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El balón en el cajero

Jueves 10. Jorge Giraldo compara a los banqueros con los clubes de fútbol: concluye que ambos son necesarios pero que pretenden que lo suyo no es un negocio. Y que además son malos patronos.

Jorge Giraldo Ramírez
12 de febrero de 2006

De todas las instituciones de la civilización que los colombianos necesitamos hay algunas realmente odiosas y odiadas. No tiene gracia preguntar en las encuestas por aquellas que, a pesar de su permanencia, queremos enterrar, como la guerrilla o los paramilitares. Si preguntáramos sólo por las que necesitamos, creo yo, ganarían de lejos en el campeonato de las antipatías la banca y los clubes de fútbol.

Reitero. Hablo de instituciones necesarias. Los marxistas contemporáneos han desechado el sueño de una sociedad sin dinero, pues el dinero ha sido desde antes del capitalismo un factor de agilidad y velocidad en el trato entre los seres humanos y un mecanismo para la libertad. Excepto mentes muy extraviadas y sospechosas, el fútbol es una de las mayores exquisiteces de la humanidad y todos aquellos que se resistían a este embate cultural -gringos, chinos, maoríes- ya se unieron al primer signo de cosmopolitismo. Así que queda claro que necesitamos a los banqueros y a los dirigentes de los equipos de fútbol, es decir a los negociantes del dinero y del balón. La pregunta es si necesitamos o queremos a estos que nos tocaron a los colombianos, en mala hora.

El primer problema con los banqueros y futboleros (digamos, por economía de palabras) es que no admiten que lo suyo es un negocio. Los banqueros creen que están jugando Monopolio: si pierden se paran orondos a esperar que el resto de la sociedad los financie para que ellos puedan seguir jugando, si ganan se emocionan y quieren ganar más (Anif quiere acabar con los parafiscales para usufructuar ese dinero), si ganan demasiado advierten que ellos no tienen obligaciones para con la sociedad. Los futboleros llevan décadas haciéndonos creer que manejan entidades sin ánimo de lucro y que son simplemente apóstoles de la diversión más popular del país. Se comen la plata de la gente y ponen al Estado a que los financie: En Armenia, en pleno desastre del terremoto, la Alcaldía y la Gobernación tuvieron que sacar dinero para sostener el equipo cuyabro. Ahora en Bogotá, el Distrito se las arregla para hacerles llegar dinero a sus dos equipos, que no sólo juegan mal hace décadas sino que los manejan mal hace más tiempo.

El dicho de un comentarista argentino de que Latinoamérica es la única parte del mundo donde los futboleros son ricos y los clubes pobres, se aplica también a los banqueros. Aquí se quiebra el banco, pero el dueño nunca deja de ser rico.  

No sé si a ello se deba que banqueros y futboleros sean intocables o si eso es así porque son intocables. El caso es que los tipos tienen un poder sacrosanto. Los banqueros porque, se dice siempre, cumplen con una función social, pero ¿quién no cumple una función social en una sociedad? Ahora, si miramos su desempeño parece que cumplen más bien una función antisocial. Cuando un país ostenta las comisiones y las tasas de interés y de intermediación que tiene -entre las más elevadas del mundo- algo malo tiene que estar pasando. Los futboleros son intocables porque tienen tras de sí a la poderosa Fifa, lo que impide que cualquier gobierno meta las manos en los clubes a pesar de que haya peculados, dineros calientes, violación de las leyes nacionales o internacionales. Banqueros y futboleros fueron los únicos que salieron prácticamente incólumes de sus tratos con el narcotráfico colombiano. Tuvieron años enteros para limpiarse, vender, cortar relaciones incómodas y seguir tan campantes. con la excepción del América de Cali, que confirma la regla. (Hasta hace poco los seguidores de un equipo paisa lucían trapos con la efigie de Pablo Escobar y todavía los de un equipo bogotano exhiben la de Rodríguez Gacha, y nadie dice nada.)

Termino esta andanada provisional diciendo que banqueros y futboleros son, además, los peores patronos que hay en Colombia. Y son los peores porque tienen patente de corso para perseguir a los sindicatos a la vista de todo el mundo y para violar la legislación laboral de la misma manera. Los demás poderes tiemblan cuando esto se hace evidente. El gobierno nacional, en cabeza del Ministro de Protección Social, luce melindroso, como rogándoles a los futboleros que respeten el derecho de asociación y cumplan con las obligaciones laborales de los futbolistas. Los industriales se quejan en privado de las exacciones de los banqueros. Los periodistas tocan ambos temas como si caminaran sobre huevos. Mientras tanto por ahí andan los millares de colombianos que perdieron sus casas de cuenta de los bancos y centenares de glorias del fútbol pasando penurias (Jaime Morón es apenas uno de tantos casos).

La única diferencia notable entre los banqueros y futboleros colombianos es que los primeros saben cortesía y son de buena familia.