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El código da plata

La polémica vende. Pero no se vende sola, necesita la vitrina. El éxito del 'Código Da Vinci' fue estratégicamente calculado.

Carlos Cortés Castillo
30 de mayo de 2006

Antes de que Mel Gibson estrenara ‘La pasión de Cristo’ en 2003, los grandes estudios de Hollywood declinaron el proyecto, varios productores anunciaron anónimamente que no volverían a trabajar con él y fue aparatado de su club de cigarro de Beverly Hills. Aun así, el Miércoles de Ceniza de 2004 -día del estreno- las entradas estaban agotadas. Sólo en taquilla en Estados Unidos, la película recolectó 370 millones dólares.

¿Cómo lo hizo? La primera respuesta evidente es que la polémica vende. Sí, pero no se vende sola, se necesita la vitrina de los medios de comunicación. También parece una explicación obvia. Lo que no parece tan obvio, y sucede detrás de cámaras, es el trabajo de las propias comunidades religiosas para que este tipo de películas estén en boca de sus fieles y sean un éxito de taquilla.

Un reciente artículo de Peter J. Boyer, publicado en The New Yorker -complementado con otros publicados en revistas como The Economist y Newsweek-, explica la forma como se mercadeó ‘La pasión de Cristo’ y la estrategia similar que siguió Sony con ‘El código Da Vinci’. Según el artículo de Boyer, cuando Gibson vio el ambiente que le esperaba a su película contrató a Paul Lauer, un católico que leyó con lucidez el oprobio contra el actor-director y lo tradujo en dólares.

Lauer trabajó con las redes de organizaciones católicas e invitó a arzobispos y cleros de iglesias a proyecciones exclusivas de la película, atendidas personalmente por Gibson. También enfocó sus fuerzas en llegar a los católicos protestantes, quienes se sentían apartados de la cultura popular. Al final, y antes del estreno, la película se había convertido en una causa cristiana.

Con este antecedente, en noviembre de 2004 Sony emprendió una estrategia similar. Para entonces, ‘El código Da Vinci’ estaba recibiendo ataques de todos los frentes -según The Economist se han publicado más de 45 libros y 12 DVD sobre el libro- relacionados con la veracidad y la rigurosidad de la historia que tanto defendía su autor. Una crítica devastadora, citada por Boyer en su artículo, decía que el libro de Dan Brown se ajustaba más al formato de la opera: “Si es muy estúpido para decirlo, siempre está la posibilidad de cantarlo”, concluía.

Sony decidió no correr riesgos después de invertir más de 200 millones de dólares en la película. Querían seguir el antecedente de Gibson y no repetir lo que había sucedido en 1988 con ‘La última tentación de Cristo’, que había terminado como una pesadilla de relaciones públicas para el estudio Universal (esta película fue, además, uno de los casos más sonados de censura cinematográfica en Latinoamérica). Contrataron entonces a uno de los consultores, que ahora rondan en Hollywood, especialistas en las “nuevas tendencias de la fe”. Su tarea, en pocas palabras -siguiendo a Boyer- era servirle a Hollywood como traductor de la fe cristina, y viceversa.

El interés de la Iglesia también era claro. Lo sucedido con ‘La última tentación de Cristo’ no había servido para nada diferente que para causar más curiosidad. Además, ahora se abría una oportunidad inmensa para publicitarse -en el caso del Opus Dei, por ejemplo-, atraer nuevos creyentes y, sobre todo, hacer dinero.

Lo primero que intentaron varios grupos religiosos fue que se incluyera un aviso aclaratorio al comienzo de la película donde se dijera que se trataba de ficción. Batalla perdida. Sony se negó, pero a cambio ofreció un espacio en Internet (www.thedavincidialogue.com) para debatir sobre la veracidad del libro, cuyo tiraje supera las 40 millones de copias en 44 idiomas. El objetivo de la página es “ayudar a los cristianos a prepararse para la inevitable pregunta que surgirá cuando se lance la película: ¿Qué piensa usted del Código Da Vinci?”.

A la página llegaron historiadores, teólogos y expertos mundiales para debatir sobre ‘El código Da Vinci’. Así, una aparente lectura de playa se convirtió en el texto más comentado de la actualidad. El Opus Dei abrió su edificio en Lexington Avenue, Nueva York, a los reporteros y relanzó su página de Internet; los evangélicos regalaron tiquetes para la película con abonos de Starbucks, y la Cruzada Internacional por Cristo (Campus Crusade for Christ Internacional) imprimió un millón de copias sobre su guía de ‘El código Da Vinci’. Al final, todos contentos: Sony vendía su película y la Iglesia vendía su fe.