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El regreso del muerto viviente

Jairo Pinilla, odiado por unos y admirado por otros, regresa a la pantalla grande luego de 20 años de ausencia con una nueva película de terror.

María Inés McCormick
28 de febrero de 2005

Hace cinco años escuché por primera vez el nombre de Jairo Pinilla. Su nombre surgió durante una reunión de amigos en la que alguien reveló, a manera de confidencia, la existencia de un singular director de cine que hacía películas de terror. La noticia me sorprendió.

En Colombia, donde hacer cine es un milagro, había un realizador especializado en el género de terror. Sin embargo, eso no fue lo mejor. La gran sorpresa fue descubrir que las películas de Pinilla no producían miedo en el espectador sino un estallido de risa digno de cualquier comedia de situación. Los que me hablaron de él esa noche no habían visto ninguna de sus películas pero repetían sin cesar los apelativos con los que la gente suele referirse a Jairo Pinilla: el Spielberg caleño, el Hitchcock criollo y el Ed Wood colombiano.

Las dos primeras referencias lo comparan con genios de la ciencia-ficción y el suspenso pero la última deja un extraño sabor de boca pues Ed Wood, realizador norteamericano de los años 50 que se hizo célebre por sus películas de terror de bajo presupuesto y técnicas chapuceras, ha sido considerado el peor director de cine de la historia.

Estas descripciones hicieron que me interesara por este extraño personaje pero por más que indagaba nadie daba razón de él. El famoso Jairo Pinilla parecía más una leyenda urbana que una persona de carne y hueso. Así pasaron un par de años en los que de vez en cuando me topaba con alguien que conocía a alguien que había visto uno de los thrillers de Pinilla cuyos sugerentes títulos seducen la imaginación. ¿Quién puede resistirse a obras como Funeral Siniestro, 27 horas con la Muerte, Área Maldita, Extraña Regresión, Posesión Extraterrestre y Triángulo de Oro, la isla fantasma?

En noviembre del año pasado un boletín electrónico de la Cinemateca Distrital me mostró el camino para llegar al esquivo Jairo. La sala proyectaría el mediometraje El Libro de Ultratumba, una producción de 2002 en la que el realizador caleño dejaba en claro su gusto por los medios digitales.

Acudí a la cita con un amigo y junto a una veintena de personas me sumergí en su bizarro mundo. La cinta se desarrollaba en Cali y narraba la historia de unas jóvenes que se encontraban por casualidad un libro satánico cuyos poderes maléficos condenaban a una de las protagonistas a permanecer atrapada dentro del libro mientras sus compañeras hacían todo lo posible por liberarla de las garras del demonio.

Durante la función el público se rió. Yo también solté una que otra carcajada. Es inevitable sonreír ante el ingenio de este director que se empeña en asustar a un público que, saturado de tanta violencia cotidiana, ya no se deja intimidar por lo desconocido y mucho menos por un demonio de ojos rojos, cachos y cola.

Miedo a la criolla

Durante años la crítica se ensañó con la obra de Pinilla. Lo acusó de realizar un cine chambón, mediocre, empírico, populachero y ramplón. ¿Qué ms se podía decir de un hombre que afirmaba: "En cine me gusta más Superman que Bergman"? Los traspiés técnicos de sus producciones donde se perciben fallas en la iluminación, el manejo de actores y el lipsing en el doblaje tampoco ayudaban.

En la década de los 70 y 80 este tipo de errores eran imperdonables para los amantes del Séptimo Arte a quienes les parecía "de quinta" que alguien tuviera la desfachatez de hacer una película con plantas carnívoras, muertos regresando del mas allá, niños con súper poderes y objetos sobrenaturales.

Esas historias estaban bien para Hollywood con sus grandes estudios y abultados presupuestos pero un país pobre con una industria incipiente no se podía dar el lujo de contar historias de suspenso y ciencia-ficción. Para los académicos, un tanto inquisidores, su cine merecía ir a la hoguera.

Sin embargo, la taquilla decía otra cosa. Pinilla no tenía recursos para hacer grandes campañas de promoción pero tan pronto sus películas llegaban a las salas se ganaban el voto popular. Funeral Siniestro se estrenó el mismo día que El Patrullero 777 de Cantinflas y la gente que no alcanzaba a entrar a la película mexicana se aventuraba a probar suerte con la cinta de terror de Pinilla. Al final les terminaba gustando y la repetían al punto que la película permaneció en cartelera cerca de cuatro meses. Algo similar ocurrió durante la proyección de 27 horas con la muerte, que logró agotar la boletería del Teatro Metropol con sus más de 1.400 sillas y ponerle el tatequieto en Medellín a James Bond en Sólo para tus ojos al doblar la venta de las entradas.

Además de incursionar en el mundo de los efectos especiales Pinilla se atrevió a producir películas en inglés. El proceso era bastante simple: primero las filmaba en español, luego las doblaba al inglés y las subtitulaba en español. Estaba convencido de que esa era la mejor manera de ingresar al mercado internacional.

Una vida de película

Jairo, ingeniero electrónico de profesión, se inició en la industria cinematográfica en la época del llamado sobreprecio en la que era obligatorio mostrar un cortometraje colombiano cada vez que se exhibía un largometraje extranjero.

En 1975 realizó Kondor, el mago, un corto de efectos especiales sobre un ilusionista en el Parque Nacional que desaparecía objetos y levitaba estilo Mandrake. Sin embargo, en aquel entonces las historias documentales eran las que estaban en boga y le prohibieron la exhibición de Kondor por considerar que no tenía ninguna enseñanza. Jairo apeló la decisión y logró que le dejarán proyectar la cinta.

Cuando las trabas no las ponían los organismos estatales el problema era la falta de plata. No era fácil conseguir patrocinio para este tipo de producciones. El director caleño duró tres años con el guión de Funeral Siniestro bajo el brazo tocando cuanta puerta se le cruzó en el camino hasta que consiguió que el dueño de una tractomula invirtiera capital en el proyecto.

En 1983 Focine le dio un préstamo para hacer Triangulo de Oro, la isla fantasma, un thriller filmado en Panamá y el mar Caribe, sobre unos exploradores que intentan adueñarse de un poderoso triángulo de oro que está en una misteriosa isla. Jairo terminó la película en cuatro meses y quería la autorización de la entidad para comercializarla y poder pagar el préstamo sin intereses. El realizador tenía una oferta de United Artists para distribuir la película en Venezuela y Panamá lo que le daría una mayor taquilla.

Sin embargo, Focine no aceptó la propuesta de Pinilla y le dijo que tenía que respetar los términos del préstamo. Entonces la negociación con la distribuidora norteamericana se vino al suelo. Al no poder exhibir la película Jairo no pudo pagar la deuda y le embargaron los equipos y varias cintas.

Fue entonces cuando Jairo fue condenado al destierro cinematográfico y durante varios años su nombre permaneció en el anonimato.

De paria a director de culto

A pesar del olvido en el que lo tenían las entidades promotoras del cine nacional, de vez en cuando en algún cine club proyectaban alguna de sus cintas y los rumores acerca del controvertido director de terror comenzaron a circular de boca en boca entre la nueva generación de realizadores colombianos.

La estética de Jairo, otrora menospreciada y censurada, comenzaba a ser vista como una manifestación de arte popular. A la luz de esta nueva mirada Pinilla ya no era un realizador mediocre sino un director intuitivo sin pretensiones académicas que buscaba impresionar al espectador. En un medio donde todo el mundo imita a todo el mundo la obra de Jairo se daba el lujo de ser diferente y honesta. Jairo no lo sabía pero estaba a punto de convertirse en un director de culto... quizás el único que exista en Colombia.

Mientras el director de 60 años permanecía alejado del mundo escribiendo guiones y añorando el día en que pudiera volver a filmar, Simón Hernández y sus socios de El Vicio Producciones movían cielo y tierra tratando de encontrarlo.

Era el año 2000 y los jóvenes realizadores iban a hacer una cinta de terror y querían que el maestro del suspenso los asesorara. Después de casi dos meses de averiguar por todo el país por fin dieron con alguien que tenía su número en Bogotá. Con ellos filmó en formato digital Posesión Extraterrestre, un mediometraje sobre una nave espacial que llega por encima de Monserrate y aterriza en el Parque de la Independencia.

Un niño entra a la nave y recibe la influencia de los alienígenas por lo que empiezan a pasarle cosas extrañas. Al igual que en el resto de sus producciones Pinilla aparece en una de las escenas de la cinta siguiendo la tradición de uno de sus ídolos: Alfred Hitchcock.

La premier de la película se realizó el 31 de octubre en el cinebar Gótica y más de 300 personas asistieron a la exhibición. Jairo estaba de vuelta. La tecnología digital le permitía volver a filmar cintas de bajo presupuesto y se dio a la tarea de producir su siguiente largometraje después de 18 años de retiro forzado.

Así surgió Por qué lloran las campanas, cinta que se estrena el próximo 18 de marzo y que narra una historia de amor que trasciende las fronteras del más allá. Fue filmada en Medellín y Manizales con actores naturales.

Como parte de ese resurgimiento en los teatros de Procinal se proyectó recientemente su corto Robo Macabro, en el que un par de ladronzuelos intentan robar a una mujer muerta que en realidad tiene un ataque de catalepsia.

Por su parte el Museo de Arte Moderno de Bogotá presentará un ciclo del 3 al 16 de marzo con cinco películas que, según el boletín de prensa, vale la pena verlas: "Su obra es una experiencia donde el espectador no sabe si reír o llorar, porque lo que ve en pantalla es tan surrealista, tan increíble, que le parece increíble que una persona haya tenido la audacia, no sólo de filmarla, si no también de exhibirla".

Pinilla se prepara para realizar dos producciones que seguramente darán mucho de qué hablar: El Fango de la Muerte, una historia sobre la tragedia de Armero y Angustia en el Trópico, la Pollera Colorá, un drama de acción y suspenso protagonizado por la negra Soledad. Como el ave fénix Pinilla ha resurgido de sus cenizas.