Home

On Line

Artículo

Punto de vista

"El camino equivocado": una congresista demócrata

La legisladora Linda Sánchez, de Estados Unidos, explica por qué pide no firmar el TLC tal como esta ahora.

9 de marzo de 2007

Con motivo del viaje del presidente George W. Bush a Colombia, siento la obligación de invitarlo a abrir los ojos para que conozca la crítica realidad del pueblo colombiano. En noviembre pasado, visité Colombia gracias a la invitación que me hizo la campaña Comercio con Justicia: mis derechos no se negocian, promovida en Colombia por Oxfam Internacional e integrada por más de 30 organizaciones nacionales sindicales, de mujeres y de derechos humanos.

Esa experiencia me permitió conocer la situación real de pobreza y violencia que afecta a grandes sectores de la población colombiana, y de manera particular a las y los trabajadores. Situaciones que continúan generando preocupaciones y debates en el Congreso de mi país por los impactos que la ratificación e implementación del Tratado de Libre Comercio (TLC) tendría. Situaciones que, según parece, la administración del presidente Bush quiere ignorar.

Considero, al igual que muchos de mis colegas del partido demócrata en el Congreso de Estados Unidos, que la política comercial de nuestro país va por camino equivocado. El pueblo colombiano como el de Estados Unidos merecen una política comercial que promueva un desarrollo humano sostenible que ayude a reducir la brecha entre ricos y pobres y las asimetrías en los niveles de desarrollo en nuestros países. El TLC negociado tal y como está no cumple con este objetivo.

Deberíamos aprender de las experiencias de TLC similares ya en vigencia, como el de Norteamérica (NAFTA), que ha demostrado que los trabajadores del campo y la ciudad, en especial las mujeres, son los que pagan los costos más altos de estos Acuerdos. Para la mayoría de las poblaciones de Estados Unidos y México, 12 años bajo el NAFTA han contribuido al deterioro de los salarios reales y a erosionar la seguridad en el empleo. Los beneficios han sido concentrados en pocas manos, mientras que los impactos negativos han sido socializados entre las mayorías. De aprobarse el TLC tal y como está, en Colombia no tendríamos esperanza de que los resultados sean diferentes.

Para los pequeños productores y trabajadores agropecuarios colombianos, el TLC podría destruir sus medios de vida al dejarlos sin protección frente a los grandes subsidios que benefician a sectores de la agroindustria de Estados Unidos., beneficios que no llegan a muchos productores individuales de mi país. Desde que NAFTA entró en vigencia en México, unos dos millones de trabajadores agrícolas han perdido sus empleos y otros 15 millones de pequeños productores han perdido importantes ingresos porque no pudieron competir con las exportaciones subsidiados de Estados Unidos. Muchos de ellos tuvieron que migrar a los centros urbanos en México en busca de trabajo, aumentando significativamente la tasa de desempleo, o a Estados Unidos donde el número de inmigrantes mexicanos se ha más que triplicado desde que NAFTA entró en vigencia. Lo mismo podría pasar en Colombia, país en el que la violencia y la pobreza han llevado a miles de ciudadanos y ciudadanas a buscar refugio y oportunidades económicas. Según estudios recientes, el 70 por ciento de los inmigrantes colombianos son mujeres.

Hoy, el ambiente en el Congreso de Estados Unidos no es propicio para la aprobación del TLC tal como ha sido firmado. El TLC con los países Centroamericanos, CAFTA, apenas pasó con un voto aún cuando el partido Republicano tenía la mayoría en el Congreso. La administración Bush hizo caso omiso de las preocupaciones de los demócratas en ese momento, lo que dificulta su búsqueda de apoyo del Congreso con la mayoría demócrata ahora. Su propuesta actual de modificaciones menores a fin de lograr la ratificación del TLC con Colombia no está teniendo éxito porque no ha mostrado la voluntad de hacer cambios amplios y sustantivos.

Necesitamos una política comercial nueva, que sirva de camino para superar la pobreza. Tal y como lo expresé durante mi visita a Colombia, tanto los demócratas como algunos congresistas republicanos, creemos que el TLC debe incluir requisitos para no discriminar a las mujeres o a las minorías indígenas y afro-descendientes. Además, debe haber un compromiso serio del gobierno colombiano para investigar y castigar a los responsables de crímenes contra las y los sindicalistas. El gobierno colombiano ha firmado convenios y acuerdos internacionales para la protección y promoción de los derechos humanos, que debe respetar dentro de sus propias fronteras.

Hoy, a pesar de que el pueblo colombiano es muy trabajador, enfrenta altos índices de desempleo o empleo en malas condiciones. Muchas mujeres trabajan largas jornadas (más allá de lo que se permite en la legislación), muchas veces sin contrato, ni compensación adecuada, arriesgando su salud y seguridad para llevar un pan a la mesa. Colombia requiere nuevas oportunidades de empleo para las y los trabajadores, pero a la vez es importante que sean trabajos decentes, con salarios dignos, acceso a beneficios, y respeto por los derechos laborales fundamentales como la libertad de organizarse y negociar colectivamente. El TLC, en su forma actual, no va a solucionar este problema, ni en Colombia ni en Estados Unidos, por el contrario lo podría profundizar.

Por otro lado, el TLC no debe forzar la apertura completa del mercado agropecuario sin dejar protecciones para compensar el efecto de los subsidios, ni debe incluir reglas sobre propiedad intelectual e inversiones que cierren los espacios para políticas públicas que promuevan el desarrollo nacional.

Este es un momento importante para la relación de nuestros países. La situación vulnerable de derechos humanos, la pobreza y el escándalo de la influencia paramilitar no pueden separarse de la ayuda y los beneficios comerciales que busca Colombia con Estados Unidos. Desde Estados Unidos., esperamos que el gobierno colombiano demuestre en la práctica que está haciendo todo lo posible para respetar los derechos humanos y laborales, para fortalecer y asegurar la independencia del sistema judicial, y seguir colaborando en la lucha contra las drogas ilícitas.

El mensaje que el presidente Bush debería llevar a Colombia es sencillo: A cambio de evidencias con respecto a esas problemáticas, vamos a fortalecer nuestras relaciones comerciales pero no con este TLC. En su lugar, vamos a hacer permanente el acceso actual que tiene su país al mercado de Estados Unidos sin exigir reglas que socaven su propio proceso de desarrollo. Además, reorientaremos la ayuda militar hacia el desarrollo local, proporcionando asistencia económica que favorezca un desarrollo integral y sostenible.

Pero si el presidente Bush insiste en forzar este TLC, será el Congreso de Estados Unidos el que se verá obligado a corregir su error.