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El placer de vivir en Magangué

Julio Alberto Caro retrata el pasado prospero de su pueblo y el presente amargo de lo que iba a ser y no fue.

Julio Alberto Caro Díaz
16 de mayo de 2008

El mejor vividero del mundo. Con esta frase se resumía Magangué. La llamaban la tierra del Bocachico y algún locutor barranquillero le decía la tierra del Coroncoro Muelón o la tierra del cacho y no precisamente por las astas de nuestras vacas, sino, por el supuesto gusto que tenían las mujeres magangueleñas en serle infieles a sus maridos. Nada más lejano a la realidad, la mujer de esta tierra es humilde, trabajadora, abnegada, buena madre, buena hija, leal y con algunas excepciones fiel. Siempre ha sido más válida la primera frase, Magangué a través de su historia puede demostrar que es una tierra noble, pacifica y pródiga para todos sus habitantes, a la orilla del Río Magdalena se mueven grandes fortunas representadas en víveres y mercancías que vienen y van hacia los lugares más insospechados de la geografía nacional.

Hace muchos años Magangué era una ciudad pujante, llena de oportunidades en donde se amanecía sin un peso en el bolsillo, pero que a media mañana ya se contaba con algún dinero producto del trabajo proveniente del movimiento comercial del río, que necesitaba de la mano trabajadora del hombre y la mujer magangueleños. Aquí se acopiaba toda clase de cosechas, sorgo, maíz, arroz, algodón, plátano, yuca, ahuyama y cuando éstos escaseaban llegaba la subienda.

Con la subienda de pescado venía también la mejor época para los camioneros, empacadores de hielo, clasificadores, dueños de pesquera y lógicamente para los pescadores. Quienes nos desempeñabamos en alguno de estos sectores encontrabamos cada año en ella la oportunidad de ganar e invertir muy buenos recursos económicos, ya que los costos de cualquier oficio relacionado con la producción pesquera se disparaban debido a la gran cantidad de peces que eran recibidos de los ríos Cauca, San Jorge y Magdalena e inmediatamente despachados a todas partes del país. Cuando se acababa la subienda llegaban de nuevo las cosechas y los sectores antes mencionados como el de los coteros (estibadores fluviales y terrestres), dueños de arroceras, depósitos y bodegas continuaban trabajando incansablemente. Magangué era un paraiso en donde propios y extraños se ganaban la vida honradamente, aquí no había miseria ni se le paraba bolas a la política, ese era otro cuento en el que quienes lo integraban se preocupaban sólo en mantener viva en sus electores la llama del interés por medio de servicios y favores. Pero todo cambia, y nuestra ciudad no es la excepción. Llegó la guerrilla, luego los paramilitares, nuestros campesinos fueron siendo atacados por ambos grupos, las cosechas comenzaron a dismimnuirr, el pescado a excasear, las lanchas o remolcadores dejaron de navegar nuestro río porque cada vez que subían eran atacadas por la guerrilla y sus ocupantes masacrados. El pálido esmeralda del plantío que menciona nuestro himno se fue acabando paulatinamente, el caudal del Río Grande de la Magdalena se convirtió poco a poco en la cloaca más grande que haya existido jamás y sus peces fueron desapareciendo. El Coroncoro es historia, el bocachico aunque sigue llegando, no es siquiera un 20% de la cantidad que llegaba y su tamaño alcanza a duras penas la talla mínima.

Aun así Magangué sigue siendo la ciudad cosmopolita de corazón abierto al mundo entero en donde quienes la habitamos encontramos la forma de sobrevivir y dar a nuestras familias lo necesario para subsisitir. No importa que el servicio de agua potable sea pésimo, que a ninguna autoridad le interese tomar correctivos para que esto no suceda y nuestros niños se mueran de diarréa o de cualquier otra infección causada por los agentes contaminantes que trae el agua que consumimos. No importa que en la actualidad nuestro municipio se encuentre prácticamente sin gobierno dado el interés mezquino de siniestros personajes que desde la sombra se interponen a la voluntad de todo un pueblo para continuar apropiándose de los recursos oficiales valiendose de artimañas propias de mentes más retorcidas que una habichuel. “Este pueblo se acabó” dice Nilce Lugo, mientras que Enrique Redondo más conocido como “Mazamorra” reafirma lo dicho por ella, asegurando que “Magangué va pa’ tras”. Ojala fuera pa’ tras dice mi hijo de apenas 18 años, si Magangué fuera p’a tras nosotros los jóvenes tendríamos futuro; pero vamos es cayendo. Es en un pozo sin fondo del cual sin la participación de todos no podremos salir jamás.

Aquí se nos cobra uno de los impuestos al alumbrado público más caro del país (el 10% sobre el costo de la facturación), el servicio de aseo en la actualidad es completamente nulo, las calles se encuentran llenas de basuras malholientes, el agua potable, ahora que el servicio es bueno, nos llega cada dos días y por solo cuatro o cinco horas, las vías urbanas se encuentran en pésimo estado y el servicio público de transporte se acabó.

Esta es Magangué, una ciudad que sobrevive contra toda clase de males y de problemas, que sigue adelante como su Río, sin posibilidad de echar marcha atrás, sobreponiendose a la adversidades y de la cual a pesar de los muchos problemas que tenemos, no nos queremos marchar, porque Magangué es eso: EL MEJOR VIVIDERO DEL MUNDO