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El nuevo orden imperial: la guerra preventiva

Benjamín Herrera Chaves*
9 de febrero de 2003

Las razones reales de los Estados Unidos de Norteamérica para desencadenar una guerra contra Irak constituyen un secreto a voces: obtener un control casi total de la región que abastece en una alta proporción de petróleo al mundo industrializado y ampliar la presencia militar en una zona adyacente a la región que se considera más promisoria en este aspecto en los próximos 20-25 años, es decir, el Cáucaso y el Asia Central ex soviética.

Gracias a su intervención armada en Kosovo, los norteamericanos disponen hoy de una de las bases militares más grandes en el Mediterráneo oriental; gracias a la guerra contra los talibanes en Afganistán, están presentes militarmente y políticamente en el centro de Asia y con capacidad de intervenir en los Estados inestables de la región heredados de la debacle de la Unión Soviética. Si a estos desarrollos militares recientes se suma el dispositivo norteamericano en la OTAN (en particular en Turquía)y el control del Océano Índico (desde la base de Diego García) y en Asia Pacífico, es claro que la futura intervención armada en Irak, es simplemente un eslabón en el dispositivo estratégico de los Estados Unidos para consolidar su dominación en el mundo y en particular el acceso a las principales fuentes de petróleo.

Estos desarrollos de la política mundial eran relativamente previsibles. Una vez desintegrada la Unión Soviética, la dependencia militar de Europa, de Japón y de los llamados nuevos países industrializados de Asia (a pesar de su relativa autonomía económica) de los Estados Unidos de Norteamérica y la indigencia económica, política y militar de los Estados de lo que se conoció como Tercer Mundo, esta última potencia no tenía frente un rival capaz de disputarle la hegemonía y de establecer un balance de poder que minimizara sus pretensiones y que impusiera las reglas de juego del sistema internacional.

Mientras el gobierno de la potencia estuvo en manos de una fracción del partido Demócrata, encabezada por Clinton, el predominio de los Estados Unidos se diluyó un poco debido a las opciones de esa administración, la cual daba mayor importancia a lo económico y en esa medida le apostaba al multilateralismo como la forma adecuada de generar consenso para crear un ambiente propicio al crecimiento de los indicadores económicos. Afirmando esto no se pretende que la administración de Clinton haya siempre actuado con la pretensión de respetar las reglas definidas en común con otros Estados. Cuando lo consideró necesario actuó unilateralmente, en particular contra Irak.

Con la llegada de Bush al frente del gobierno se acabaron las pretensiones de respeto a las normas o marco de reglas generales que habían caracterizado al sistema internacional en el período posterior a la Segunda Guerra mundial. Las distintas acciones tomadas por el nuevo presidente de los norteamericanos constituyeron un indicador claro de cómo la administración republicana iba a plantear sus relaciones con los demás Estados y, en particular, con las expresiones más claras del multilateralismo, es decir, las organizaciones internacionales, en particular la ONU: El rechazo al Tratado de Kyoto, la renuncia a los tratados de eliminación de los ensayos nucleares y de proliferación de armas nucleares, los planes de militarización del espacio, haciendo obsoleto el Tratado antibalístico ?AMB, la redefinición del uso del arma nuclear, constituían la expresión clara que los Estados Unidos de Norteamérica estaba dispuesta a ejercer su hegemonía con la única preocupación que sus políticas y sus acciones correspondieran a lo que la élite dominante definiera como interés nacional.

El último paso lo constituye la guerra preventiva. Los acontecimientos del 11 de septiembre del año 2001 simplemente acelerarían el proceso. La agresión terrorista daría la disculpa adecuada a la nueva (y desprestigiada -tanto interna como internacionalmente) administración para concretar su posición. La guerra contra el terrorismo y su corolario, la guerra preventiva, cierran el segundo acto de la consolidación hegemónica de los Estados Unidos. Todavía no se asume por completo el abandono de la instancias multilaterales, pero se pretende que éstas solamente son entidades que tienen sentido si ratifican la voluntad del poder hegemónico, dándole así un viso de legitimidad. Si el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprueba la intervención en Irak, actúa consecuente y responsablemente demostrando así su pertinencia, si no lo hace, simplemente, en la mente y designios del equipo que asesora a Bush, demostrarán su inutilidad y deberán ser abandonadas.

La guerra preventiva, constituye así la consolidación hegemónica de los Estados Unidos de Norteamérica, cerrando una primera fase de lo que se ha denominado la posguerra fría.

*Catedrático de la Universidad Javeriana