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Crisis en el intercambio

El día en el que todos perdieron

La ruptura de la mediación es un duro golpe para una iniciativa que avanzaba a gran velocidad. Dígase lo que se diga de él, el reto más complicado ahora es conseguir a alguien con el peso político y el respeto que genera Chávez entre las partes. Análisis de Semana.com

Élber Gutiérrez Roa
25 de noviembre de 2007

Muy pocos le apostaban hace tres meses a las gestiones del presidente venezolano Hugo Chávez como mediador para la búsqueda del acuerdo humanitario con las Farc. Dos factores generaron escepticismo frente a su gestión desde el momento mismo en que el presidente Álvaro Uribe le notificó al país que lo había autorizado para iniciar contactos con el grupo armado: el estilo desparpajado del mediador (que le ha granjeado problemas en varios foros internacionales) y la poca confianza en las versiones sobre el interés de las Farc por poner fin al drama de los plagiados.

Tres meses después el hilo se rompió, según el gobierno colombiano, por ese frágil extremo de la informalidad chavista. Pero muy pocos dudan sobre los avances respecto a lo que al comienzo de la mediación era el segundo motivo de desconfianza. Desabrochado o no, Chávez logró que la guerrilla se acercara al intercambio más de lo que hizo cualquier otro funcionario, intermediario, vocero, mediador o facilitador durante los cinco años que lleva el gobierno Uribe. Eso es lo que realmente preocupa al país ahora cuando Uribe decidió recoger la cuerda que le dio durante tres meses a la facilitación venezolana.

Como dice el politólogo Alfredo Rangel, la decisión colombiana de cancelar la mediación se debió más a un incidente procedimental derivado de la diferencia de estilos de los dos gobernantes, que a otra cosa. No fue, como ha podido ocurrir en ocasiones anteriores, por ineficacia de la mediación misma. “De un lado había un Uribe más institucional y apegado a los protocolos, y por el otro, un Chávez muy desabrochado y acostumbrado a dejar de lado esas normas protocolarias”, sostiene Rangel. Ese desencuentro fue el que terminó echando por la borda una opción de avanzar hacia el intercambio humanitario.

De entrada se sabía que buscar un acuerdo con las Farc no sería fácil. Su viejo estilo de negociación es bien conocido en el gobierno que, además, nunca pudo encontrar la forma para aproximarse a través del comisionado de paz, Luis Carlos Restrepo. También fallaron los intentos a través de voceros colombianos, entre ellos algunos ex presidentes de la República y otras personas comprometidas con la paz.

El peso de las ventajas

Con Chávez como mediador eran muchas las ventajas: La simpatía ideológica con las Farc garantizaba que lo recibirían y no le darían un portazo como a Uribe, a quien consideran su auténtico enemigo. Además, su dignidad presidencial le daba una estatura sin precedentes a las aproximaciones. Algo va de nombrar como facilitador a un sacerdote como monseñor Luis Augusto Castro (a quien las Farc no sólo desconocieron como interlocutor, sino que descalificaron en todos los sentidos) a ponerles al frente a un líder continental como Chávez, polémico, sí, pero al fin y al cabo de estatura internacional.

La prueba más concreta de que la mediación venía avanzando por buen camino es que tanto las Farc como el gobierno se movieron de sus posturas iniciales y abrieron luces de esperanza, pese a que su lenguaje verbal nunca bajó de tono. Mientras la guerrilla aceptó –de forma inédita en la administración Uribe– hablar con emisarios del gobierno por fuera del país, el gobierno les puso al frente a un mediador de su confianza, pese a que siempre fue reacio a delegar dicha misión en funcionarios colombianos. Personas cercanas a las aproximaciones sostienen que en uno y otro lado se hablaba con frecuencia y de manera confidencial sobre avances significativos que no se podían hacer públicos.

La pregunta de rigor es entonces, por qué decidió Uribe ponerle fin a una mediación exitosa. En la casa de Nariño aseguran que fue porque Chávez incumplió los acuerdos pactados entre ambos Presidentes sobre la forma como debía cumplir su papel. Al parecer, Uribe está muy molesto porque el mediador llamó al comandante del Ejército, general Mario Montoya, y le preguntó cuántos eran en realidad los policías y militares secuestrados por las Farc. Si Uribe le había advertido que no hablara con el estamento militar colombiano, la verdad es que la actitud de Chávez deja un mal sabor en cuanto a la prudencia con que se deben tratar los asuntos binacionales por parte de un mediador.

Una llamada sobrevalorada

¿Era tan grave el asunto como para ponerle fin a la ayuda venezolana en la búsqueda de una solución para el drama de los secuestrados? La mayoría de los ex asesores de paz de los anteriores gobiernos y analistas como Rangel creen que no. Para Rangel, experto en temas de seguridad, el gobierno sobrevaloró la importancia del acercamiento de Chávez a Montoya.

Lo más triste del caso es que no existe en el horizonte una persona con las características y la fuerza política de Chávez como para relevarlo de manera inmediata en esa función. Este vacío es el que atormenta aun más a los familiares de los secuestrados, quienes sospechan –dados los antecedentes y las declaraciones del mismo presidente Uribe– que la actitud inmediata del gobierno será la de buscar un rescate por la vía militar.

Por otro lado, resulta muy difícil pensar que los anuncios del comisionado Restrepo y la senadora Córdoba conduzcan a algún avance tangible en la materia. Si en cinco años Restrepo no ha podido acercarse a las Farc, menos va a hacerlo ahora que la poca confianza creada –si es que se llegó a eso– se acaba de perder. Tampoco tiene mucho sentido afianzarse en el ímpetu de Córdoba, dado que la desautorización presidencial le quita las facilidades que tenía para moverse en el tema. Eso no descarta que los canales de comunicación creados por ella y por Chávez se puedan reactivar en un futuro no tan inmediato, pero por lo pronto, será poco lo que puedan hacer. Parece diplomáticamente correcta la actitud venezolana de aceptar con mesura y sin adjetivos la decisión de Uribe.
 
No se trata de sumisión de un gobernante hacia otro, pero sí de respeto por la palabra dada, así sea en temas que parezcan inofensivos, pues sólo así puede llegar a feliz término una mediación.

Con la tajante decisión, quedó flotando una sensación de derrota para todo el mundo. Perdió Uribe, a quien los familiares de los secuestrados y otros estamentos sociales señalan de una dureza extrema; perdió Chávez, que en vísperas del trascendental referendo en su país sufrió una derrota inesperada; perdió Piedad Córdoba porque fracasó en su sueño de liberar a los secuestrados; perdieron las Farc porque ya no tendrán ese espacio inmenso que ganaron en este tiempo para crecerse políticamente; perdió Colombia porque sigue naufragando en un problema que copa toda la agenda y que parece no tener solución. Pero, especialmente, perdieron los secuestrados y las familias que siguen sufriendo un dolor, tan profundo y triste que no tiene comparación.