escalofriantes: la primera manifestación se dio durante la llamada violencia bipartidista a mediados del siglo pasado: "Tal es el caso de las guerra de los dos partidos tradicionales entre 1946 y 1957, y con expresiones más localizadas entre 1958 y 1966, que le costó al país entre 200.000 y 300.000 muertos y causó la migración forzosa de más de dos millones de personas, equivalentes a casi a una quinta parte de la población, que para ese entonces alcanzaba a 11 millones" (estimación de Carlos Lemoine en Paul Oquis, 1978) Por causa directa de la violencia partidista se despobló el campo, el territorio nacional dejó de ser rural para convertirse en una mayoría urbana. Por ese entonces se calculaba en 40.000 los exiliados de Norte de Santander, y los llegados a Bogotá hasta 1953 ascendieron a 60.000 según la Oficina Nacional de Rehabilitación y Socorro. La misma oficina sostuvo que hasta 1953 se habían exiliado en Venezuela 20.000 colombianos y 5.000 en Panamá. Al llegar el momento de regresar a sus tierras los exiliados de La Palma y Yacopí (Cundinamarca) que estaban en Bogotá se calcularon en 15.000 personas (Germán Guzmán Campos, La violencia en Colombia. Parte descriptiva)

Con el cruce de diversas violencias en la década de los 80 -insurgencia, paramilitares y Fuerzas Armadas- se acrecentó el éxodo en el interior del país: entre 1985 y 1999 alrededor de 1.843.000 colombianos fueron desplazados por la fuerza de las armas y tuvieron que volver al itinerario del desarraigo, al caminar por antiguos y nuevos territorios para salvar la vida. "Es decir, el 5 por ciento de la población colombiana o uno de cada 20 colombianos ha vivido la dramática situación de desplazamiento por violencia en Colombia". (Jorge E. Rojas Rodríguez: Desplazados: lógicas de guerra, incertidumbres de paz)

En ese violento proceso de despoblación del campo, el cambio del mapa de tenencia de la tierra ha sido fundamental: entre "1995 y 1999 fueron abandonadas 1.738.858 hectáreas pertenecientes a pequeños y medianos propietarios, a colonos, comunidades negras y poblaciones indígenas. La cifra coincide con informes que dan cuenta de que en la década del 90, alrededor de 1.700.000 hectáreas han dejado de producir por diferentes razones, muchas de ellas relacionadas con la violencia y desplazamiento". (Jorge E. Rojas Rodríguez, texto citado)

El crecimiento de los desplazados, según Codhes, en los últimos años es simplemente aterrador: en 1999, 228.000; en el 2000, 317.000; en el 2001 342.000, y entre enero y junio de 2002 los desplazados ascendieron a 204.000. Otro inquietante dato de actualidad: en los dos primeros meses del gobierno del presidente Alvaro Uribe Vélez, con guerra total y un ejército de soplones se calcula que hay en Colombia otras 149.387 personas huyendo para sobrevivir de la degradación del conflicto armado, según boletín Codhes Informa.

El miedo de los desplazados

Una pregunta simple: ¿por qué después de 50 años de un cruento y despiadado conflicto armado, los desplazados huyen y seguirán huyendo? La respuesta también es simple: huyen por miedo a las amenazas de muerte, huyen por temor de perder sus vidas en una masacre, huyen por miedo a caer asesinados en cualquier atentado a sus poblaciones, huyen por miedo a las torturas, huyen por miedo a las desapariciones, huyen por miedo a los ataques aéreos.

Ese miedo que cubre la vida de los desplazados, miedo escondido en sus miradas, se puede desglosar en ciertos momentos históricos: en el año 49 huyeron de la 'godificación' de las cordilleras Occidental y Oriental, decretada por el gobierno del señor Ospina Pérez: hordas de policías chulavitas acompañadas de civiles armados desalojaban por las armas y luego incendiaban poblaciones enteras; huyeron por órdenes del gobierno de Laureano Gómez, como la siguiente: El 20 de octubre de 1950 se expidió una "advertencia a todos los ciudadanos", en la cual se definía como bandidos a todos los que se opusieran a las Fuerzas Militares. Serían "bandidos" todos los que tuvieran 16 años o más y que se ocultaran o huyeran de las tropas del gobierno... Se autorizaron las ejecuciones sumarias cuando quiera que los oficiales autorizados los considerasen apropiadas". (John D. Martz. Colombia. Un estudio de política contemporánea).

En esa época, los colombianos huyeron por los ataques aéreos en las tomas militares de las llamadas Repúblicas Independientes, que a propósito nunca cumplieron los objetivos cívico-militares. Huyeron de la 'guerra sucia' a finales de la década de los 80 decretada por paras y narcotraficantes contra la militancia de la Unión Patriótica; huyeron en los años 90 ante la prepotencia criminal e incapacidad política de la insurgencia (Farc y ELN); y seguirán huyendo hasta que el conflicto armado no se resuelva por el camino de una solución política. Guerra y desplazamiento son como hermanos gemelos.

Al miedo que persigue implacablemente a los desplazados por la violencia se suman otros miedos y temores de los desplazados por la pobreza y de quienes son sacados a la fuerza para imponer la relatifundización de las tierras y su consiguiente uso improductivo; de quienes son expulsados por los desastres naturales que, casi siempre, son los sectores más pobres de la población; de los nuevos colonos que buscan selva adentro el espacio que les es negado en la tierra productivas, y de las comunidades a las que se les impone el destierro para dar paso a megaproyectos económicos y de los migrantes que buscan dentro y fuera del país un lugar para su realización como seres humanos.

Las perversas lógicas de la guerra

El cambio de concepción, en que la lógica de la guerra ha suplantado en definitiva a la lógica de la política, se ha vuelto el factor decisivo para la actual descomposición y degradación del conflicto. Es una guerra en que se enfrentan aparatos bélicos y todo el esfuerzo humano está dirigido a vencer y doblegar al otro en una sangrienta victoria militar. Ese objetivo a corta o larga duración requiere de un sólido aparato económico, sustentado por el narcotráfico o por los bonos de guerra. La población civil ha dejado de existir como parte influenciable dentro del desarrollo del conflicto, tanto por la insurgencia, como por el Ejército que en sus operativos olvidó todo lastre de las llamadas acciones cívico- militares.

La población civil puede estar situada en la mitad, adelante o atrás en el desarrollo de conflicto bélico y en ultimas, será la víctima colectiva. Históricamente, ésta dejó de tener importancia política en los resultados de la actual guerra.

En este brutal contexto cerrado, las exigencias de la guerra están llevando a los distintos actores armados al desarrollo de estructuras de vigilancia y control que imponen un omnímodo poder político y militar en lo local, sacrificando los intereses sociales de las mismas comunidades. La acción bélica, sus organizaciones se están trocando en un fin de sí mismo: la ley de las armas. En ese férreo encierro territorial se eliminan las posibilidades de "la construcción de espacios democráticos de poder social que terminan por afianzar la voluntad individual de caudillos militares que menosprecian a los civiles no combatientes", según Ricardo Vargas. (Cultivos ilícitos, políticas antidrogas y procesos de paz en Colombia)

En la década del 90 las Farc dirigen todos sus esfuerzos al desarrollo militar de sus filas, crecen sus frentes, surgen los bloques y realizan acciones de importancia bélica contra el Ejército. Cuando los insurgentes llegan a la mesa de negociación con el gobierno de Pastrana en la zona de distensión en el Caguán, son un inmenso poder militar y económico. Proceso de negociación tenso, dramático, que deja un sabor para el país de una terrible frustración: las Farc fueron incapaces de manejar el proceso desde una visión política, que ganara para el proceso a la opinión pública y rodeara sus objetivos con un real apoyo popular. Por el contrario, con sus acciones miopes, terroristas, encauzaron a la opinión pública en su contra, cuando históricamente las Farc siempre habían buscado consolidar para su proyecto político un real apoyo del pueblo colombiano. El gobierno de Pastrana, también de una incapacidad inaudita, nada tenía para negociar y culminó su período presidencial con un fracaso absoluto. Ahora el país vive maniatado a la imposición de una guerra total absurda.

Según Carl Schmitt, la "lucha militar no es en sí misma la 'prosecución de la política con otros medios', como se acostumbra a citarse de modo incorrecto la frase de Clausewitz, sino que, como tal, la guerra posee sus propias reglas, sus puntos de vista estratégicos, tácticos y de otros tipos, y ellos presuponen que está dada previamente la decisión política sobre quién es el enemigo".



El desplazamiento se ha convertido ante todo en un mecanismo de sobrevivencia, de resistencia y de acomodación frente a la perversas lógicas de guerra. Esta situación obliga a los desplazados a buscar incansablemente otros territorios, en medio de la incertidumbre y de las desconfianzas, los silencios, los señalamientos entre vecinos y los rumores, que hacen más lento el repoblamiento de nuevos espacios sociales

En ese trasegar, se va buscando, conquistando e imponiendo la reterritorialización en los espacios marginales. Cuando los desplazados llegan a los centros urbanos, ante la mirada atónita de indiferencia de los pobladores, se convierten en sombras solitarias unidas a su propio miedo. Son invisibles aunque demuestren su presencia en medio del vocinglerío del rebusque en cada semáforo. Invisibles para los transeúntes, invisibles en las ventanillas oficiales, invisibles ante las posibles y pocas opciones laborales.

En su itinerancia por los centros urbanos, los desplazados acomodan el cuerpo en miserables inquilinatos, y desde la estrechez de la miseria, construyen la ilusión de un pequeño terreno para levantar la vivienda. Todo un acto de fundación humana. Con la suma de la población huidora de la violencia surgen los epicentros de la miseria, epicentros creados e estimulados como patéticas soluciones gubernamentales: las comunas en Medellín, Aguablanca en Cali, Ciudad Bolívar en Bogotá. La miseria atrae como moscas a los nuevos portadores de la miseria, aunque éstos también sean portadores de hermosas historias humanas.

La exclusión y segregación que se manifiesta con la población en desplazamiento es una extensión de la guerra. La exclusión y segregación genera fronteras internas dentro de los territorios que buscan defenderse de la llegada de los 'otros'. "Así, gobiernos locales de ciudades como Bogotá y Cali han propuesto generar controles que impidan la llegada de desplazados pobres. Argumentos de tipo administrativo, de eficiencia, de no constituirse en polo de atracción, de protección a la seguridad de su población". (Flor Edilma Osorio, Territorios, identidades y acción colectiva).

En ese trasegar de ir y venir atravesando territorios, en medio de la incertidumbre de posibles retornos, en el afianzamiento de un lugar estable para comenzar la nueva vida, los desplazados tendrán entonces un rol importante que desempeñar en el futuro, cuando adquieran plena independencia de acción en relación con los actores de la guerra. Independencia como grupo humano, independencia en lo social y lo político que les permitirá actuar a plenitud de sus necesidades en un futuro proceso de paz, con presencia, voz y voto. Y cuando este país logre la anhelada conquista de la paz, su real papel será en la reconstrucción de nuestra sociedad posconflicto. Entonces el país vivirá en todos los ámbitos la guerra social que había estado escondida bajo los telones de una cruenta y despiadada guerra de larga duración.