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crónica taurina

El maestro, el artista y el valiente taparon a los mansos de Pimentel

Un balance muy extraño para una corrida con cinco orejas, dos toreros a hombros y la gente feliz al terminar el festejo. Crónica de Mauricio Sepúlveda.

Mauricio Sepúlveda Castro
6 de febrero de 2005

La variopinta corrida que envió Jerónimo Pimentel a Bogotá no tuvo fondo de casta. Eso pasa cuando se juega con el almíbar, se combina con el dulce, se le echa azúcar y finalmente se le vierte miel. El resultado es una mescolanza que no sabe a nada.

Se lidiaron seis toros de "El Paraíso", aunque al ruedo saltaron siete, - a uno lo devolvieron por cojo- bien presentados en general pero con muy poca casta y mansos. Muy preocupante para el ganadero ese segundo toro que huía y que se refugió en chiqueros sin querer saber de nada, como expresión de su solemne mansedumbre, o el primero de "Finito" que tan solo aguantó tres tandas y luego se fue a las tablas como manso que era, o el manso sin fuerza que Rincón entendió a la perfección con distancias y mimos, o los de embestida áspera que se defendían como mansos que correspondieron a Gallo y a Finito. El único rescatable, aunque también sin durar mucho, fue el que cerró el festejo y con el que el joven Gallo se fajó.

Ayer se iniciaba en Bogotá el "mundialito" taurino, en el que están presentes los toreros más importantes de cara a la temporada 2005. Salvo Salvador Vega y Miguel Angel Perera están todos anunciados. El maestro Rincón puso el primer punto alto, porque llenó la plaza. Vamos a ver si "El Juli" , Ponce y de nuevo Rincón, en su segunda tarde, lo logran.

César Rincón estuvo de nuevo, y es ya más que costumbre, en maestro. Entendió su segundo toro de manera perfecta. Le realizó una faena modélica por las distancias que utilizó para llevar al manso y por el cuidado que tuvo cuando lo toreó, sin obligarlo mucho y sin atacarlo. Una faena, quizás sin la emoción que hace erizar el vello, pero si con la sapiencia de quien cada tarde dicta una lección de tauromaquia. Los naturales fueron largos y los derechazos templadísimos, destacando una segunda tanda mandona, reposada y llena de verdad. César mató de media estocada certerísima y recibió las dos orejas. El premio justo hubiera sido de una oreja, pero como actuaba de local y como la gente estaba con fervor nacionalista, por lo que simultáneamente realizaba la selección de fútbol sub 20, solicitó el segundo premio.

Con el primero, un descastadísimo animal, que lo que quería era que le abrieran la puerta de chiqueros para irse a descansar, César lo intentó, pero fue imposible. Había estado bien con el capote en verónicas ajustadas y sobre todo dejando el toro en el caballo con un recorte a manera de tentadero, precioso. Ya el toro había dejado ver su mansedumbre al huir en el primer puyazo y luego lo evidenció incontestablemente en la muleta. Rincón alcanzó a dar tres derechazos y el manso no quiso más. En las tablas, dando todas las ventajas al toro, entró a matar de manera defectuosa, dejando cuatro pinchazos y dos descabellos. Sonaron dos avisos y el público tocó palmitas de cariño.

"Finito de Córdoba" dejó en la Santamaría la evidencia de su esencia torera. Al primero de su turno lo llevó primorosamente en el capote, sobre todo por el lado derecho, en verónicas lentísimas, con el capote como inmóvil. Con la muleta inició de buena manera, sin obligar mucho al toro y gustándose en cada pase para proseguir con tres tandas excelentes de derechazos.

Pases que duraron una eternidad, acompañados de su especial empaque al llevar al toro embebido en la muleta. Lastimosamente el de Pimentel no aguantó mucho y se rajó irremediablemente. Pero lo realizado por Finito bastó para deleitar al público y hacerse, aunque no cogiera la mano izquierda, con la primera oreja de la tarde luego de recetar una estocada entera, algo trasera, que acabó con el astado.

Con el quinto de la tarde, "Finito" no tuvo mucho para hacer. A él le sirve un tipo de toro especial y este no le permitía estar cómodo. Finito lo intentó por el pitón derecho pero la embestida brusca del toro no permitió el lucimiento. Finito tampoco se confió mucho y con algunas precauciones lo probó y entró a matar, dejando tres cuartos de espada. Algunas palmas se alcanzaron a escuchar.

El joven Eduardo Gallo se trae lo suyo. Tiene un valor impresionante, que si lo respetan los toros le permitirá llegar a figura del torero. Muy serio y centrado. Confirmó su alternativa con el toro que abrió el festejo. Se echó al público bogotano al bolsillo con la manera de interpretar las verónicas, quietísimo y muy firme. Sufrió una voltereta cuando llevaba el toro al caballo, de la que ni se inmutó y luego de la pica, desempolvó las verdaderas chicuelinas, esos lances en los que se marca el camino del toro y con un suave movimiento de la capa se engaña al burel, plegándose la tela al cuerpo y el toro a la cintura. De nuevo se quedó tan quieto que el toro lo volvió a arrollar.

Con la muleta siguió conquistando a los capitalinos con naturales meritorios, por el aguante con que los ejecutó. La derecha no la utilizó, porque el toro cortaba mucho el viaje por ese pitón. Cuando el toro se quedó parado lo obligó con circulares valerosos volviendo a sufrir un desarme. Entró a matar, dejando un pinchazo y luego una estocada entera que finiquitó al manso. Fuerte ovación de bienvenida y aprobación, escuchó Gallo.

En el ambiente habían quedado las ganas de volver a ver a Gallo en el último toro y el joven torero superó con creces las expectativas. Eduardo deslumbró a la Santamaría y emocionó a todos los asistentes con ese valor seco que posee. Llevó al toro ceñidamente, en derechazos con la planta muy firme. La plaza de a poco se le entregaba y luego de una voltereta, por quedar mal colocado, se superó con más muletazos de calidad, quedándose más quieto que una vela.

El olé se confundía con el ¡hay! porque Gallo se colocaba muy cerca de los pitones del toro. Se tiró a matar como un león, tumbando al toro de manera fulminante y se llevó dos orejas que dado como iba la tarde y los trofeos concedidos anteriormente, resultaron merecidas, además de llevarse el cariño del publico bogotano y quizás el contrato de todas las ferias colombianas de la próxima temporada.

Incidencias: Luis Viloria colocó un buen puyazo en el segundo toro y saludaron en banderillas, Jaime Devia, Hernando Franco y el subalterno español colocado con Eduardo Gallo.